Homilía para el Cuarto Domingo de Adviento (C)
24 Diciembre 2006

Evangelio: Lc 1,39-46
Autor: P. Heribert Graab S.J.
Begegnung

Hace poco cayó en mis manos esta imagen.
Cuando después leí el Evangelio de este domingo,
me vino a la memoria espontáneamente esta imagen.
Yo quisiera denominarla sencillamente “encuentro”.
También se trata de un “encuentro” en el Evangelio de hoy.

Todos nosotros nos alegramos
cuando, sin nuestra intervención, se nos obsequia con un encuentro,
que nos conmueve interiormente,
que llega a lo profundo
y que nos enriquece.

María, por amor a este encuentro, ha cargado con
un largo y fatigoso viaje.
Mientras Isabel la saluda,
percibe inmediatamente:
El camino ha merecido la pena.
Aquí hay más que una experiencia común de embarazo.
Más bien este encuentro se realiza por el Espíritu de Dios.

Ambas mujeres ni siquiera perciben el aspecto externo de la otra.
Más bien perciben inmediatamente,
lo que le sucede a la otra,
lo que la mueve,
cual es su llamada
y cómo Dios a través de ella actúa en la transcendencia mundial.

Me parece que la fotografía ofrece algo de lo substancial del encuentro entre María e Isabel.
En la imagen las dos mujeres están una frente a otra con los ojos cerrados.
Y, sin embargo, están manifiestamente muy atentas la una a la otra y también atentas a lo que este encuentro causa en cada una de ellas.
Ellas se perciben internamente en sí mismas y en la otra.
Están afectadas en lo más íntimo por lo que mueve a cada una de ellas.

María e Isabel logran además articular lo propiamente inconcebible:
Finalmente María formula el Magnificat.
En todo caso el Evangelio provoca la impresión de que estas dos mujeres no hablan de sí mismas.
Expresan más bien lo que el Espíritu les inspira.
Más aún no sólo en sus palabras,
sino en la experiencia de este encuentro como tal
se hace perceptible el actuar y la inhabitación de Dios.

De este encuentro de ambas mujeres, nosotros podemos aprender algo sobre la esencia de nuestra fe:
La fe judeo-cristiana tiene desde el principio una estructura personal, dialógica.
En nuestra fe se trata del encuentro.
Ya Moisés confiesa ante el faraón:
“Jahwe, nuestro Dios, nos ha encontrado.” (Ex 3,18)
El encuentro personal con Dios y el llamarle por Su Nombre reemplazan el culto y  los ídolos.
Jahwe es el que habla, el que llama, el que acompaña.
Este carácter de encuentro personal de nuestra fe adquiere total validez en el encuentro con Jesucristo.
En el Nuevo Testamento acontece el encuentro con Dios en el encuentro con Jesús, en el que Dios mismo se ha hecho ser humano.
“Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre.” (Jn 14,9)

Las confesiones de fe del Evangelio son relatos de encuentro con Jesús:
Pensemos, p.e., en la “pecadora”, en Zaqueo, en el  funcionario real pagano o también en los discípulos de Emaús.

Además por la Encarnación de Dios, incluso los encuentros con “otros”, con los “prójimos” se convierten en encuentros con Dios:
“Lo que hicierais a uno de mis hermanos más insignificantes, a Mí me lo habéis hecho.” (Mt 25,40)
Y: “Donde dos o tres se reúnan en mi Nombre, Yo estaré en medio de ellos.” (Mt 12,20)

En este sentido, yo les deseo de todo corazón que esta fiesta de Navidad pueda llegar a ser para ustedes una fiesta de encuentro,
* una fiesta de encuentro con personas queridas,
* una fiesta de encuentro también con personas con las que se ha interrumpido el contacto,
* y en todo esto una fiesta de encuentro con el Dios encarnado.

Amén