Homilía para el Primer Domingo de Adviento,
ciclo litúrgico A

1 Diciembre 2013

Lectura: Is 2,1-5
Evangelio: Mt 24, 29-44
Autor: P. Heribert Graab S.J.
Donde se ve en nuestros aeropuertos la palabra “Llegada”, allí esperan diariamente innumerables personas a parientes anhelados y a buenos amigos.
Desde hoy está en nuestro calendario “Adviento” –
“Llegada”.
Pero ¿qué esperamos nosotros, qué esperan las personas de nuestro alrededor en estos días de Diciembre del año 2013?

Probablemente no sólo los niños esperan al ‘Niño Jesús’ y hoy en día antes a ‘Papá Noel’ y los regalos que esperan en Navidad.
En una dirección totalmente diferente va aquella espera enteramente llena de nostalgia que en nuestras iglesias halla su expresión en las Lecturas bíblicas.
Hoy ambas nos ponen ante la vista el ‘final de los tiempos’ y dirigen su esperanza a una consumación total de esta época,
aunque nosotros este tiempo lo experimentamos como provisionalmente imperfecto,
incluso (en el sentido literal) como ‘espantosamente’ imperfecto.

En la Biblia se halla continuamente de forma muy realista el lamento por toda la necesidad y toda la miseria del tiempo presente.
Pero este lamento no retiene la última palabra;
la promesa de la salvación de Dios abre una mirada muy esperanzadora a un futuro que ya despunta de total justicia, amor y paz.
El alegre mensaje de la ‘Llegada’ de esta nueva realidad se extiende como un hilo rojo a través de todo el Evangelio de Jesucristo.
Este alegre mensaje es también el tema del discurso de Jesús sobre el tiempo final en el Evangelio de hoy:
La parusía del Hijo del Hombre es anunciada
cuando Él llegue “con gran poder y gloria sobre las nubes del cielo” y cuando los ángeles “entre fuerte sonido de trombones”
“reúnan a todos los elegidos por Él de los cuatro direcciones”.

Pero este verdadero e imponente mensaje alegre está ahora ensombrecido precisamente en el Evangelio por el espantoso y angustioso contexto de catástrofes muy agresivas, de guerras aniquiladoras y no dejemos en último lugar el amenazador “Juicio Final”.

Precisamente hoy, en el primer domingo de Adviento,  se podría tener la impresión
de que el Evangelista de este día no es Mateo
y, por tanto, el propio Jesús, sino Isaías,
profeta veterotestamentario:
“Al final de los días estará firme el monte de la casa del Señor como la más alta de las montañas…”
Con total alegría hacia Él confluirán los gentiles y dirán:
En este monte de Dios de Jerusalem dice el Señor: “justicia en la disputa de los pueblos…”
Después forjarán arados de sus espadas, podaderas de sus lanzas.
Ya no alzará la espada pueblo contra pueblo y no se adiestrarán para la guerra.
Vosotros venís de la casa de Jacob; nosotros queremos andar nuestros caminos a la luz del Señor.”

Este mensaje de una paz universal y placentera en justicia verdadera-
este mensaje alcanza exactamente la nostalgia de los seres humanos de todas las épocas y regiones.
De generación en generación esperan su cumplimiento, su ‘Adviento’, su ‘llegada’.
En el fondo de esta esperanza llena de nostalgia
 se convierte el Evangelio de Jesucristo –sin aislarse de Su discurso sobre el tiempo final sino el Evangelio como totalidad- en alegre mensaje verdadero.
Y lo anuncia a todo el mundo:
La plenitud del tiempo del mundo,
un tiempo verdaderamente de justicia y amor,
un tiempo de paz placentera y completa,
ha despuntado ya de forma irrevocable:
Dios mismo se ha hecho ser humano
en este Jesús de Nazareth,
Él ha plantado en el mundo Su amor de modo inextirpable,
Él ha superado definitivamente egoísmo, odio y guerra.
Él ha quebrado incluso el poder de la muerte.

Adviento no significa ya ‘esperar el santo del
día que nunca llegará’,
Adviento significa más bien:
la nueva Creación, el Reino de Dios se ha hecho realidad.
El grano se ha plantado en la tierra y ha germinado.
A pesar de todas las  resistencias crecerá para convertirse en un árbol muy extenso en cuyas ramas construirán su nido los pájaros.
Adviento significa:
Descubrir este crecimiento aquí y hoy completamente llenos de alegría.
promoverlo con fuerza e incluso vivir
según las normas y leyes del Reino de Dios.

Nos deseamos unos a otros en este tiempo de Adviento y con una mirada de alegre gratitud
a la fiesta del Nacimiento de Jesucristo,
una Navidad alegre y pacífica.
¡Esto es más que una teoría ‘piadosa’!
Este deseo debe ser una oferta y promesa activa:
En la confianza en el Dios encarnado de la paz
yo te deseo a ti y a todos nosotros aquella paz navideña, que nosotros no podemos ‘hacer’,
pero a la que podemos todos juntos abrir
las puertas y los portones en nuestras relaciones
y en nuestro mundo.
En la confianza en el alegre mensaje del Adviento
te deseo a ti y a todos nosotros aquella alegría
que Dios nos ha regalado a nosotros por medio
de Su Encarnación,
pero que nosotros podemos multiplicar donde vivimos siempre y también en aquella persona
con la que nos encontramos siempre.

Amén.