Homilía para la fiesta del Bautismo del Señor
10 Enero 2010
Lectura: Tit 2,11-14
Evangelio: Lc 3,15-16.21-22
Autor: P. Heribert Graab S.J.
Navidad - ¡ya hace mucho tiempo!
Y hoy termina el tiempo de Navidad incluso
en la Iglesia –
en todo caso oficialmente.

La fiesta del Bautismo de Jesús pone punto final
tras los evangelios de la infancia de Jesús
y, a la vez, tras los años de Su “vida oculta”.
En los Evangelios, el Bautismo de Jesús aporta algo así como un “giro existencial” hacia el actuar
de Jesús en público.

Pero si nos fijamos bien se trata de más:
El Bautismo de Jesús nos pone en la mano la clave para comprender todo lo que hemos celebrado
en este tiempo de Navidad e incluso
una clave para comprender la vida de Jesús en general.

Sobre los relatos de la infancia de Jesús
-considerados históricamente- no sabemos,
por así decirlo, nada.
Los relatos de los Evangelios,
que nos han acompañado en esta semana,
son datos muy recientes
y se orientan en lo esencial, como
“confesiones de fe” narrativas, a las promesas del Antiguo Testamento.

La cristiandad primera, en general, no conocía
una fiesta de Navidad en nuestro sentido actual.
Para los primeros cristianos era importante:
* La manifestación de la bondad y la filantropía
de Dios en este ser humano Jesús de Nazareth;
* la manifestación de la gracia de Dios para salvar
a todos los seres humanos.

En la Iglesia de los primeros tiempos se trataba de
“la celebración de la espléndida manifestación de la dignidad esencial de Jesús.”
El Evangelio festivo de la “Epifanía”,
de la manifestación de Dios mismo en Jesucristo,
fue, conforme a esto, el Evangelio del Bautismo de Jesús:
“Se abrió el cielo y el Espíritu Santo se hizo visible
en forma de paloma que descendió sobre Él,
y una voz en el cielo decía:
Tú eres mi Hijo amado,
en el cual he puesto mis complacencias.”

En torno a este “núcleo del Evangelio” se agruparon en el transcurso del tiempo otros Evangelios,
que el alegre misterio festivo continúan explicando.:
* El relato de las bodas de Canáa,
en las que Jesús realizó Su “primer signo”.
* Después la Adoración de los “tres Magos de Oriente”, que respondían de que la bondad
y la gloria de Dios se manifiesta a todos los pueblos.
* Y, finalmente, también el Nacimiento de Jesús en Bethlehem, en el que los ángeles con su resplandor luminoso anuncian a los pastores la “Epifanía” de Dios.

Después si nosotros contemplamos a continuación
la historia de Jesús en los Evangelios,
descubrimos:
Durante todo la vida pública y la actuación de Jesús se trata exactamente de esto:
* De “la gloria del Señor”,
que “todos los mortales pueden ver”;
* y de la manifestación de la “bondad y de la filantropía de Dios, de nuestro Salvador.”

El actuar amoroso de Dios en este mundo se hace visible en todas partes allí,
donde los ciegos ven de nuevo
y los paralíticos vuelven a andar;
donde los leprosos quedan limpios,
y los ciegos oyen;
donde incluso los muertos resucitan
y se anuncia el Evangelio a los pobres. (cf. Mt 11,5)

De un modo oculto y, sin embargo, arrollador,
se manifiesta la “bondad y la filantropía de Dios”
en la Pasión y en la muerte en Cruz de Jesucristo.
La Resurrección de Jesús y la clara luz
de la mañana pascual es entonces la “Epifanía”
insuperable y definitiva de Dios.
Y finalmente recibimos en Pentecostés
todos los que creemos,
aquel Espíritu Santo,
que en el Bautismo de Jesús
“descendió visiblemente sobre Él
en forma de paloma.”
Litúrgicamente hoy llega a su fin de forma oficial
el tiempo de Navidad.
Pero la “Epifanía”, la “manifestación del Señor”,
la celebramos diariamente y además domingo tras domingo.
Más aún:
Epifanía acontece diariamente y también hoy,
en especial cuando celebramos la Eucaristía juntos.

Por consiguiente, ¡la Navidad como Epifanía de Dios continúa en nuestra vida humana!
¿Qué puede significar esto concretamente para nosotros?

1. Tanto si somos conscientes como si no lo somos,
nos movemos, donde vamos y estamos,
en la Luz de la manifestación de Dios
y en el calor de Su “bondad y filantropía”.
Luego en este nuevo año podemos poner nuestra confianza también en lo que pueda venir.
2. Por ello contemplemos este mundo y nuestra vida
“con buenos ojos”, por consiguiente con los ojos de la “bondad y filantropía” de nuestro Dios.
Más allá de todas nuestras esperanzas descubriremos
Luz consoladora y “navideña”
en todas las obscuridades de nuestro tiempo.

3. En este año vivimos de la energía del Espíritu de Dios,
que nos fue dado en el Bautismo,
del mismo modo que descendió sobre Jesús
en Su Bautismo en el Jordán.
El Evangelio nos da orientaciones,
sobre lo que esto podría significar concretamente
en nuestros días,
para configurar la vida por Su Espíritu.
Regularmente, es decir, diariamente,
la lectura del Evangelio podría ayudarnos a esto.

4. Sobre todo se trata de vivir la “bondad y la filantropía” de Dios mismo
y hacerla experimentable a los demás,
en la familia, en el círculo de amigos, en el ámbito profesional y también en nuestro hacer social y político.

5. En las semanas pasadas, nos hemos deseado unos a otros con muchas postales y saludos navideños,
no sólo “felices Navidades” sino también continuamente “la paz de la Navidad”.
A los buenos deseos tienen que seguir ahora hechos.
Crear paz no es siempre fácil en una familia beligerante,
en un matrimonio roto y en un ámbito
profesional y social marcado por la competencia.
Pero si dejamos de tomar esto en serio
- y “no (sólo) siete veces sino setenta veces siete”, entonces podríamos ahorrarnos en el futuro estos deseos navideños.
Verdaderamente no es necesario, hacer aún peor
por medio de tales mentiras este mundo tan frecuentemente mentiroso.

6. También, como cristianos, debiéramos plantearnos la situación en Afganistán:
Primero se trataba de desmantelar un nido del terrorismo,
después de la ayuda a una reconstrucción “armada”,
y ya hace tiempo no se presenta ningún camino más que el de dirigir allí una guerra,
que es tan cruel como todas la guerras.
Ciertamente allí no damos ninguna señal
de la manifestación de la “bondad y la filantropía de Dios”.

Todas estas consecuencias de nuestra fe
en la Epifanía de Dios, las podemos resumir en una acertada frase:
“¡Haz como Dios! ¡Hazte ser humano!”

Amén.