Homilía para el Domingo Vigésimo Octavo
del ciclo litúrgico C

13 Octubre 2019
Lectura: 2 Re 5,14-17
Evangelio: Lc 17,11-19
Autor: P. Heribert Graab S.J.
“Por favor, por favor, por favor…”
Este suplicante ruego infantil
probablemente lo hemos oído todos a veces.
También hemos participado de la loca alegría de los niños cuando su ruego es satisfecho: “Puedes…”
Y después se produce a menudo una breve pausa,
después de la frase estándar:
“Y ahora ¿¿¿qué se dice???”
“¡Gracias!”

Ciertamente esta breve palabra
también muchos adultos todavía no la han aprendido.
Naturalmente se trata de una sencilla regla fundamental de la educación interpersonal.
Pero detrás de esto hay claramente más:
Nos hemos acostumbrado a recibir todo lo que necesitamos de forma totalmente natural.
Más aún:
Reiteradamente creemos: ¡Tengo derecho!
Y pensamos y decimos: ¡Lo he pagado!
O: ¡Para eso pago mis impuestos!

Una actitud básica así se da con frecuencia como consecuencia de un continuado estado de bienestar,
cuando se convierte en una evidencia que no se analiza.
Pero en esto algo esencial del ser humano se ha perdido:
La capacidad de dejarse obsequiar y de agradecer.
Muchísimo y ciertamente lo más valioso:
la propia vida y el amor sólo se nos puede regalar.
De esto se sigue que el agradecimiento es indispensable en nuestra relación con Dios
más aún que entre las personas.

La historia de la curación del sirio Naaman muestra aún más:
La gratitud ante Dios no es sólo indispensable,
sino que Él tiene prioridad ante cualquier gratitud a los seres humanos.

"Este relato de curación muestra sobre todo que Eliseo es el sanador, pero apenas entra en acción…
El propio Eliseo permanece en casa y desde allí da instrucciones.
No acepta ningún regalo.
Todo esto muestra de quien depende.
Dios es el que obsequia la curación.
El profeta tiene la tarea
de manifestar la voluntad de Dios, que controla todo.
Así conduce la curación de forma consecuente
para reconocimiento del Dios de Israel
por medio de Naaman.
Evidentemente para esta fe necesita algo en la mano.
Por eso él lleva tierra.
En su imaginación Dios está unido a su pueblo y al país en el que este pueblo habita.
Comparte la tierra con este pueblo y con su Dios." *)

Todavía otro punto de vista sitúa al Evangelio en el primer plano:
Para Jesús la enfermedad no es el problema sino el ser humano.
Él cura a los diez leprosos,
pero sólo vuelve uno para darle las gracias.
Sólo para él ha ocurrido el milagro totalmente.
Éste es el único, precisamente un samaritano,
que cree y sabe, qué no sólo está curado
sino que también es aceptado.
Los otros no tienen tiempo, tienen necesidad de recuperación:
se lanzan a la nueva vida ganada y quisieran
recuperar lo más posible lo que la larga enfermedad les ha quitado.
Pero agradecer la curación a aquel que les ha podido dar la vida verdadera, lo pierden de vista rápidamente.

Yo he experimentado curación y salvación con frecuencia, empezando por el día de mi nacimiento
y después en el día de mi Bautismo;
continuamente durante mi niñez y mi juventud
y no en último lugar en el espanto de la guerra.
Buenos amigos, profesores y compañeros estuvieron a mi lado de forma servicial en el camino hacia el sacerdocio.
En este camino y durante todos los años de
mi actuación como sacerdote he experimentado a Dios como el acompañante decisivo del camino,
como Aquel al que agradezco la salud y
-bajo Su bendición- la alegría en mi trabajo.
También yo he experimentado en el encuentro
con muchas personas,
como recibieron ayuda, consolación y curación
en situaciones existenciales muy difíciles.
Cada vez más he comprendido,
que yo días tras día tengo motivos para decir sencillamente gracias.

Pensar esto para todo lo que nos es regalado significa agradecer.
No es por casualidad que las palabras “pensar-denken” y “dar gracias-danken” tengan la misma raíz lingüística.
Por tanto, pensemos diariamente en
contemplar con “buenos ojos” nuestra vida
y estar agradecidos por ella.

Por ello celebremos hoy y continuamente la “Eucaristía”, que significa muy sencillamente
“agradecimiento”.
En la oración, que es denominada “gran oración de gratitud”, diremos en seguida, por ejemplo:
“Te agradecemos, Señor, que nos hayas llamado
para estar contigo y servirte:”

Amén.

*) cita de Dr. Anne Rademacher de una interpretación del texto de la Lectura del Domingo XXVIII del Ciclo litúrgico C de la Biblia católica de Alemania, Austria y Suiza.

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