Homilía para el Tercer Domingo de Adviento
del ciclo litúrgico “C”

16 Diciembre 2012
Lecturas: So 3,14-18a y Flp 4,4-7
Autor: P. Heribert Graab S.J.
Tradicionalmente en la Iglesia católica,
el Adviento es un tiempo de conversión y penitencia,
un tiempo muy serio por tanto, el retorno a uno mismo,
un tiempo de ‘gran purificación’ antes de la fiesta.
Esto se expresa litúrgicamente en el violeta,
‘color penitencial’, en la supresión del Gloria
en la Misa dominical y también en la renuncia
a los adornos florales en la Iglesia y aquí,
en Sankt Peter, adicionalmente las imágenes son tapadas, de modo semejante a como se hace
en Cuaresma.

Pero ahora se dice por lo menos en este
Tercer Domingo de Adviento
“¡Gaudete!” –“¡Alegraos!”
Esta expresión conmueve desde el Introito,
el versículo litúrgico de apertura:
“¡Alegraos en el Señor en todo momento!
Otra vez digo: ¡Alegraos!
Pues el Señor está cerca.”
Para la mayor parte de nosotros este versículo expresa que
Hoy comprendemos el tiempo de Adviento
más que como un tiempo de alegría anticipada,
como un tiempo de alegre preparación para
la fiesta de Navidad.
Finalmente se dice que la alegría anticipada es la alegría más auténtica.

Ya durante todo este tiempo, muchas casas están adornadas con cadenas de luces, que hacen claro
este obscuro tiempo del año.
Los centros de las ciudades emanan una verdadera abundancia de luces.
Tranquilamente prevemos que con esto se trata
de publicidad para las ventas de Navidad.
Pero, independientemente de ello, este mar de luces expresa también alegría anticipada.
No pocos de nosotros nos dejamos contagiar
por esto y gozamos de estas luces
- por ejemplo del cielo de estrellas verdaderamente hermoso sobre el nuevo mercado.
¡Gozamos con razón!
Pues en verdad tenemos motivo de alegría.

Ciertamente esto nos interpela por la cuestión
de la ‘sostenibilidad’,
por decirlo con una expresión moderna,
pero totalmente acertada.
La masa no lo hace.
Ya el segundo día de Navidad ha pasado todo.
Después ya están otros temas en primer plano
y los efectos de las relaciones públicas y
de otros espectáculos encadenan nuestra atención.
¿¿¿Qué queda ya de las Navidades???

Me parece que la Iglesia en su liturgia presenta
un camino más orgánico de crecimiento lento,
que precisamente se orienta a la ‘luz en la obscuridad’.
En el Adviento comienza este camino con
un solo cirio en la corona de Adviento.
Encendemos este cirio con frecuencia
en una Iglesia iluminada con claridad.
Pero ciertamente este único cirio adquiere
¡su fuerza simbólica!
¡Encendemos un único cirio en un espacio verdaderamente obscuro!
Cuando los ojos de ustedes se hayan acostumbrado
a la obscuridad percibirán cuanta luz sale del cirio-
luz, que hace posible la orientación hasta el último rincón de la Iglesia.

Personalmente para mí es aún perceptible la fuerza luminosa de este único cirio en la liturgia
de la noche pascual:
Continuamente me sorprendo de cómo el solo y único cirio pascual en la entrada de la obscura Iglesia ilumina el amplio espacio de la misma.
Y cuando después la luz se transmite, se multiplica poco a poco hasta que finalmente toda la Iglesia resplandece con un brillo festivo.

De modo semejante en el tiempo de Adviento aumenta constantemente la luz
-durante un espacio de cuatro semanas-
hasta que finalmente resplandece en el árbol
de Navidad festivamente y calienta los corazones
de las personas.

Pero no olvidemos que todas las luces que encendemos son símbolos.
Su verdadera fuerza luminosa y su continua eficacia en nuestra vida cotidiana la reciben de los contenidos por los que se mantienen.
La abundancia de luces en nuestros centros
de compras nos comunica el mensaje:
¡Alegraos con los regalos que están sobre la mesa
de Navidad ricamente recubierta!

Por el contrario, el mensaje de las luces de Adviento en nuestras Iglesias, dice:
¡Alegraos porque el Señor está cerca!
Con Su amor Él está cerca de nosotros día tras día
y esto también cuando no haya aparentemente nada que celebrar:
•    Su amor ilumina también la obscuridad de nuestras preocupaciones:
•    ese amor nos alienta, cuando sentimos que ya no estamos a la altura de la dureza de la vida;
•    nos consuela en las horas, semanas e incluso años de tristeza.


Dios mismo se hizo ser humano, uno de nosotros,
nuestro amigo y nuestro compañero de viaje.
Por Él podemos sabernos amados y
podemos estar seguros de que
¡Él no nos abandona nunca! ¡Él es fiel!

La diferencia esencial de ambos mensajes está clara:
La alegría por los regalos de Navidad vuela
en pocos días, sobre todo si estos regalos
no son expresión creíble de un amor
seguro y estable.
Pero la alegría por el amor de Dios,
que en Su Encarnación ha recibido ‘pies y manos’,
puede marcar un amor total y dar sentido a esta vida.

No sólo en Navidades, sino durante todo el año y aún de un modo especial en el tiempo pascual
ora y canta la Iglesia aquellos antiguos salmos de la alegría en Dios:
“¡Dad gritos de júbilo ante el Señor, todos los países de la tierra, alegraos, dad gritos de alegría y cantad!”
(Salmo 98,4)
Ya dentro de pocos días cantaremos:
“Ahora alegraos, vosotros cristianos, cantad canciones de júbilo…”
“Con dulce júbilo, cantad ahora y alegraos…”
o “el cielo se alegra y la tierra da gritos de júbilo…”

Nuestra alegría ¿cuánta duración y con ello
cuánta solidez tiene?
Y ¿qué es lo que nos pude ayudar a una alegría duradera, cuando la Navidad se ha olvidado
hace ya mucho tiempo?

Cuando pienso en la alegría y en el júbilo,
que estalla en la Müngersdorfer Station,
cuando el club de fútbol ha ganado y
se me hace evidente: ¡Esto no puede ser!

Cuando recuerdo la alegría y el júbilo,
que estalló en El Cairo cuando fue derribado Mubarak, se me pone ante la vista en seguida
el desgarramiento de Egipto.
Y también entonces pienso:
¡La alegría de Adviento tiene que ser algo muy diferente!
En Adviento se trata de las nostalgias más profundas del ser humano individual y, al mismo tiempo,
de satisfacer a la humanidad entera.
Pero la nostalgia humana no tiene fronteras:
“En todo ser humano hay un abismo,
que sólo se puede llenar con Dios,”
dice Pascal.
Incluso el amor humano -que puede hacer tan feliz-
finalmente no satisface este abismo de nostalgia que hay en nosotros.

Adviento significa:
•    Dios mismo se vuelve hacia nosotros.
•    Él derrama Su Amor en las vasijas vacías de nuestra nostalgia.
•    Su justicia llega a la injusticia de este mundo.
•    Su misericordia supera nuestra pobreza.
•    Él perdona nuestra culpa y nos salva de la carga agobiante y de sus consecuencias, aparentemente inevitables.
•    La paz de Dios, que excede toda comprensión, se extiende de persona a persona, de pueblo a pueblo, de comunidad religiosa a comunidad religiosa.

Y es fundamental para esto aquella paz, que Dios restablece entre sí mismo y la humanidad,
que desde el principio se sublevó en contra Suya.

El Adviento de Dios en este mundo nos abre
a un futuro, en el que nosotros podamos ser
de verdad seres humanos a Su imagen y semejanza.
El Adviento de Dios nos plenifica con la indecible felicidad, que nos hace que podemos ser nosotros mismos si ustedes así lo quieren, para finalmente realizarnos a nosotros mismos.

Todo esto supera ampliamente nuestra capacidad de comprensión.
Es como si soñáramos.
De la faz de la Biblia salen las ideas y palabras
de esta nueva realidad,
cuyo ‘adviento’, cuya llegada nosotros celebramos.
Así se comienza a balbucear, a apilarse palabras unas sobre otras:
“¡Llénate de júbilo, Hija de Sión! ¡Da gritos de júbilo, Israel! alégrate y regocíjate...”
Y recurre a imágenes grandiosas:
En las cumbres peladas brotarán ríos de agua viva
y fuentes en medio de los valles.
El Señor convierte el desierto en estanque
y la tierra reseca en oasis. (Is cf. 41,18)
Conduciré a los ciegos por caminos,
que ellos no conocen.
La obscuridad ante sus ojos, Él la convierte en luz.
Él endereza lo torcido. (cf. Is. 42,16)

Todos estos maravillosos textos los escuchamos en las Lecturas de Adviento.
Tómense ustedes de forma muy privada o en familia y en el círculo de amigos tiempo para ello a pesar de todo el ajetreo.
Ábranse ustedes al mensaje de estos textos.
Permitan que la fe del Adviento crezca en ustedes.
Acojan la alegría, incluso el júbilo,
que estos textos quieren implantar en nosotros.

Y transmitan ustedes la alegría llena de esperanza del Adviento, para que ésta crezca en nuestro mundo escéptico, como la luz crece en la corona de Adviento.

Amén.