Homilía para el Cuarto Domingo de Adviento,
ciclo litúrgico A

22 Diciembre 2013
Lectura Is 7,10-14
Evangelio: Mt 1,18-24
Autor: P. Heribert Graab S.J.
El Evangelio de hoy es ya el Evangelio de Navidad-
el Evangelio de Navidad de Mateo.
Para nosotros es familiar sobre todo el relato
de Navidad de Lucas, que es contado desde la perspectiva de María.
Mateo, por el contrario, informa sobre esta historia
desde la experiencia de José.
Y esta experiencia es humanamente muy comprensible.
José se halla confrontado con una situación
como sucede también hoy continuamente:
Se confronta con el embarazo no planificado
de su prometida.
Se confronta con su infidelidad,
como mínimo sospechada.
Podemos comprender que un embarazo así
puede conducir muy bien a la crisis,
por la enorme duda que carga sobre la fidelidad
de la amada compañera.

José, por decirlo de alguna manera,
no sabe
qué hacer, quizás por la agobiante carga
de la confianza decepcionada.
Finalmente le vence el sueño.
Puede ser que él llore    en el sueño o
incluso huya.

Precisamente en el sueño se le pone en orden el caos.
“¡El Señor se da a los Suyos en el sueño!”
Es la interpretación de la fe lo que un
“ángel del Señor” le ha inspirado en el sueño.
Para José, este hombre totalmente creyente,
queda muy claro –como también para María– un conocimiento único:
El conocimiento de que aquí ha actuado el propio Dios de un modo misterioso.
El Niño que debe nacer es un regalo del Espíritu Santo.
Por este Niño, José tomará la responsabilidad
y hará, lo que hay que hacer – de forma muy natural y callando.

A Mateo le queda en el corazón algo totalmente diferente:
Él quisiera comunicar a su comunidad,
que en el acontecimiento de la Navidad se cumplen las antiguas promesas,
que fueron interpretadas como promesas mesiánicas.
Hemos escuchado en la Lectura una promesa así,
a la que Mateo hace referencia en el Evangelio de hoy:
“Ved que la Virgen está embarazada y dará a luz un Hijo.
Y se llamará Emmanuel –Dios con nosotros.”

¡Con este nombre llega!
Y con la confianza en Dios que suena en él.
Ajaz no tuvo esta confianza,
muy al contrario de José.

En la tradición de la Iglesia católica se coloca más bien el acento de la promesa en la palabra clave
de la “virginidad”.
Los seres humanos de la época de José
no vieron en ello el más mínimo problema.
El nacimiento “virginal” de las personalidades significativas les era familiar en muchas culturas de su entorno.
Además no se discernía entre el sentido biológico y el sentido figurado de la “virginidad”.
Primero la traducción griega de la Sagrada Escritura y más tarde la latina dieron un cierto sobrepeso al significado biológico de la palabra.
Y nosotros hoy con nuestra formación acentuadamente científica tenemos nuestros problemas con esto.

Puede ser que la Iglesia alguna vez en este punto
tenga que aprender dolorosamente,
que la Biblia no es ningún libro científico,
sino que es un testimonio de la fe.
En el caso de Galileo ha necesitado varios siglos para este proceso de aprendizaje.

Pero esto en último caso no es lo que importa.
Lo decisivo es más bien el núcleo de la declaración bíblica:
Este Niño nacido “virginalmente” es un Niño especial.
Es el regalo de Dios para la salvación de la humanidad, que por su parte – a pesar de toda auto-supervaloración– no está en la situación de
tirarse de los propios pelos en la ciénaga.
“Los “seres humanos de acción” de todas las épocas
y sobre todo de nuestro tiempo se dejan la piel
en esta tarea.
Continuamente muestra la historia como error fatal
toda ilusión de autoliberación y toda ideología de autor.

El prólogo del Evangelio de Juan nos proporciona unas ayudas interpretativas también para la comprensión del texto de Mateo, que hemos escuchado hoy.
Allí se dice, que sólo aquellos que acepten a este Niño, la Palabra de Dios encarnada, llenos de confianza y sin impedimentos, son iluminados
por Su luz y son idóneos para el Reino de Dios.

Textualmente se dice:
“Pero a todos los que Le acepten
les dio poder para ser hijos de Dios,
a todos los que crean en Su nombre (¡Emmanuel!),
que no han nacido de la sangre,
ni de la voluntad de la carne,
ni de lo voluntad del hombre, sino de Dios.”

En este sentido no sólo María fue “hija de Dios”
sino precisamente José,
expresado de otra forma: un ser humano “virgen”.
En este sentido también, los que fuimos bautizados en el Nombre de Cristo,
- que es un aspecto esencial del mensaje navideño-
también nosotros debemos y tenemos, que ser personas “vírgenes”,
aunque nuestro entorno no lo comprenda,
ni quiera ni pueda comprenderlo.

Amén.