Homilía para el Cuarto Domingo de Adviento (A)
19 Diciembre 2010
Lectura: Is 7,10-14
Evangelio: Mt 1,18-24
Autor: P. Heribert Graab S.J.
Un nombre une la Lectura de Isaías y el Evangelio:
El nombre de Emmanuel.
Y éste significa: Dios está con nosotros.
Hoy frecuentemente los padres jóvenes ponen a sus hijos nombres, que les gustan, o también nombres
de moda.
En tiempos de Isaías y también en tiempos de Jesús se ponían nombres por su significado más profundo.

Isaías no promete en absoluto bajo el nombre de Emmanuel al Mesías esperado, al Salvador del mundo.
Las primeras comunidades cristianas referían la promesa de Isaías a Cristo, al Mesías.
Isaías piensa incluso en un vástago de la dinastía davídica de Ajaz.
Y el nombre que Isaías le da,
contiene una crítica profética masiva a la política
del rey de Judá, Ajaz.

Éste es a carta cabal político.
Él y su pueblo son duramente acosados por una coalición de Siria e Israel, el reino del norte.
¿Qué hace un político en una situación así?
Pone su esperanza en un ejército fuerte y en aliados poderosos.
Pero Isaías pone el nombre de Emmanuel contra las recetas políticas-militaristas de Ajaz:
¡Dios está con nosotros! ¡Confiad en Él!

Cuando Ajaz, de forma aparentemente humilde objeta a Isaías:
“Yo no quiero pedirle nada al Señor
y no ponerle a prueba”,
esto significa, hablando claro:
“¡Aquí se trata de política!
¡Deja a Dios y a la religión fuera!
Yo me abandono con gusto al poder político y militar.”

Sería interesante indagar, el sentido de la realidad política de Isaías.
Sería interesante preguntar,
lo que el profeta ha aconsejado concretamente al rey, con seguridad que no ha sido cruzarse de brazos y no hacer nada en vista del peligro.

Un planteamiento así sería también hoy altamente interesante, por ejemplo en vista de la operación-Afganistán:
Tampoco aquí se les ocurre a nuestros políticos otra cosa que una solución militar del problema.
Todas las medidas civiles finalmente naufragan,
para las que no se necesita disponer de ningún dinero.
El nombre de Emmanuel –Dios está con nosotros–
nos provocaría a nosotros y a nuestros políticos
a buscar soluciones en el sentido de Dios,
siempre dando por supuesto, que nosotros,
en general, creemos en Dios y esto no sólo
¡los domingos!.

Por consiguiente, sería totalmente natural
poner algo más de atención en
el diálogo entre Isaías, el profeta, y Ajaz, el político.

Pero yo quisiera invitarles a ustedes a contemplar conmigo el Evangelio algo más de cerca y con ello a la persona más importante del relato, a este José,
que en la tradición cristiana está bastante marginado.
Los iconos navideños de la Iglesia Oriental expresan en imagen su papel de marginado con bastante acierto:
Muy a la orilla, aparentemente ajeno, está sentado, por regla general, sobre una piedra,
no mira ni a la Madre ni al Niño,
apoya más bien la cabeza sobre su mano
y su rostro sólo refleja una gran incomprensión.

También la Lectura usual del Evangelio de hoy dirige nuestra vista más al nombre de Emmanuel,
con el que este Niño que está en el regazo de Su Madre, es conocido  como “Dios con nosotros”, como “Dios en nuestro centro”.
En la Anunciación se trata sobre todo de una declaración nuclear de nuestra confesión de fe:
“Creo en Jesucristo, Hijo unigénito de Dios…
concebido por medio del Espíritu Santo,
nacido de la Virgen María.”

También después de dos mil años,
este párrafo de la confesión de fe es todavía
para nosotros un gran misterio,
cuando no incluso un escándalo.
Lo que nosotros domingo tras domingo confesamos,
fue seguramente para José más piedra de escándalo.
Evidentemente le intranquilizaba el embarazo de su prometida hasta cuando dormía.
Al soñar se le abrió una dimensión inesperada del acontecimiento, que, en verdad, no rasga el velo del misterio, pero que suscita el impulso a decir sí a este misterio.

La Escritura dice que “un ángel” ha hecho esto posible, y con esto quiere decir –como pasa con frecuencia– que Dios mismo le ha llevado hasta aquí y le ha hecho comprender que este Niño, por decisión divina, tiene un significado extraordinario.

¿Ha comprendido José este sueño como un mensaje de la “virginidad” de María?
¡Quién sabe esto!
En todo caso esto tiene totalmente sentido para nuestra comprensión de hoy,
cuando los teólogos bíblicos nos indican que la “virginidad” no es sólo continencia sexual,
que este modo de hablar más bien señala a María como una mujer que no ha sido inabordable a la llamada de Dios por exigencias de posesión masculinas.

Ciertamente a esta apertura para la llamada de Dios ha colaborado José con su prometida:
Él reconoce en su sueño la voz de Dios
y acepta de forma muy natural la tarea a él reservada.
Posiblemente no comprende mucho de lo que ocurre en su ámbito muy privado.
Esto lo representan los ortodoxos de forma muy acertada.
Pero José asume su papel como padre de Jesús y esposo de María.
Él está aquí sencillamente para ponerse al lado de ellos.

Yo pienso que también hoy hay personas así,
que sencillamente están presentes cuando son necesarias.
Ellas no hacen ningún ruido en torno a su persona
ni en torno a lo que hacen.
Pero sin ellas, el mundo sería claramente más pobre
y más de una necesidad no sería resuelta.

Beate Heinen, una moderna pintora cristiana,
ha pintado de forma impresionante al José
que está soñando:
El ángel le abraza muy suavemente con sus alas,
como si así quisiera manifestarle el suave amor de Dios y protegerle de los peligros que se agolpan.

Como elemento de división de la imagen, por así decirlo, la pintora insinúa una cruz, la cruz de la decepción y de la no-comprensión,
la cruz que hay que vislumbrar detrás de las líneas del Evangelio.
También a nosotros nos viene bien mirar conjuntamente:
La Cruz que continuamente proyecta sombras también sobre nuestra vida,
y, al mismo tiempo, el suave amor de Dios,
en el que estamos a salvo en todo lo que suceda.

Amén.