Homilía para la Misa del Gallo
2010
Evangelio: Lc 2, 1-14
Autor: P. Heribert Graab S.J.
La historia de la Noche Santa se cuenta entre
los más hermosos relatos de la literatura mundial.
En los años setenta del siglo XX los teólogos han descubierto de nuevo el significado fundamental
de los relatos para la fe de la Iglesia.
Recuerdan que los antiguos relatos de la acción liberadora de Dios para Su pueblo fundamentaron
la comunidad de fe de Israel
y que Israel, mediante estas historias contadas continuamente de generación en generación,
consiguió su identidad a través de muchos siglos.

En la Cristiandad y sobre todo también en la Iglesia católica parecía hace mucho tiempo
como si el verdadero fundamento de la fe fuese
una dogmática orientada a conceptos y especulaciones.
Pero en realidad también son fundamentales para nuestra fe personal y para la fuerza de la fe eclesial que forma comunidades, los relatos de Jesús transmitidos a través de los siglos.
Los Evangelios se componen, no por casualidad,
en su mayoría de una multitud de relatos emotivos
y el relato de Navidad es uno de los más hermosos entre ellos.

Ya las primeras palabras de este relato también hoy son muy familiares para muchas personas, incluso aunque no tengan nada que ver con la Iglesia:
“En aquellos días, salió un edicto del Emperador Augusto, ordenando que se empadronasen todos los habitantes del Imperio…”

Quizás la antigua traducción de Lutero dejó huellas aún claramente más profundas en la memoria colectiva de Alemania:
“Sucedió en aquel tiempo,
que se publicó un edicto del Emperador Augusto,
por el que todo el mundo sería evaluado…”

Por consiguiente, contemplemos hoy por la noche sencillamente esta maravillosa historia.
Quizás muchos de ustedes recuerden aquellas noches de invierno de su infancia, en las que
-con frecuencia a la luz de las velas-
era relatada o leída en voz alta esta historia:
por sus padres o también por la abuela.
Imágenes de una Biblia para niños, las grandes obras de arte o también un pesebre casero configurado amorosamente ilustraban estos relatos.
Probablemente hasta hoy están presentes en ustedes sobre todo las imágenes interiores de estas noches
de relatos.

Sin que se reflejase expresamente, estos relatos
nos comunicaban una fe profundamente enraizada.
Más aún: nos abrieron también a los contenidos esenciales de nuestra fe, que más tarde pudimos también comprender en ideas.

* Con independencia de esto, de si el contexto relatado es históricamente cierto
se representa el relato de la Encarnación de Dios como un acontecimiento en la historia concreta
de la humanidad:
Dios se mete -como ya en tiempos del antiguo Israel- en la historia real de los seres humanos
y se hace una parte de esa historia.
Por consiguiente, en nuestra fe no se trata del abstracto, lejano Dios de los filósofos.

* Expresamente el relato pone valor en la unión de este Niño, que ha nacido, con la “Casa de David”.
* Por consiguiente, en Él se cumplen las promesas de alegre esperanza de Israel y de sus profetas.
“Llegó para María el tiempo del alumbramiento,
y dio a luz a su Hijo, el primogénito.
Lo envolvió en pañales…”
Por consiguiente sucede algo que ocurre día tras día en todo el mundo:
Jesús llega como niño al mundo,
como todos nosotros hemos llegado al mundo.
Es totalmente ser humano como tú y como yo.
Lo que formularon Concilios posteriores en conceptos dogmáticos tras laboriosas discusiones -
aquí en este sencillo relato es algo “más comprensible”
que en muchas “ideas” teóricas.

* Después sigue el relato:
“Lo puso en el pesebre porque en la posada no había sitio para ellos.”
Aquí se hace ya visible a primera vista de la vida de Jesús:
Él comparte el destino de los pobres de este mundo.
Para las personas, que están de viaje sin recursos,
tampoco hay hoy ningún sitio, como entonces en Bethlehem.
El Evangelio de Juan añade:
“Vino a los Suyos, pero los Suyos no Le recibieron.”
En la predicación de la Iglesia y en la piedad de las gentes humildes fue contemplada en todas las épocas la pobreza del establo.
Y la Iglesia de hoy incluso ha convertido en programa la “opción por los pobres”.
Pero, en la práctica sólo pocos hemos compartido la pobreza del Dios encarnado.
Todavía también hoy Francisco de Asís responde de estos pocos.

* La segunda parte del relato navideño
es la historia de los pastores.
Esta noche no sale una luz para los grandes de este mundo.
Dios manifiesta el misterio de Su Encarnación a las gentes humildes,
que, en esta Noche, velan y están atentas.
También están las primeras en el pesebre de su Señor.

* El relato de los pastores comunica una gran teología:
Cuenta muy sencillamente lo que en el año 451 formuló el Concilio de Calcedonia en conceptos teológicos:
Jesucristo es “verdadero Dios” y “verdadero ser humano” al mismo tiempo.
El Niño en el pesebre –envuelto en pañales–
es el Salvador, el Mesías –más aún: el propio Señor.

*  Los pastores además comprenden el sentido más profundo de la Luz resplandeciente en el medio de la obscuridad de la noche:
La Luz de Dios, la Luz de Su promesa, la Luz
de nuestra esperanza va al centro en la noche
de la miseria humana.

* La historia también nos dice:
“¡No temáis!”
No temáis en las obscuridades de vuestra vida-
Dios mismo aparece ciertamente en vuestra obscuridad.
Y no temáis ante la Luz resplandeciente de Dios-
Dios es ser humano como vosotros, un amigo afectuoso.

* Finalmente tampoco se necesita ante el relato de esta Navidad una complicada ciencia litúrgica:
Podemos partir hacia Bethlehem con los pastores,
para admirar al Niño divino, para llevarle dones, adorarle y de forma muy sencilla unir la voz
al himno festivo de la liturgia celestial:
“Gloria a Dios en las alturas y
en la tierra paz a los hombres de buena voluntad.”

Amén
Complemento como final de la Misa de Gallo:

¡Contar es contagioso!
Con frecuencia es así:
En un corro alguien cuenta una historia,
otro se siente animado a contar otra historia…

Así también el Evangelio de la Navidad ha animado a innumerables cuenta cuentos a relatar historias navideñas.
Con fogosa fantasía continúan presentando el relato del Evangelio;
le dan mayor realce o cuentan historias de nuestra época.
Algunas historias contadas de este modo, son obras de arte literarias y muchas de ellas, al mismo tiempo, teología narrativa.

Uno de los grandes cuenta cuentos de las historias navideñas es Kart Heinrich Waggerl (1897-1973).
Por último quisiera leer en voz alta una sencilla y breve historia suya:
“¿De qué se tiene que reír el Niño Jesús?”

Cuando José se puso de viaje con María para declarar en Bethlehem que él descendía de David,
lo que las autoridades hubieran podido saber
tan bien como uno de nosotros,
porque estaba escrito desde hace mucho tiempo –
en aquel tiempo bajó de nuevo del cielo secretamente el ángel Gabriel para vigilar en el establo.
Esto era incluso para un arcángel en su iluminación,
difícil de comprender,
por qué ahora en el establo más deplorable,
era en el que el Señor debía venir al mundo
y Su cuna ser nada menos que un pesebre.

Pero Gabriel quería al menos pedir a los vientos,
que no soplasen fuerte por las rendijas
y las nubes del cielo tampoco debían derretirse de emoción y cubrir al Niño con sus lágrimas.
Y a luz de las farolas se les tenía que inculcar otra vez, iluminar sólo tenuemente y no deslumbrar y lucir como las estrellas de Navidad.

El arcángel revolvió también todos los bichejos
del establo, las hormigas y las arañas y los ratones,
no quería ni pensar lo que podría suceder si la Madre María ¡quizás se horrorizase por un ratón antes de tiempo!
Sólo el asno y el buey podían quedarse,
El asno, porque había que tenerle a mano para la posterior huida a Egipto,
y el buey porque era tan enorme y tan vago
que no le hubieran podido mover del lugar todas las legiones celestiales.
Finalmente esparció una multitud de angelitos
alrededor del establo sobre las traviesas,
eran de tan pequeño tamaño que casi sólo constaban de cabeza y alas.
Ellos debían sentarse muy silenciosamente y tener cuidado y, al mismo tiempo, informar si algo malo
amenazaba al Niño en su desnuda pobreza.
Aún una mirada alrededor, después el Poderoso
alzó sus alas y susurró.

Bien así. Pero no totalmente bien, pues aún estaba sentada una pulga sobre el suelo del pesebre en la cama de paja y dormía.
Este diminuto monstruo se le había escapado al ángel Gabriel-
se comprende, ¡porque cuándo un arcángel había tenido algo que ver con pulgas!

Cuando el milagro había sucedido y el Niño en persona yacía sobre la paja, lleno de atractivo
y tan conmovedoramente pobre, los ángeles que estaban en el tejado revoloteaban alrededor del establo como un vuelo de palomas.
Algunos abanicaban al Niño con aromas balsámicos
y los otros estiraban la paja para que ningún pequeño tallo pudiera apretarle o pellizcarle.

Pero todo este crujido despertó a la pulga que estaba en la cama de paja.
Se hallaba medio muerta de miedo porque pensaba que alguien estaba detrás de ella, como de costumbre.
Dio vueltas en el pesebre e intentó todas sus mañas, pero finalmente, en la más extrema necesidad,
se deslizó en la oreja del Niño divino.

¡Perdóname! Susurró la pulga sin aliento,
“pero no puedo hacer otra cosa porque me matan
si me atrapan.
¡Yo desaparezco en seguida, pero sólo déjame ver cómo!”

Miró a su alrededor y, en seguida, tuvo un plan.
“Escucha”, dijo, “si yo reúno todas las fuerzas y
si tú te mantienes callado, quizás podría alcanzar la calva de San José y desde allí conseguir llegar a la ventana a  la puerta…”

“¡Salta!” dijo el Niño Jesús, de forma inaudible,
“yo mantengo silencio!”
Y la pulga saltó.
Pero no pudo evitar cosquillear un poco al Niño
cuando se enderezó y sacó las patas de debajo del vientre.

En este momento la Madre de Dios sacudió a su marido del sueño.
“¡Mira!” dijo María, “Bendito sea Dios, el Niño ya sonríe!”.

Amén.