Homilía para el Cuarto Domingo de Adviento
del ciclo litúrgico B

18 Diciembre 2011
Lectura: 2 Sam 7,1-5.8b-12.14a.16
Evangelio: Lc 1,26-38
Autor: P. Heribert Graab S.J.
Es siempre fascinante ver
cuánto se parecen los seres humanos más allá
de los milenios.
Tomen ustedes como ejemplo al Rey David.
Él es, sin duda, un hombre creyente y también piadoso.
Lo que dice al profeta Natán,
verdaderamente lo ha sentido así:
“Yo habito en una casa de madera de cedro,
pero el Arca de Dios habita en una tienda.”
Este conocimiento le motiva
para construirle a Dios una vivienda adecuada
en medio de Su pueblo,
un Templo suntuoso, que sea digno de Dios.
El profeta le alienta en este proyecto:
“¡El Señor está contigo!”

Pero ¡aquí hay gato encerrado!
Natán no lo descubrió
quizás porque era ingenuo,
pero más probablemente porque miró de buena fe
y “con buenos ojos” al Rey piadoso y creyente.

El anzuelo de la historia:
Los motivos de David no eran en absoluto tan “puros” como parecían a primera vista:
Ciertamente no se trataba de la gloria de Dios;
sino de su propia gloria no en último lugar,
de su prestigio en el pueblo,
de la impresión en los pueblos de alrededor
y del esplendor de su monarquía y de su poder.
Por encargo de Dios, Natán va otra vez al Rey
y le recuerda:
Nada de tu prestigio y de tu poder político se basa en tu propia sabiduría ni en tu eficacia.
Más bien todo lo que has alcanzado es el resultado de la actuación de Dios en favor de Su pueblo y
de su Rey.
¡Todo es don de Dios!
¡Todo es gracia!

A consecuencia de esto no construyes tú una casa para Dios, sino por el contrario:
Dios te construye una casa:
La casa de Su cariño, la casa de Su fidelidad.
Simbólicamente esto se hace visible en la permanencia eterna de la casa de David.

¿Hasta qué punto se parecen los seres humanos hasta el día de hoy?
La catedral de Colonia fue construida para la gloria de Dios, pero ¡no sólo!
Como mínimo se trataba al mismo tiempo del prestigio de esta ciudad.
Y en la terminación de la catedral en el año 1860
se trató incluso más de la gloria de Prusia.

Más de una iglesia de aldea tiene una torre más alta que la iglesia de la aldea vecina.
El motivo no es precisamente la mayor piedad ni el procurar la mayor gloria de Dios.
En muchos casos se trata muy concretamente de competencia:
¡Se lo queremos demostrar a los de la iglesia vecina!

Y ustedes saben ¿por qué en algunas cuestaciones a domicilio se reúnen generosos donativos con listas?
Tampoco se trata aquí sólo de buena intención.
Más bien ninguno quiere parecer mezquino,
porque el vecino puede ver cuanto he donado.

Probablemente Dios también nos diría a nosotros por medio del profeta Natán:
Por favor, vosotros no me construís ninguna casa
ni con piedras ni con dinero de donativos.
¡Lo que tenéis y lo que sois, lo tenéis como feudo o también como regalo mío!
Yo os construyo una casa, como se la he construido a David:
  • La casa de vuestra vida, que me debéis. 
  • La casa de vuestro bienestar, que no habéis creado vosotros.
  • La casa de vuestro futuro, que os he abierto mediante Jesucristo.
  • La casa de la seguridad en mi amor y fidelidad fiable.
Desde el punto de vista del Evangelio de hoy se puede leer de forma diferente otra vez la Lectura veterotestamentaria:
¡David y todos vosotros- no me construís ninguna casa!
Pues Yo ya me he construido desde el principio una casa, en la que quisiera habitar en medio de vosotros.
Yo no quisiera –como vuestros ídolos- habitar en casa de piedras.
  • Yo quiero más bien habitar en un ser humano, en Jesús, el Cristo, cuyo nacimiento celebráis años tras año. 
  • Yo quiero habitar en cada persona; pues todos vosotros sois creados a mi imagen y semejanza, y todos vosotros sois hermanas y hermanos de este Jesús de Nazareth.
  • Yo quisiera habitar en toda comunidad, que, mediante Su amor se reúne.
Esta comunidad de amor, de justicia y de paz, esta comunidad de seres humanos según la imagen del ser humano sencillamente,
esta comunidad humana a fondo
es una verdadera “casa” para el propio Dios
y para toda persona de este mundo.

Amén.