Homilía para el Domingo Décimo Cuarto
del ciclo litúrgico (C)

3 Julio 2022
Lectura: Is 66, 10-14c
Evangelio: Lc 10,1-9
Autor: P. Heribert Graab, S.J.
Muy agradecido a mi compañero P.Klaus Jochum SJ por ¡propuestas esenciales para la segunda parte de este homilía!
El pueblo de Dios en todas las épocas se compuso y se compone no sólo de santos sino de personas con faltas.
Esto es válido,`por ejemplo, para el pueblo de Israel
en la época de aquel autor del siglo VI antes de Cristo, del que procede la Lectura profética de este domingo;
también es válido para el pueblo de Dios de nuestra Iglesia hoy.
Aquí, entre nosotros, se apartan muchos cristianos de esta Iglesia.
Pero también otros están profundamente decepcionados y afligidos por ello,
aunque o ciertamente porque aman a la Iglesia,
tanto como muchas personas estaban afligidas en Jerusalem, por tanto en la ciudad de Dios,
que entonces era simbólicamente el centro religioso del pueblo de Dios para todo el pueblo.

A este dolor por la lamentable situación del pueblo de Dios, opone ahora el profeta un mensaje consolador y alegre:
Inmediatamente antes de nuestra Lectura,
el texto bíblico anuncia un nuevo nacimiento del Pueblo de Dios,
para el que el propio Dios abre el regazo de la “Madre Jerusalem”.
Este nuevo nacimiento induce a una exhortación que entusiasma:
“¡Alegraos con Jerusalem!
Llenaos de júbilo en Jerusalem para todos los que la amáis.
Alegraos con ella todos los que por ella lleváis luto
¡Pues mamaréis hasta saciaros de su pecho consolador,
y saboreareis el deleite de su riqueza maternal!”

Yo me pregunto a mí y a todos ustedes:
¿Generalmente contamos aún hoy
con que el propio Dios se halla un poco en el destino
de Su pueblo y también en el destino de nuestra Iglesia?
¿Contamos con que Él también hoy puede conducir
por el camino de un nuevo nacimiento?
O ¿finalmente nos situamos ante los “cargos” humanos o con frecuencia demasiado humanos de esta Iglesia, que tan a menudo nos ha defraudado?

Dejémonos animar por la promesa de Dios:
El Señor habla así.
Ved como conduzco una corriente a la paz de mi pueblo…
Llevarán a sus hijos en brazos
y se mecerán en las rodillas.
Como una madre consuela a su hijo, así yo os consuelo;
En medio del pueblo y en esta Iglesia se halla su consuelo.
Cuando veáis esto, se alegrará vuestro corazón
y.floreceréis como la hierba fresca.
Así se manifiesta la mano del Señor en vosotros.

Por tanto, la Lectura nos llama al recuerdo:
¡Dios está con Su pueblo – entonces como hoy!
Esto no es concretamente experimentable en todas las épocas del mismo modo;
Pero podemos estar convencidos de ello con el profeta:
¡Dios es fiel!¡Podemos confiar en Él!
¡Él no nos abandona tampoco hoy!

¡Un “nuevo nacimiento” de la Iglesia es en primer lugar y sobre todo un regalo de Dios,
que podemos esperar llenos de confianza!
Pero el Evangelio nos recuerda además
que Jesús enviaba delante a Sus discípulos a todas las ciudades y localidades, a las que Él mismo quería ir:
Su misión: prepararle el camino a Él.,
anunciar la llegada del Reino de Dios,
curar a los enferm0s y sembrar la paz.
Esta misión también es válida hoy para la “Iglesia” de Sus discípulas y discípulos.
Esta misión también es válida para todos nosotros,
que fuimos acogidos en Su círculo por el Bautismo y la Confirmación.
¡Nosotros somos Iglesia!
¡nosotros somos enviados a este mundo para colaborar en la cosecha de Dios!

Como los discípulos entonces, también nosotros somos enviados de dos en dos.
Hoy tendríamos que decir:
¡Colaborar en la llegada del Reino de Dios
es team-work!
El amor de Dios nos une con Él y entre nosotros.
Este amor nos une:
Juntos debemos y podemos, por así decirlo, realizar un servicio de comadrona en el nuevo nacimiento de la Iglesia y en la nueva creación total de Dios.

Ciertamente también es válido para nosotros
lo que Jesús dijo entonces a Sus discípulos:
“Yo os envío como ovejas en medio de lobos”.
Pero cuidado: ¡“los lobos” no son sólo los “otros”!
¡En todos nosotros se halla algo de esta “naturaleza del lobo”!
Y esta naturaleza del lobo es válida para enmendarse,
- cuando nosotros mismos  como Iglesia de Jesucristo queremos comprenderla,
- cuando nosotros nos queremos apropiar del mensaje de Jesucristo,
- cuando soñamos con un mundo en paz
y con una Iglesia más humana,
-cuando hablamos de este sueño, lo anunciamos
y transmitimos a otros esta esperanza.

Lo “lupal” se muestra, por ejemplo, en aquella impertinencia narcisista
con la que el punto de vista propio se emite como infalible y como algo que no se puede cuestionar.

La tentación es grande:
-haciendo desaparecer la limitación de la propia posición-
absolutizar la propia forma de ver  de las cosas
y no permitir ya las preguntas críticas.
Estar en posesión de la verdad no es ningún privilegio de uno solo.
La verdad se abre al diálogo
suponiendo que se conduce de igual a igual.
Respeto, atención, intuición, preparación se pueden poner en cuestión para reconsiderar posiciones,
percibir lo que otro piensa como enriquecimiento, todo lo expuesto son condiciones previas para un diálogo que enriquezca a ambas partes.
Hay que enmendar todo lo que se ve desde una referencia al “lobo”, a una actitud de superioridad.
 Esto es válido no sólo para este o aquel “cargo”,
al que reprochamos ciertamente;
¡esto es válido para todos nosotros!
¡Contemplémonos de forma crítica en el espejo!
Y dejemos que el “nuevo nacimiento”,
que nos fue obsequiado en el Bautismo,
verdaderamente se haga vivo en nuestra vida diaria.

¡Entonces podemos hacer con confianza en el auxilio de Dios el camino del futuro.
el camino de nuestro propio futuro,
del futuro de la Iglesia
y también del futuro de nuestro mundo y de toda la Creación!

Amén.
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