Homilía para el Domingo Cuarto
de Adviento
Ciclo Litúrgico A
Lectura: Is 7,10-14; Evangelio: Mt 1,18-24.
Autor: P. Heribert Graab S.J.
El Evangelio de hoy es ya
el Evangelio de Navidad –
el Evangelio de Navidad de Mateo.
A nosotros se nos ha confiado sobre todo
la historia de Navidad de Lucas –
y ésta se relata desde la perspectiva de María.
Mateo, por el contrario, refiere esta historia
desde la experiencia de José.
Y esta experiencia es humanamente muy comprensible.
José se confronta con una situación,
que también sucede hoy continuamente:
Se confronta con un embarazo no planificado
de su prometida.
Se confronta con su infidelidad
- al menos sospechada -.
Nosotros podemos entender los sentimientos,
de cómo un tal embarazo puede conducir
a una crisis,
de cuán enormemente pesadas son las dudas sobre la fidelidad de la compañera amada.

José está, por así decirlo, al final de su prudencia,
quizás bajo la abrumadora carga de la confianza decepcionada,
en suma al final.
Estando así finalmente le vence el sueño.
Puede ser que en el sueño llore
o que incluso huya en el sueño.

Justamente en el sueño se ordena para él el caos.
“¡El Señor se lo concede a los suyos en el sueño!”.
La interpretación de la fe es
que “un ángel del Señor” le ha inspirado lo que soñó.
Para José, este hombre completamente creyente,
- como para María – lo aclara todo un único reconocimiento:
El reconocimiento de que aquí de forma misteriosa, ha actuado Dios mismo.
El Niño que debe nacer es un
regalo del Espíritu Santo.
Por este Niño aceptará José la responsabilidad
y hará lo que tenga que hacer – de forma muy natural y silenciosa.

Además a Mateo le interesa mucho otra cosa:
Quisiera facilitar a su comunidad,
que en el acontecimiento navideño se cumplen vetustas promesas,
que fueron interpretadas como promesas mesiánicas.
Nosotros hemos oído en la Lectura una tal promesa,
a la que Mateo hace referencia en el Evangelio de hoy:
“La virgen se embarazará
y parirá un hijo.
Y se llamará Emmanuel – Dios con nosotros.”

¡Este Nombre tiene importancia!
Y hace recordar la confianza en Dios.
Ajaz no alcanzó esta confianza
muy en contraste con José.

En la tradición de la Iglesia católica
se puso repetidamente el acento de la promesa en la voz “virginidad”.
La personas, aún en el tiempo de José,
no vieron en ello el más mínimo problema.
Conocían el nacimiento “virginal” de personalidades importantes
en muchas culturas de su entorno.
Además no se diferenció entre el sentido biológico “de virginidad” y el sentido figurado.
Primero la traducción griega de la Sagrada Escritura y después la latina dieron al significado biológico una cierta preponderancia.
Y nosotros en la actualidad con nuestra acentuada formación en ciencias naturales tenemos problemas con ello.

Puede ser que la Iglesia algún día,
también en este punto, tenga que aprender dolorosamente,
que la Biblia no es un libro de ciencias naturales
sino un testimonio de fe.
En el caso de Galileo necesitó varios siglos para este proceso de aprendizaje.

Pero finalmente esto no es lo más importante.
Es mucho más decisivo el núcleo de la declaración bíblica:
Este Niño, nacido “virginalmente”,
es un Niño especial.
Es un regalo de Dios para la salvación de la humanidad,
que por su parte – a pesar de todo el alto concepto de sí misma –
no está en situación de
tirarse de cabeza al pozo.
El “autor” de todos los tiempos y sobre todo de nuestro tiempo pone todo su afán en esta tarea.
Continuamente la historia muestra
como error fatal
toda ilusión de autosalvación y toda ideología.

El Prólogo del Evangelio de Juan nos da una ayuda interpretativa también para la comprensión del texto de Mateo, que hemos oído hoy.
Allí se dice que sólo los que acepten confiados y sin reserva a este Niño - la Palabra de Dios Encarnada -
son iluminados por su Luz
y aptos para el Reino de Dios.
Textualmente se dice:
“Pero a todos los que le recibieron,
les dio poder para ser hijos de Dios,
a todos los que creen en su Nombre (¡Emmanuel!),
que no han nacido de la sangre,
ni de la voluntad de la carne,
ni de la voluntad del hombre
sino de Dios”.

En este sentido, no sólo María, sino también José fue un “hijo de Dios”,
expresado de otra forma: Un ser humano “virginal”.
En este sentido también nosotros, los que estamos bautizados en el Nombre de Jesucristo, 
-que es el aspecto esencial del mensaje de Navidad- debemos y tenemos que ser personas “virginales”, aún cuando nuestro entorno no comprenda esto, no quiera o no pueda comprenderlo.

Amén.

Traum des Josef