Homilía para el Cuarto Domingo de Adviento
Ciclo litúrgico (C)

23 Diciembre 2012
Lectura: Miq 5,1-4a
Autor: P. Heribert Graab S.J.
La llegada del Hijo del Hombre a este mundo está indisolublemente unida a un lugar,
que también en nuestros días genera titulares:
Bethlehem.
“Y tú, Bethlehem-Efrata, tan pequeña entre
las ciudades de Judá,
de ti saldrá Aquel, que debe dominar sobre Israel.
Sus orígenes son de antigüedad, desde los días
de antaño.” (Miq 5,1)
Y además hemos leído en la Lectura de Miqueas:
“Él se alzará y pastoreará con el poder de Yahwé,
con la majestad del nombre de Yahwé, su Dios.
Vivirán con seguridad porque Su poder se extenderá hasta los confines de la tierra.
Y Él será la paz.” (Miq 5,3-4a)

Totalmente en el sentido de la promesa
de Miqueas, nosotros los cristianos decimos que nació en Bethlehem, en la ciudad del Rey David:
Cristo, el Ungido de Dios, el Hijo del Hombre,
Hombre de Paz, Príncipe de la Paz…

Una de las más hermosas Lecturas de Isaías
para Adviento describe a este Príncipe de la Paz
en un lenguaje metafórico conmovedor:
“No juzga por las apariencias,
ni sentencia de oídas,
sino que juzga con justicia a los débiles
y sentencia con rectitud a los pobres del país.
Hiere al hombre cruel con la vara de su Palabra
y mata al malvado con el aliento de Su boca.
La justicia es el ceñidor de su cintura,
Fidelidad el cinturón alrededor de Su cuerpo.
Después el lobo habita con el cordero,
la pantera se echa en el cabrito.
Ternero y león pacen juntos,
un muchacho joven los custodia.
La vaca y la osa se alegran,
sus crías están una al lado de la otra.
El león come paja como el buey.
El niño de pecho juega delante de la cueva del áspid,
el niño mete su mano en la hura de la serpiente.
Ya nadie hace el mal ni comete ningún daño
en todo mi monte santo,
pues la tierra está llena del conocimiento del Señor,
como el mar está cubierto con agua.” (Is 11,3-9)

Se tiene que escuchar y admitir este texto
con toda tranquilidad, para poder apreciar verdaderamente en qué terrible contradicción
se presenta hoy Bethlehem – la ciudad del
Príncipe de la Paz.
Símbolo de esta ciudad de Jesús es hoy una muralla moderna humanamente hostil.
“Hasta una altura de ocho metros se elevan al cielo sillares de hormigón sobre Bethlehem.
La ciudad del nacimiento de Jesús es una pinza de agarre, muros, alambres espinosos, cámaras de vigilancia y una construcción fronteriza semejante
a un aeropuerto.” (1)

En este muro hay innumerables Graffitis-
como en el muro de Berlín en su tiempo.
Uno de ellos me parece digno de mención aquí: Procede del cartonista palestino Naji al-Ali
y muestra a un pequeño joven, como de
unos diez años, que está en el regazo de
una llorosa estatua de la libertad de América.

 
No por casualidad en la obra de arte del muro de Bethlehem se da una conexión entre la llorosa estatua de la libertad con un niño en su regazo y
las innumerables imágenes navideñas del Niño Jesús en el regazo de la Madonna.
El Graffiti del muro nos propone a nosotros,
los cristianos, una pregunta desesperada sobre qué significa nuestra fe navideña en la Encarnación
del Príncipe de la Paz y si y hasta qué punto esta fe determina nuestra vida y también nuestro actuar político.

Otro sugerente Grafik, cuya procedencia no conozco, también para reflexionar,
muestra a los tres Santos Reyes delante del insuperable impedimento del muro de Bethlehem.

 
Verdaderamente la estrella muestra el camino;
Pero ¡no hay ningún camino!
También esta imagen es una pregunta a nuestra fe:
¿Qué emprendemos nosotros como cristianos
para que las personas hoy verdaderamente
puedan llegar al Príncipe de la Paz recién nacido?
¿Dónde levantamos nosotros mismos incluso muros,
que impiden a las personas llegar junto a ÉL?
O, por el contrario:
¿Impedimos Su llegada junto a las personas?
¿Dónde erigimos muros mediante nuestro propio comportamiento?
Y ¿cómo tratamos, por ejemplo, el que en nuestro nombre innumerables personas sean empujadas
a la huida por los muros de ‘nuestra’ Europa o incluso a la muerte?
¿Recordamos cuando los medios de comunicación informen sobre esto, que este Niño,
cuyo nacimiento celebramos, se convirtió muy pronto en un refugiado?

Contra la deprimente realidad en la ciudad del nacimiento de Jesús pongamos nosotros con
los cristianos y los judíos, así como para los musulmanes en todo el Oriente Próximo nuestra fe y nuestra confianza en la realización de las visiones de Isaías y las predicciones del profeta Miqueas.
Además como cristianos nosotros estamos convencidos:
Con la Encarnación de Dios, que celebramos
en estos días ya ha caído en la tierra la semilla
de aquel Reino de Dios de justicia y de paz,
que Jesús anunció.
Irá creciendo hasta convertirse en un
“árbol, en el que los pájaros pondrán su nido”.
Todos nosotros somos llamados mediante la palabra y la acción de Jesús a fomentar este crecimiento.
Y también nosotros podemos contribuir a esto mediante nuestra oración consciente con las palabras de Adviento de Jesús:
“¡Venga a nosotros tu Reino”

Amén.

(1) Periódico Süddeutsche online, 17.05.2010