Homilía para el Domingo Primero de Adviento
del ciclo litúrgico (C)

2 Diciembre 2012
Lectura: Jr. 33,14-16
Evangelio: Lc 21-25-28/34-36
Sugerencias para esta homilía de Wilhelm Willms (‘Magnificat’, Dic. 2012, pág. 26 s.)
Autor: P. Heribert Graab S.J.
¿Saben ustedes verdaderamente
por qué el año civil comienza el uno de Enero?
Esta fecha remite a la antigua cronología romana:
El primero de Enero comenzaban los cónsules romanos el desempeño de su cargo.
Si esta circunstancia es verdaderamente un motivo,
para que comencemos también el año 2013
el primero de Enero,
pueden juzgarlo ustedes por sí mismos.

Los cristianos ya comenzaron en la antigüedad
a contar los años a partir del nacimiento de Cristo.
La cuarta oración de nuestra liturgia dice:
Dios ha enviado a Su Hijo como Salvador
de la humanidad “después de que llegase la plenitud de los tiempos”.
Hacia esto se han orientado también los cristianos ya muy tempranamente para la fijación del comienzo del año.
Primeramente eligieron el 25 de Marzo-
día de la Anunciación del Nacimiento de Jesús
en María.
Más tarde se tomó –en todo caso en muchas partes de Europa– el día seis de Enero como día de
Año Nuevo, por tanto, el día de la Manifestación
del Señor, la fiesta de Navidad más antigua
de la Cristiandad.

Desde el siglo VII, el año litúrgico comienza con el ‘Adviento’, por consiguiente, con el tiempo que abarca la ‘llegada del Señor a este mundo’ de forma consciente.
¡Por eso también para nosotros comienza año tras año y siempre de nuevo una nueva época!

Por otra parte, los relojes andan como los relojes de este mundo.
Reciben sus impulsos mediante el ‘mammon’ y
están programados para la ‘muerte’.
Nuestros relojes, por el contrario, tienen a Jesucristo como dador de impulsos y están programados 
para la Vida, para la Resurrección.
Futuro y plenitud en la eternidad de Dios.
El tiempo de este mundo corre y corre y corre
hacia el vacío.
La vida cristiana tiene otra cualidad temporal.
El tiempo cristiano está orientado hacia la esperanza y la confianza creyente, hacia la paz definitiva
y la plenitud de la vida.

Con la confianza en la acción de Dios en este tiempo ya vio Jeremías en una visión despuntar el tiempo venidero de la salvación en el nacimiento de un retoño de David.
Mediante Él se harían realidad, justicia y razón
como factores determinantes de la realidad.
Jeremías resume este mensaje de salvación
en el lema “Yahwe es nuestra justicia”.
Y ciertamente este lema es entonces el núcleo
de lo que Jesús en Su mensaje del ‘Reino de Dios’
anuncia y vive: “Yahwe es nuestra justicia” y precisamente no una justicia dirigida por los intereses de este mundo y menos aún por nuestra propia egolatría.

Los relojes de Dios andan de forma diferente que los nuestros.
Dios se coloca sobre el tiempo que es necesario para un crecimiento orgánico.
Por eso Jesús compara el ‘Reino de Dios’ venidero con un grano de mostaza, que es una semilla muy pequeña,
pero que cuando crece se convierte en un árbol,
en cuyas ramas anidan los pájaros del cielo.
Pero al final de este tiempo, en el Reino de Dios crece y va madurando y
“verá venir al Hijo del Hombre con gran poder y majestad sobre una nube.”

Con cuanta frecuencia, también aquí:
La imagen de la ‘nube’ corresponde a la del propio Dios.
El ‘Hijo del Hombre’ se hace visible a todo el mundo en Su gloria divina.
El puente entre Dios y los seres humanos es definitivamente transitable en ambas direcciones.
La humanidad es ‘salvada’ por la cercanía de Dios autodeseada.
Finalmente despunta un tiempo de paz venturosa.

Pero para ahora se dice que hay que estar orando despierto y vivir desde la conciencia de que
la eternidad de Dios ‘llega’ en cualquier época
a nuestra vida.
Su Encarnación no es sólo un acontecimiento histórico.
Él quisiera también hoy y aquí hacerse humano.
Él quisiera ‘venir’ a mí mismo y a cada uno de nosotros:
¡un Adviento muy personal!

Esto puede y debe suceder muy concretamente:
En el ‘ángel del Señor’ recuerda la Iglesia diariamente la Encarnación de Dios entonces
en María:
“El ángel del Señor trajo el mensaje a María
y ella recibió al Espíritu Santo.
María dijo: He aquí la esclava del Señor;
hágase en mí según Tu Palabra.
Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros.”

En la historia del arte cristiano hay muchas representaciones de este acontecimiento, bajo el título de “Conceptio per aurem”, es decir,
“concepción por medio del oído”.
El arcángel Gabriel es ‘sólo’ el portador del mensaje;
la verdadera Palabra, la ‘Palabra de Dios’
viene de la boca del Padre y se desliza,
por así decirlo, como embrión en un rayo
que va directamente al oído de María.
Ciertamente esto también sucede hoy:
La Palabra de Dios debe alcanzar nuestro oído interior, penetrar en nosotros y
tomar cuerpo en nosotros.
Debe recibir en nosotros y mediante nosotros ‘manos y pies’.
Por tanto, debe hoy hacerse carne mediante nosotros.

Por eso debiéramos ser finos de oído y receptivos para la Palabra de Dios.
Y debiéramos responder como María:
“Yo soy la esclava, yo soy la servidora del Señor;
hágase en mí según tu Palabra.”
O como oramos continuamente en el Padre nuestro:
“¡Hágase Tu voluntad!”

Adviento también significa:
Embarazarse continuamente de nuevo de Dios,
de la ‘Palabra de Dios’, del ‘propio Cristo.
Que la concepción de María se realice siempre
de nuevo en nosotros.
Que Cristo venga siempre de nuevo al mundo.
Siempre de nuevo: es decir, también con todas las complicaciones, que ya entonces trajo consigo.
* Pensemos en la búsqueda de hospedaje:
No se acoge a este Cristo, la Palabra de Dios,
en ningún lugar, en ninguna época,
tengo cosas más importantes que hacer…
* Pensemos en la huida a Egipto:
También hoy hay muchas posibilidades de huida –
huida en la empresa y en el gentío de nuestro alrededor,
huida por las obligaciones profesionales o
en las diversiones,
huida hacia dentro, en islas mentales-espirituales o en el bienestar de oasis espirituales.

Con frecuencia decimos que los primeros cristianos erraron tremendamente con la espera cercana de la segunda venida de Jesucristo.
Verdaderamente ¿por qué?
Si nosotros situamos la venida de Cristo en tiempos venideros o en nuestro final en la muerte,
entonces perderemos los momentos importantes
de Su venida en las situaciones y realidades
de nuestra vida. 

Amén.