Homilía para el Bautismo del Señor
9 Enero 2011
Evangelio: Mt 3,13-17
Autor: P. Heribert Graab S.J.
¿Qué fue verdaderamente el pasado jueves?

Yo parto de que ustedes saben:
No sólo nuestra Iglesia sino la cristiandad universal ha celebrado el seis de Enero la fiesta de la Epifanía del Señor.
En occidente este día se denomina también el de los Tres Santos Reyes.
Sorprendentemente esta fiesta es día de trabajo normal no sólo en todo el norte de Alemania,
incluso aquí entre nosotros, en Colonia –
•    y esto aunque estos Tres Reyes, estos tres astrólogos y sabios son los Patronos de la ciudad de Colonia;
•    y esto aunque esta ciudad está orgullosa del magnífico Relicario de los Tres Reyes, al que peregrinan innumerables turistas y también peregrinos del mundo entero;
•    y esto aunque las coronas de los Reyes bíblicos adornan el escudo de la ciudad de Colonia y además sirven de renombre de asociaciones de Carnaval y de negocio a muchas firmas comerciales de Colonia.

Pero es más importante que nosotros pensemos en lo que hace sumamente significativo este seis de Enero.

¡Se trata de la fiesta de Navidad más antigua del mundo!
Al principio no estaba en primer plano
el Nacimiento de este Niño de Bethelem.
Para los primeros cristianos era más importante:
¡Dios mismo se ha manifestado en este mundo en carne mortal!
Su Luz ilumina desde entonces nuestras obscuridades.
Con Su manifestación ha despuntado en nuestra realidad el Reino de Dios,
el Reino de la justicia, de la paz y del amor.
¡Esto ciertamente da a la Navidad un motivo
para la celebración!

La manifestación de Dios en este mundo
se hizo evidente a los ojos de los primeros cristianos, de todo el que lo quisiera ver,
en Bautismo de Jesús:
“Se abrió el cielo;
vio al Espíritu del Señor descender como una paloma;
y una voz del cielo decía:
Éste es mi Hijo amado, en el que tengo puestas todas mis complacencias.”
Por consiguiente, nosotros hemos oído en este momento el Evangelio de la Navidad más antiguo
de la Cristiandad.

Pero además esto no quedó aquí:
El misterio de la Fiesta de la Epifanía del Señor
fue -¡y es!- tan grandioso, que se reconoció también en otros textos del Evangelio:
•    En el primer signo que Jesús realizó en las bodas de Caná, manifestaba la Epifanía de Dios en nuestro mundo.
•    La estrella de Bethlehem, que condujo a los Magos, como representantes de todos los pueblos, al establo para adorar al Niño, se refería a la manifestación del Señor.
•    Y -visto históricamente- se añadió al final el mensaje de los ángeles a los pastores y su jubilosa alabanza en los pastos de Bethlehem.

Por consiguiente, Navidad tiene a diferencia de la mayor parte de las fiestas de nuestra fe no sólo un Evangelio, sino ¡cuatro como mínimo!
En la liturgia de la Iglesia Oriental, antes como ahora, el relato del Bautismo de Jesús está en el punto central.
En la liturgia de la Iglesia Occidental se ha formado algo así como una fiesta-elipse:
Cuyo primer foco es nuestra actual fiesta de Navidad con el Evangelio de la Noche Santa.
Cuyo segundo foco es el seis de Enero con el Evangelio de la Adoración de los Reyes.

Pero todos los demás Evangelios navideños tienen también en la liturgia occidental hasta el momento actual su lugar en este tiempo festivo navideño-
por ejemplo, el Evangelio del Bautismo hoy.
¡Por consiguiente, también hoy celebramos Navidad!
¡Y celebramos la manifestación del Señor!
¡Y finalmente se trata de uno y el mismo misterio festivo!
Por consiguiente, en los Evangelios de estos días se refleja la manifestación de la Luz divina en este mundo.
Pero también otros muchos textos de los Evangelios son reflejos semejantes –sobre todo los muchos relatos de curaciones-.
Además los primeros cristianos vieron en muchas experiencias propias en sus comunidades un reflejo de la gloria de Dios.
Sobre todo la experiencia del amor fraterno en sus comunidades fue (¡y es!) aquí y allá una referencia
a la manifestación del Amor de Dios en nuestro mundo.

Yo creo que todos nosotros debíamos abrir un poco más todos nuestros sentidos para también hoy y en nuestra vida diaria experimentar la manifestación de Dios, la manifestación de Su esplendor y la manifestación de Su amor.
Ignacio de Loyola nos anima a buscar y hallar a Dios en todas las cosas,
por consiguiente, a percibir la manifestación de Su Luz.
Quizás la descubramos en los ojos resplandecientes de un niño o en la sonrisa de una persona extranjera con la que nos encontramos.
Quizás la descubramos también en los pequeños “milagros” de nuestra vida diaria, en los que tan
a menudo no ponemos ninguna atención.
¡Hagan ustedes una búsqueda en esta semana o quizás incluso en este año todavía nuevo con ojos y oídos abiertos!
Se extrañarán de cómo a menudo y de forma imprevista, su propia vida se hace transparente a la manifestación del Señor.
Amén.