Homilía para la Misa de Gallo
24 Diciembre 2009
Evangelio: Lc 2,1-20
Rembrant van Rijan, Adoración de los Pastores, 1646.
Autor: P. Heribert Graab S.J.
En parte según sugerencias de Jörg Zink. Biblioteca de Diapositivas, Bd. 1.
Profundicemos un momento en esta escena tan familiar de la Noche Santa:

 

Esta escena se desarrolla bajo la techumbre de un pajar,
en la paja, bajo el tejado de un establo.

Las vacas se vislumbran en el segundo plano.
Las gallinas reposan en el piso superior y sobre un palo.

Bajo una escalera se sienta María, vuelta hacia su Hijo.
Una sencilla mujer de pueblo.
Una campesina de la época de Rembrandt.
A su lado un vigoroso José,
un artesano – igual que en el entorno de Rembrant.
Lo que sucede aquí,
sucede en todos los tiempos:
Dios se hace ser humano –
hace dos mil años en Bethlehem,
en tiempos de Rembrant en Amsterdam,
hoy en Colonia y también aquí en Junkersdorf.

El espacio cálidamente translucido
y el agradable marrón de este cuadro
y también nuestro romántico pesebre alemán
ocultan demasiado el hecho
de que Jesús ha nacido en gran pobreza,
en la marginación de la sociedad, en un establo
“porque no había sitio para ellos en el mesón.”

Aunque suceda algo revolucionario,
sólo es percibido por pocas personas –
los pastores que igualmente viven en el margen de la sociedad.
Por el fondo obscuro se acercan personas sencillas con amistoso cariño.
Algunos colonienses transmiten a los pesebres
este ambiente del nacimiento del Hijo del Hombre
en nuestra época.
Por ejemplo un yonki encuentra el camino hacia el Niño en el pesebre de la Lyskirchen.
Muy en primer plano del cuadro de Rembrant,
uno de los pastores se arrodilla con los brazos abiertos delante del Niño.
Quizás quisiera abrazarle con total alegría.
Quizás los brazos abiertos expresen
la apertura sin límites del corazón.
Pero quizás suene aquí también la traducción de Lutero del relato navideño:
“Pero cuando lo vieron,
expandieron la Palabra,
que les había dicho este Niño.” (Lc 2,17)
Como “Él expandió la Palabra”
así abre sus brazos este pastor,
relatando lo que el ángel había dicho
“en el campo”.
Los demás escuchan y perseveran en silencio.
María “meditaba todas estas palabras y
las guardaba en su corazón.”

Pero lo verdaderamente fascinante del cuadro de Rembrant es la luz.
Por esta Luz, que procede del Niño,
las farolas de los pastores y toda luz humana
se convierte en lámpara de luz pobre.
La Palabra muestra por la Luz, lo que es la Luz;
y lo que los seres humanos puedan decir resulta banal.
La Luz viene del misterio del Niño,
en el cual está Dios.

Las palabras de Isaías de la Lectura de esta noche
se han realizado:
“El pueblo que vive en la obscuridad ve una Luz clara;
una Luz resplandece sobre los que habitan en el país de las tinieblas.”
Así se refleja la Luz de esta Noche Santa
en los rostros de los pastores y, en general,
en los rostros de aquellos “que habitan en el país de las tinieblas.”

La confesión de fe de Rembrant
fue una adhesión a los seres humanos.
La pintó como espejo de la Luz de Dios.

En sus rostros él mostraba a Cristo.
Buscaba en la obscuridad,
entre los pobres de este mundo
la Luz sobrenatural
y encontró en el abismo del corazón humano
la claridad, que era de Dios,
resplandeciendo claramente o brillando cálidamente
u oculta en la queda adoración.

Los pastores reflejan la Luz del Niño en el pesebre,
no sólo porque son pobres como este Niño.
Sus rostros resplandecen sobre todo
porque conocen su (de ellos) “pobreza”,
porque buscan en las obscuridades de su vida,
porque ellos no han abandonado la esperanza
de que las promesas de salvación y paz
encuentren su realización en Aquel, que ha de venir.
Así, en su obscuridad, aparece la Luz de Dios
y ellos mismos se convierten en Luz.

Sería hermoso –también para nosotros-
que, como los pastores, en esta fiesta de Navidad
dejásemos que el profeta Isaías nos dijese:
“¡Ábrete y sé luz,
porque tu Luz llega!” (Is 60,1)