Homilía para el Domingo Vigésimo Segundo del ciclo C
1 Septiembre 2019
Lectura: Sir 3,17-18.20.28-29
Evangelio: Lc 14,1.7-14
Autor: P. Heribert Graab, S.J.
Los tiempos cambian -¡continuamente!
Cuando estudiaba teología no se podía hacer nada sin el latín:
En esta lengua clásica tenían lugar la mayor parte de las clases;
en esta lengua teníamos que superar muchos exámenes.
Continuaba actuando el influjo “universal” del Imperio Romano:
continuaba el “Sacro Imperio Romano Germánico”
y eso hasta hoy en la Iglesia romana.

Entretanto se ha cambiado algo mediante políticas de desarrollo y por la globalización actual.
Incluso en la teología y en la Iglesia católica
domina entretanto en lugar del latín, el inglés.

Semejantes desplazamientos culturales los hubo ya en los tiempos bíblicos:
Uno de ellos forma el segundo plano del libro de Jesús Sirach, del que procede la Lectura de este domingo.
El espacio existencial de Israel estaba dominado
en aquel tiempo del origen de este libro por los seguidores de Alejandro el Magno, por los seleúcidas.
Estos determinaban el estilo de vida también en Jerusalem-
y no sólo políticamente sino más aún culturalmente:
Quien quería situarse no hablaba ya la lengua tradicional del país sino el griego.
También se asumía el sistema de formación griego,
por ejemplo se construían “gimnasios” y allí se impulsaba al deporte olímpico.
Quien además quería tener éxito económico no tenía más remedio que dárselas de “moderno”.
¡Más o menos todo como hoy!

El libro de Jesús Sirach intenta ahora, en el segundo plano de esta transformación de la cultura, de la actitud ante la vida y del estilo de vida mostrar alternativas en el fundamento de la tradición judía:
alternativas de los ideales de formación y de la sabiduría vivida,
alternativas de la praxis de la vida cultural  y también religiosa.
La pregunta es:
¿Qué es válido conservar de la propia tradición y experiencia,
sin condenar desde el principio lo nuevo de un tiempo cambiante?

En esta conexión puede sorprender,
que Jesús Sirach desplace al primer plano en parte de la Lectura del día de hoy precisamente la modestia y la humildad.
Pero para esto hay, por supuesto, motivos comprensibles:

* En todo cambio de tiempo hay partidarios de la antigua tradición y partidarios de los nuevos desarrollos, a menudo irreconciliables mutuamente:
Todos opinan tener razón desde su lado
y, con frecuencia, abogan por ello de una forma desconsiderada y agresiva.
Esto es válido para los cambios sociales, culturales
y también religiosos y eclesiales.
Jesús Sirach aconseja a todos un poco más de modestia.
En consecuencia exige expresamente,
escucharse mutuamente y en primer lugar reflexionar.

* Frecuentemente se trata en ambas partes, no en primera línea, de diferentes opiniones en cuanto al contenido,
sino más bien de ventajas personales, a menudo materiales,
por ejemplo, privilegios “adquiridos” o ascensos,
que se prometen desde lo nuevo.

* Y no finalmente Jesús Sirach recuerda
que nosotros en todo esto no debiéramos perder
de vista a Dios,
al que todos nosotros debiéramos encontrar en pobreza y veneración.
Y el verdadero amor encuentra finalmente no sólo
a Dios, sino a todo ser humano en veneración y humildad.

De nuevo bajo otra consideración retoma el Evangelio este tema de la modestia y de la humildad:
Jesús aprovecha un  banquete grande y opíparo
para examinar muy de cerca la aspiración de los invitados allí reunidos a las primeras plazas críticamente.
Sin duda Él fue invitado a este círculo
porque entre todo el mundo había curiosidad
por conocer personalmente a este curandero.
Por tanto, así Él se encontró con una sociedad
en la que se tenía en cuenta la situación social
y que también quería avanzar en toda ocasión.
En este entorno Jesús también quería y tenía
que irritar y provocar con sus palabras críticas.
“¿Qué se cree éste?”
podían haber pensado y cuchicheado los presentes.

Pero para Jesús se trata del núcleo de Su mensaje:
* Cada ser humano –de cualquier origen- es imagen de Dios.
* Cada ser humano está llamado a ser hermano o hermana de su prójimo y a amarlos “como a sí mismo”.
* Cada ser humano está invitado a la solidaridad entre ellos en el Reino de Dios futuro.

Sobre todo, Lucas cuenta este acontecimiento y la parábola de Jesús porque en su época
concurrían a las comunidades cristianas muy pobres
también cada vez más personas adineradas
y ciertamente aportaban aquel modo de pensar y
de relacionarse, que Jesús criticaba.
En este sentido también Pablo critica la comunidad de Corinto:
“Lo que hacéis en vuestras reuniones
no es ya una celebración de la Cena del Señor:
porque cada uno come su propia comida
y uno pasa hambre mientras el otro ya está borracho.” (1. Cor 11,2 ss)
Y ¿qué sucede entre nosotros cristianos de hoy?
Es válido en todos los tiempos y también entre cristianos:
“¡La modestia es un adorno; sin embargo se progresa sin ella!”

Sobre el último párrafo del Evangelio
concluimos con un breve impulso para reflexionar:
¿A quién invitamos a una fiesta o simplemente a comer?
¡Para pobres y venidos a menos hay suficientes instituciones caritativas!
Yo mismo fundé hace años un comedor del mediodía para pobres, sin techo y drogodependientes.
Incluso estoy orgulloso de ello.
Pero ¿invito a pobres, sin techo y drogodependientes también a comer conmigo y en mi mesa?
¿Sería natural traer a comer a estas `personas a la comunidad de jesuitas?
¿Las invitaría, dado el caso, a comer en un restaurante?
Todas estas preguntas que se me imponen
me avergüenzan.
¿Seguimiento de Jesús?
¡Aún hay que mejorar mucho!

Amén
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