Homilía para el Domingo Trigésimo
del ciclo C,
23 Octubre 2022
Lectura: Sir 35.15a-17.20-22a
Evangelio: Lc 18,9-14
Autor: P. Heribert Graab, S.J.
Cuando Juan XXIII se había convertido en Papa
apenas podía dormir.
El peso de la responsabilidad,
todo lo que se esperaba de él,
era una carga muy pesada.
Vivía en un permanente stress.
La solución del problema lo encontró en un sueño:
“¡Giovanni, no te des tanta importancia!”
El Papa siguió este consejo que había soñado
y desde entonces pudo dormir estupendamente.

Esta recomendación de un sueño de Juan XXIII,
me sorprendió espontáneamente a primera vista
en las lecturas de este domingo:
En conexión con la Lectura de la Sabiduría del libro de Jesús Sirach,
se trata de las ofrendas rectas, que son agradables a Dios, y de las ofrendas malas, que no agradan a Dios.
De esto depende el ser humano que presenta la ofrenda:
de su humildad y de la sincera inclinación ante Dios,
de su disposición a ayudar al prójimo, si está en necesidad.

Y ciertamente lo mismo dice Jesús con una palabra que todos ustedes conocen:
“Así pues, si en el momento de llevar tu ofrenda al altar recuerdas que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano; luego vuelve y presenta tu ofrenda.”(Mt 5,23-24)
La parábola del fariseo y el publicano van en una dirección semejante:
No basta conocer las verdades del catecismo
y confesar cada una de esta verdades al pie
de la letra.
Sobre todo quien se jacta de su “fe recta”
y con ello se siente superior  los demás,
no agrada a Dios de ningún modo.
Vale para poco desarrollar conceptos fascinantes
de una Iglesia para nuestra época y de una Iglesia para el futuro
y con esto sentirse superior a otros (acaso a los del eterno ayer).
Es cuestionable el reconocimiento humilde de las propias debilidades y de los propios fallos
porque también mi propio fallo oscurece la imagen de la Iglesia;
¡finalmente todos nosotros somos la Iglesia de Jesucristo!
Igualmente aquella humildad que Juan XXIII expresó con su: “¡Giovanni no te des tanta importancia!”

Con frecuencia los fariseos son equiparados globalmente con los hipócritas.
En realidad muchos fariseos en tiempos de Jesús
llevaron una vida profundamente creyente y agradable a Dios.
En toda crítica a un fariseo, Jesús tuvo una personal cercanía a otros representantes de este grupo de la sociedad judía.
Con la parábola Jesús más bien previene de la fidelidad a la ley que convierte en inhumanos
a los seres humanos,
jactándose de su fidelidad a la Ley.
y además a su propia interpretación de la Ley,
que no permite admitir nada ni a nadie.
También nosotros debemos guardarnos, por ejemplo,
de sentirnos mejor que aquel fariseo,
que sucumbió a su egolatría.

Este aspecto de la parábola, que nos concierne a nosotros mismos, lo ha puesto en su punto
el poeta Eugene Roth con pocas palabras:

Una vez un ser humano contemplaba de cerca
la fábula del fariseo,
que daba gracias a Dios lleno de hipocresía
porque él no era publicano.
¡Alabado sea Dios! gritó de forma vanidosa
¡porque yo no soy fariseo!

En la parábola de Jesús el publicano era sencillo
como los seres humanos entonces como hoy,
que tienen hambre y sed de la justicia,
que viene de Dios.

Quisiera terminar esta parábola del fariseo y
el publicano con una oración pascual:

“No oremos, vosotros (hermanas) y hermanos,
como hizo el fariseo en la parábola.
El fariseo, vencido por la busca de vanagloria,
y el publicano, doblado penitencialmente,
se colocaron ante ti, único Señor.
Aquel se jactaba y se elevaba sobre los demás;
así fue privado del bien.
Este, por el contrario, enmudeció y fue digno de la gracia.
¡Ten compasión de nosotros!
¡Acéptanos en el número de los liberados!
Salvador ¡ten misericordia de nosotros!”

Amen.
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