Homilía para el Domingo Treinta y tres
del ciclo litúrgico (C)

17 Noviembre 2019
Lectura: Mal 3,19-20
Evangelio: Lc 21,5-19
Autor: P. Heribert Graab S.J.
En Noviembre recordamos a los muertos
y también nuestra propia finitud, la muerte,
que toda nuestra vida, aquí en esta tierra,
terminará más tarde o más temprano.
Además los textos bíblicos de este penúltimo domingo del ciclo litúrgico nos confrontan
con el final de nuestra tierra y de todo el cosmos,
que sobrevendrá en breve o a la larga.

La tradición une con el fin de esta época
el mensaje del Juicio venidero,
que separará el grano de la paja.
La Lectura profética que hemos escuchado
enlaza este acontecimiento con la imagen
de un horno ardiendo,
que quemará a todos los arrogantes y malhechores como paja.
Pero, al mismo tiempo, para todos,
los que rinden honor a Dios y viven según
Sus mandamientos, “saldrá el sol de la justicia”.
A esto sigue una presentación, que procede de la tradición egipcia, se dice después, “las alas del sol”  los curarán,
por tanto, a ellos se les regalará la plenitud de la salvación en una nueva realidad de Dios.

Tanto la muerte personal,
como también el amenazante fin del mundo
han provocado el temor en todos los tiempos
entre los seres humanos.
Para las personas creyentes este temor se intensifica
por la idea del “Juicio Final”.
Ciertamente esto también tiene su causa en las estremecedoras imágenes del fuego que abrasa,
que aniquila al malhechor.
Pero en último caso es decisiva, en los tiempos bíblicos y después a través de los siglos,
una “obscura pedagogía”,
por tanto, una pedagogía que al educar en la fe genera temor.

Gracias a Dios, no sólo la pedagogía sino también
la teología han comprendido entretanto,
que el temor no es un medio ayudador de una educación, que tenga en cuenta la dignidad humana.
¡Debiéramos también leer la Biblia “con buenos ojos”!
Entonces reconoceríamos siempre y en todas partes
el amor y la misericordia de Dios como “hilo rojo”.
No por casualidad se comprende la Sagrada Escritura como mensaje alegre de Dios para nosotros, los seres humanos.
Y no por casualidad se halla en la Sagrada Escritura
muy a menudo la invitación “¡no temáis!”

Quisiera en este contexto de tiempo final citar expresamente un ejemplo de los textos de la Escritura de hoy:
Jesús dice: “¿No se venden dos gorriones por un par de peniques?
Y, sin embargo, ninguno de ellos cae a la tierra sin la voluntad de vuestro Padre.
En vuestro caso, incluso los cabellos de la cabeza están todos contados.
¡Por tanto, no temáis!
Vosotros valéis más que muchos gorriones.
(Mt 10,29-31)

Cuando desde esta consideración echamos de nuevo una ojeada a la Lectura profética de hoy, llama la atención:
Este texto desemboca en la promesa del
“sol que sale de la justicia”,
que resplandece sobre todas las obscuridades precedentes.
Y naturalmente nosotros reconocemos como cristianos hoy de forma espontánea
en el “Sol saliente” a Jesucristo
y nos sumergimos en Su absoluto mensaje de salvación marcado por el amor.

El “Sol saliente” Jesucristo
fundamenta en nosotros una esperanza
¡que es más fuerte que todo temor!
El Evangelio de Lucas destaca más claramente que los otros Evangelios los amenazadores acontecimientos del tiempo final, de todo lo que
en el transcurso de este tiempo pasa a los malos y nos causa temor,
empezando por la destrucción del Templo en el año 70, que, en tiempos de Lucas sacudía a los seres humanos, hasta todas las guerras y actos de terrorismo de nuestra época,
pero también hasta las corrientes de refugiados,
el temeroso cambio climático
y, como consecuencia, las catástrofes naturales.
Es absolutamente comprensible
que muchos de nuestros contemporáneos emitan este juicio: El mundo se está deshaciendo.

Probablemente Jesús también diría hoy:
todo esto tiene que suceder en esta época.;
todo esto surge como consecuencia del egoísmo y
de la maldad,
del afán de dinero y de poder de los seres humanos.
Pero esto no es en absoluto el final.
Pues “aquel día y aquella hora nadie la conoce,
ni los ángeles en el cielo, ni siquiera el Hijo,
sino sólo el Padre.” (Mt 24.36)

El final no es conducido por un “ciego destino”.
Más bien “el Padre” dará el tono.
Pero el Padre permanece como El que es:
El Dios justo y, al mismo tiempo, amoroso y misericordioso.
Nosotros podemos confiarnos a Él-
al final de nuestra vida personal
¡tanto como el final del tiempo y de todo lo creado!

Amén.
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