Homilía para el Domingo Sexto
del  ciclo litúrgico (C)

17 Febrero 2019
Lectura: Jr 17,5-8
Autor: P. Heribert Graab S.J.
Los criterios esenciales,
según los cuales se juzga hoy en día a los seres humanos son rendimiento y efectividad:
Nuestra vida y todo lo que hacemos tiene que aportar algo para nosotros mismos y para los demás
y naturalmente para la comunidad.
Con frecuencia se critica este principio
de rendimiento y efectividad,
incluso también por los cristianos.
Sin embargo, debiéramos en el sentido de los textos de la Escritura de este domingo, buscar con la vista alternativas y no en último término
¡en el sentido de un mensaje verdaderamente alegre!

Por tanto, contemplemos en primer lugar las insistentes imágenes de la Lectura de Jeremías.
El profeta apenas deja alguna posibilidad de elección:
Estaría totalmente alejado de lo existencial
decidir contra el agua que da vida,
contra esta imagen vigorosa de un árbol fecundo
que verdea con abundancia de frutos
y en lugar de esto elegir el arbusto lamentablemente árido y su ubicación, el desierto de sal seco y hostil.

Silencio

Para Jeremías es irrefutable:
La fuente de la vida y de toda su alegre realización es únicamente Dios, el propio Señor de la Vida.
Sólo plenificada por una esperanza,
que mira hacia Él llena de confianza,
tenemos parte en esta plenitud de vida
y fructificamos para nosotros mismos, para otros y para este mundo.
Y esto no sólo lo atestigua el testimonio del profeta,
sino sobre todo la palabra, la promesa del propio Señor.

Silencio

Ciertamente pertenece a la realidad de nuestra existencia humana,
decidir consciente o inconscientemente algo diferente.
Pero no en último caso para aquellos que en su praxis creyente se han convertido en negligentes
o incluso han perdido de vista a Dios,
pueden y deben servirles de animación las expresivas imágenes.

Silencio

Jesús concreta en las malaventuranzas y bienaventuranzas del Evangelio
el fuerte contraste entre el árido arbusto en el desierto y el árbol
desbordante de fruto y de vida en el agua fresca.
Riqueza y dinero,
un estómago lleno, placeres someros
y también la alabanza superficial de los seres humanos no son más que un cálido y seco suelo
de desierto.
Y tampoco del “rendimiento” y la “efectividad”
sale la plenitud de la vida y la dicha verdadera.

Las raíces de la dicha se dan más bien en profundidades muy diferentes:
Se alimentan del amor desinteresado,
del hambre y la nostalgia comprometida de justicia,
del pacifismo, paz y servicio a los demás.
También las bienaventuranzas son algo así como
una animación a poner claramente otros acentos
en el orden de prioridades erróneas, pero muy extendidas de nuestra época.

Silencio

Tanto las malaventuranzas como también y sobre todo las bienaventuranzas las desarrolla Jesús
en Su Sermón de la Montaña,
como nos las ha transmitido Mateo:
“Nadie puede servir a dos señores:
porque odiará a uno y querrá al otro
o será fiel a uno y al otro no le hará caso.
No podéis servir a Dios y al dinero.
Por eso os digo:
No andéis preocupados pensando
qué vais a comer o beber para sustentaros
o con qué vestido vais a cubrir vuestro cuerpo
¿No vale más la vida que el alimento
y el cuerpo que el vestido?
Fijaos en las aves del cielo:
no siembran ni siegan ni recogen en granero,
y, sin embargo, vuestro Padre celestial las alimenta.
¿No valéis vosotros mucho más que ellas?”
(Mt 6,24-26)

Amén.
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