Homilía para el Domingo Tercero de Adviento C
13 Diciembre 2009
Evangelio: Lc 3,10-18
Autor: P. Heribert Graab S.J.
Juan Bautista es seguramente una figura que marca el Adviento.
En la tradición de la fe cristiana
es el precursor y el que prepara el camino
del Mesías que viene, del Cristo.
Se presenta como un predicador amenazador,
que anuncia la cercanía del Reino de Dios.
Él llama a la penitencia y a la conversión.
Sólo por medio de la penitencia y de la conversión se podría escapar del juicio venidero
de la cólera de Dios.

Así conocemos al enjuto asceta Juan:
Él pone en el Adviento una nota muy seria.
También exige de nosotros una conversión moral,
de modo que estemos preparados para la llegada del Señor.

Pero este Juan también tiene otro lado,
que igualmente podría marcar nuestro Adviento.
Como el propio Jesús, también Juan se retiraba durante un tiempo a la soledad del desierto,
para prepararse en este retiro para su misión.

Desde muy antiguo, el desierto es entendido
no sólo como un lugar hostil a la vida,
sino también como un espacio para la meditación
y para el encuentro con Dios.
* En el desierto, el pueblo de Israel hizo su gran experiencia de Dios;
* en el desierto, hizo Dios grandes signos y prodigios;
* en el desierto, se le dieron a los israelitas
los Diez Mandamientos como norma para una vida realizada y acertada;
* en el desierto ya se prepararon Moisés y Elías para su misión.
El desierto es también para Juan el lugar adecuado
para poner en contacto de nuevo a las personas
con Dios;
por ello atrae al Río Jordán
- un símbolo de la vida en medio del desierto -
y allí predica y bautiza.

Este lado de Juan quisiera contemplar hoy con ustedes:
* su vida fuera del propio medio,
se abrió a la soledad y al silencio,
* a la fuerza de su mensaje por la experiencia del desierto,
* al conocimiento visionario del Mesías que viene,
por su experiencia de Dios en el desierto.

Nos puede ayudar una imagen del pintor holandés
Geertgen tot Sint Jans de la segunda mitad
del siglo XV:
Juan el Bautista en el desierto.

 

Geertgen substituye el desierto de la Biblia
por un paisaje en la proximidad de un bosque,
muy lejos de la ciudad, fuera, en el campo,
donde el ser humano se queda sólo consigo mismo.
En el impresionante y accidentado paisaje,
Juan se sienta sobre un banco de césped.
El bajo colorido y la suave oscilación
del terreno montañoso con la lejanía azul en el fondo armoniza con la expresión contemplativa del santo,
que está hundido en su asiento.

A su alrededor aparece un mundo de plantas
y animales ordenado.
Los ciervos en la proximidad del agua son signos
de la nostalgia.
Quizás nos recuerdan el versículo del Salmo:
“Como el ciervo busca corrientes de agua fresca,
así mi alma te anhela a ti, Dios mío.” (Salmo 42,2)

Las liebres son símbolo de la vida,
los pájaros sobre la tierra y especialmente
en el cielo son símbolo del espíritu,
que se puede elevar sobre lo terrenal
y después debe tender a desembarazarse
de las cadenas de lo terrenal.

Ya en la mirada simbólica a los animales
se manifiesta la actualidad de la imagen de Geertgen
en el cambio hacia la época moderna:
Nuestra vida diaria está determinada con demasiada frecuencia por una abundancia de vanidades.
La difundida lamentación de la “pérdida de valores”,
anuncia la enfermedad de una sociedad,
que vive en lo superficial
y que ha perdido de vista lo esencial.
Y con cuánta frecuencia nosotros mismos nos quejamos de prisa y estrés
y por eso es por lo que ya no entramos en nosotros mismos.

La nostalgia por el sentido de la vida,
la nostalgia por algo “más grande”,
que nos podría plenificar interiormente
está aquí sin duda.
Pero está nostalgia corre hacia el vacío.
No tenemos ni tiempo ni espacio que darle.
Continuamente echamos fuera esta nostalgia.
Pero con frecuencia regresa como frustración
o incluso como depresión.

Una contrafigura proyecta además Geertgen
en su retrato de Juan el Bautista:
Contemplemos a este Juan más de cerca:
Se apoya sobre el hombro derecho,
su mano descansa en la cabeza
y hace posible la meditación,
el entrar dentro de sí mismo.
Sus ojos miran hacia dentro.
La meditación y la cavilación se leen en estos ojos.
Juan puede reflexionar sobre su propio camino,
que él ya ha andado;
pero también puede pensar por adelantado
sobre el destino del Mesías anunciado,
sobre los acontecimientos de salvación,
que deben llegar
y por los que él se ha ido al desierto.
¿Para qué sirve el empleo de su vida,
la renuncia a una agradable existencia,
su “llamada al desierto”?

El cordero, que está junto al Bautista,
da una respuesta.
Su mano izquierda que está tendida tranquilamente,
está muy orientada hacia este cordero,
que descansa con él en la misma llanura -
en un conmovedor gesto de familiaridad y pertenencia:
Como Juan, él tiene los pies cruzados
porque se halla sentado así recogido,
también el cordero se mantiene muy tranquilo,
muy devoto,
tomando parte en el “recogimiento del espíritu”.
Juan ha reconocido al “que viene”
como el “Cordero de Dios” en su significado salvador.
Ya en la noche de la salida de Israel de Egipto
fueron untadas por orden de Dios las jambas
de las puertas con la sangre de los corderos pascuales
como signo de protección ante el ángel de la muerte.
Ya entonces se convirtió el cordero
en signo de la actuación salvadora de Dios.

Según el Evangelio de Juan, la crucifixión de Jesús tuvo lugar en el momento en que los corderos pascuales eran inmolados.
Igualmente, según este Evangelio, Juan señala a Jesucristo con las palabras:
“Ved al Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”.
Por Su muerte en la Cruz, Él ha reconciliado a Dios y a la Creación caída y así ha alcanzado la victoria sobre la muerte y la vida eterna.

En la “Apocalipsis secreta” sólo el Cordero puede abrir el libro de los siete sellos,
el libro de la vida
y de su realización definitiva.
En el mismo libro bíblico se refiere
a la “boda del Cordero”,
que tendrá lugar al final de los tiempos,
cuando Cristo conduzca a Dios a la humanidad salvada como a Su “novia feliz” (cf. Ap 19,9 y 21,9)

Geertgen, por consiguiente, pone imagen a los pensamientos fundamentales centrales de la Cristología.
Juan el Bautista, como el último gran profeta del Antiguo Testamento, “contempla” la decisiva acción salvadora de Dios con los seres humanos.
Con la venida de Cristo,
que Juan anuncia,
la acción salvadora de Dios alcanza su cenit.
La imagen de Juan de Geertgens es verdaderamente
una pequeña imagen meditativa.
Probablemente la ha pintado para los monjes Johanniter de Haarlem,
a los que él mismo perteneció como hermano laico:
a ello remite su nombre: Geertgen tot (muerto) Sint Jans.

También él nos remite a nosotros al recogimiento del Adviento:
Nosotros debiéramos desligarnos un poco del ajetreo,
por el que está determinado el tiempo actual,
para gozar de algo de tranquilidad y reflexión
y así desarrollar un sentido para lo esencial.
Dejémonos abrir por el Juan de Geertgen
al misterio de la Navidad,
al misterio del amor de Dios,
a Su Encarnación en Jesucristo, en el cual
se nos da también a nosotros la salvación y la realización de nuestra vida.

Amén.