Homilía para el Domingo Segundo de Adviento
del ciclo litúrgico (C)

9 Diciembre 2012
Lectura: Bar 5,1-9
Autor: P. Heribert Graab S.J.
Adviento – significa ‘llegada del Señor’:
•    llegada, entonces como un Niño pequeño en el establo de Bethlehem;
•    llegada también hoy en toda mi vida diaria;
•    llegada al final de los tiempos y también al final de mi propio tiempo.

Así nos es familiar el Adviento,
así el Señor nos invita a preparar el camino,
así Él es también el último y auténtico motivo
de nuestra alegría prenavideña.

Pero ahora la Lectura de Baruc nos anima hoy
a entender el Adviento de forma muy diferente:
aquí se trata del pueblo de Dios que regresa a su ciudad.
Dios mismo le prepara a Su pueblo el camino:
“Que se abajen todos los montes elevados…
que los valles se rellenen y se nivele la tierra,
de modo que Israel bajo la gloria de Dios
pueda establecerse allí con seguridad.”

Y Jerusalem, la ciudad de Dios, debe adornarse
para la llegada del pueblo que regresa.
Dios mismo hace esta ciudad,
como una ciudad de paz y de justicia
para que la llegada del pueblo
se convierta en una llegada para siempre.

Por consiguiente, aquí se desplaza nuestro campo visual a la llegada de las personas junto a Dios,
tomado con exactitud, también a nuestra llegada
junto a Él.
Sobre esto, se me ocurren en seguida varios relatos de los Evangelios:
Ya al principio los ángeles de Dios invitan
a los pastores a hacer el camino hacia el establo
de Bethlehem.
El Evangelio de Lucas y muchas historias populares relatan su llegada al pesebre junto al Niño divino.

Un poco más tarde sucede la llegada de los
Tres Magos de Oriente junto al Rey “recién nacido”.
También su ‘llegada’, su ‘adviento’ -pintado
en muchas historias e innumerables obras de arte cristiano, es una invitación a nosotros,
a nosotros para hacer el camino como ellos,
para ‘llegar’ finalmente junto a Él.

También más tarde el Evangelio relata continuamente como las gentes afluían desde lejos
y “de todas las ciudades” (p.e. Lc 8,4; Mc 6,32),
para encontrarse con este Jesús,
para oír Su mensaje,
para estar cerca de Él y poder tocarle lo más posible,
para ser curados por Él:
en todos estos relatos sucede el ‘Adviento’,
la llegada de las gentes a la cercanía del Mesías prometido,
del Salvador, del Dios Encarnado.

Todos nosotros conocemos canciones de Adviento como éstas:
“¡Despertad, levantaos pues el Señor está cerca!”
Quizás debiéramos formular esto desde otro punto de vista:
“Despertaos, levantaos, haced el camino
para que lleguéis por vuestra parte a Su cercanía.”

Esto podría significar concretamente:
¿Hacer hoy el camino para llegar a Él?
Yo no les digo a ustedes nada nuevo,
sino que menciono muy brevemente
los caminos acreditados en la Iglesia tradicional:
* El camino de la lectura de la Escritura:
por tanto, ponerse en camino como el que escucha.
* El camino de la oración:
dirigirle a Él continuamente la palabra, llamarle, esperar respuesta, incluso aunque esta espera parezca en vano.
*El camino meditativo hacia dentro:
buscarle a Él en mi propio interior, más o menos como aquella viuda del Evangelio,
que buscaba un dracma perdido
y para ello puso toda la casa patas arriba. (Lc 15,8 s)
* El camino comunitario de la celebración eucarística:
Dejarse invitar por Él al banquete, huyendo de la costumbre superficial y experimentando de nuevo Su presencia.

Ciertamente ahora, en el tiempo de Adviento,
se nos recomienda continuamente,
a pesar de todo el jaleo pre-navideño,
elegir el camino del silencio para aproximarse a Él.
Este camino podría conducir verdaderamente
con un poco de paciencia a la meta.
Pero también sería posible acercarse a Él
por el camino aparentemente opuesto:
Diríjanse ustedes al centro de trepidante ajetreo
de la Schildergasse (calle comercial de Colonia) o también a las apreturas de uno de los mercados navideños de Colonia.
Pero, por favor no para comprar o para hacer rápidamente esto o aquello.
Tómense ustedes tiempo sólo para fijarse en las personas y contemplar sus rostros.
cada uno de ellos ha sido creado a imagen y semejanza del Dios Encarnado.
Por tanto, en todos pueden reconocerle a Él mismo,
si ustedes miran de forma precisa y
con los ojos de la fe.
Él quizás esté detrás de la máscara del ajetreo o también entre las montañas de paquetes o
las bolsas de compras.
Pero, en todo caso, Él les saldrá al encuentro.
Ustedes sólo tienen que contar con Él.

Esta forma de llegar Él también les puede parecer desacostumbrada, pero corresponde totalmente a la tradición de la fe cristiana.
Ésta nos dice finalmente desde siempre que ÉL quiso encontrarse con nosotros en nuestro prójimo.
Y que lo que nosotros mismos hiciéramos al más humilde de nuestros prójimos,
se lo hacíamos a Él mismo.
Y el amor al prójimo y el amor a Dios son a final de cuentas uno y lo mismo.

En estas semanas y días antes de Navidad
lo recordaremos con frecuencia por petición de donativos.
Ciertamente podemos hacer con algún que otro donativo mucho bien.
Y en un sentido totalmente literal estos donativos van dirigidos a la necesidad.
Pero, dando donativos de forma ‘abstracta’ evitamos el encuentro concreto con las personas en necesidad.
Y con ello renunciamos a la experiencia personal de encontrarnos con ÉL de acercarnos a ÉL.

Pero Él, el Hijo del Hombre, Jesucristo,
Dios mismo, se encuentra con nosotros de forma ¡experimentable! –no en la hucha o en la lista de donativos;
ÉL nos encuentra y nosotros nos acercamos a Él,
si nosotros, sin mediaciones, nos aproximamos
a aquellos que nos necesitan:
Si nosotros les dedicamos tiempo,
los escuchamos,
buscamos el diálogo con ellos y – al menos pasajeramente- estamos presentes para ellos.

Por regla general, para encontrar a estas personas y con ellas encontrarle a ÉL no tenemos que ir muy lejos:
las encontramos en nuestro vecindario y quizás incluso en nuestra propia familia.

Por consiguiente, consideren el Adviento
como una invitación para ponerse en el camino
de este o aquel prójimo,
que nos necesita y que incluso quizás nos espera.
E intentemos – aunque nos resulte difícil –
creer que nosotros de esta forma también
nos aproximamos a ÉL.

Amén.