Homilía para la fiesta de la
“Manifestación del Señor”
Domingo, 6 de Enero de 2008
Evangelio: Mt 2,1-12
Autor: P. Heribert Graab S.J.
Los pastores del pesebre de Navidad, han pasado hoy a un segundo plano.
En su lugar, se acercan al centro del acontecimiento los magos, los sabios – o como nosotros también decimos - los Reyes de Oriente.
En el seguimiento de los sencillos pastores y junto con la Reina de Saba, que vivió aproximadamente trescientos años antes de Cristo,
representan en el pesebre de Dios encarnado
a toda la humanidad de todos los estratos, de todos los pueblos y naciones, de todas las épocas.

Y, sin embargo, yo quisiera dirigir la mirada de ustedes no a las personas del pesebre,
sino a la estrella que está sobre el pesebre,
que le pertenece de forma tan natural
que apenas se nos hace consciente.

¡No es nada extraño!
Las estrellas ya no determinan nuestra vida.
En nuestro mundo inundado de luces,
cubierto por la niebla del smog
apenas llaman la atención aún.
Y ¿quién se orienta ya según las estrellas?
No necesitamos para la orientación ya ni siquiera un compás.
Al fin y al cabo tenemos sistemas de navegación vía satélite.

Sin embargo, en el lenguaje simbólico
se refleja también hoy algo del brillo y de la antigua función de orientación de las estrellas.
Por ejemplo, los Estados eligen estrellas como su emblema.
La estrella soviética ha quedado en el recuerdo de todos nosotros como algo impresionante.
El envío de señal de la televisión soviética comenzaba simbólicamente con la estrella,
que gira alrededor del globo terráqueo.
Con ella se expresaba una pretensión de poder,
no sólo sobre los pueblos de la Unión Soviética,
sino sobre todo el mundo.

La estrella de la Mercedes figura como símbolo de un imperio económico y, al mismo tiempo,
de un sistema económico.
Los generales son condecorados en todo el mundo con estrellas.

Ya los antiguos de la época bíblica sabían también que las estrellas suben y caen de nuevo.
A veces, las estrellas caen a velocidad vertiginosa  desde el cielo a la tierra.
Y de su luz no queda más que fría materia.

Ya en el Antiguo Testamento, las grandes potencias eran comparadas con estrellas que resplandecían
con claridad y dominaban el cielo.
Cuando caían terminaba su papel de mando y su pretensión de poder.

Ciertamente Israel había hecho en su historia traumáticas experiencias con tales estrellas que suben y caen de nuevo:
Por ejemplo, con el reino de los faraones y
sobre todo con la gran potencia de los babilonios.
Esta Babilonia se convirtió en un mero dato por el poder despectivo de la dignidad humana y  destructivo de las grandes potencias de cualquier clase.
También la potencia mundial romana en tiempo de Jesús, se convirtió a los ojos de los oprimidos en la “prostituta Babilonia”,
hasta en el Nuevo Testamento, en el libro del Apocalipsis.

En este horizonte histórico y político mundial
compone el evangelista Mateo su relato del nacimiento del Niño Jesús, el Cristo.
Alude a las profecías antiguas.
El conocía el ocaso y el carácter transitorio
de las grandes potencias, según el modo de Babilonia:
“¡Cómo fuiste arrojada del cielo,
tú resplandeciente estrella de Oriente!”

Pero él conoce también la promesa del
vidente Balaam:
“Saldrá una estrella de Jacob.” (Num 24,17).
En tiempos de Mateo Babilonia, el Reino de Oriente,
se había convertido ya hacía mucho tiempo en un desierto.
Y ciertamente de allí -del desierto-
vienen los magos, en busca de la nueva estrella de Oriente, que finalmente ofrecerá al mundo la luz verdadera y la salvación eterna.

Con Isaías, Mateo ve la gloria del Señor resplandecer sobre Su pueblo.
Lo que Isaías de forma visionaria ha previsto
-el viaje de los pueblos y de los Reyes hacia esta Luz-
Mateo lo ve finalmente convertido en realidad
en el nacimiento de Jesucristo.
Llegan a este Niño, que está en el pesebre,
con sus tesoros para rendirle homenaje.
Sobre ellos la incomparable Luz de esta estrella excepcional –
en ellos el resplandor de una alegría excepcional.

En ellos sucede, lo que según las palabras de la Segunda Carta de Pedro,
también debe ocurrir en nosotros, cuando hoy celebramos esta fiesta de la manifestación del Señor:
“La estrella de Oriente se levanta en vuestros corazones.” (2 Pe 1,19)

El precioso valor y la generosidad de sus regalos
corresponden a sus corazones ampliamente abiertos.
De éstos dice Isaías:
“Tú lo verás y resplandecerás,
tu corazón se estremecerá y se ensanchará.” (Is 60,5)
Naturalmente también debe ensancharse el corazón de aquellos para los que Mateo escribe y anuncia esta historia.
También debe ensancharse hoy nuestro corazón con una alegría enorme,
ya que a nosotros se nos anuncia esta historia
y puede ofrecer a nuestra fe una nueva vida alegre.

Amén