Homilía para la fiesta de la Presentación del Señor, víspera del Cuarto Domingo
del ciclo litúrgico C
2 Febrero de 2019
Lectura: Ml 3,1-4
Evangelio: Lc 2,22-40
Autor: P. Heribert Graab, S.J.
La fiesta de la Presentación del Señor
está todavía en conexión
con el ciclo festivo navideño,
pero sobre todo tiende un puente
entre Navidad y Pascua.
Como siempre, cuando se trata de la revelación
del misterio divino,
esto sucede en imágenes y parábolas.
La función de ser puente tiene hoy la doble imagen emocionante de la obscuridad y de la luz.

El Nacimiento de Jesucristo lo celebramos en medio de la noche:
“El pueblo, que vive en la obscuridad, ve una Luz clara;
sobre aquellos, que viven en el país de las tinieblas,
resplandece una Luz.”
Con estas palabras de Isaías comienza la liturgia
de la media noche.
Concretamente esta promesa profética está en
el relato siguiente del Evangelio de Navidad:
“el ángel del Señor se presentó a los pastores
y el esplendor del Señor los envolvía…
Hoy os ha nacido el Salvador en la ciudad de David;
es el Mesías, el Señor.”

Este motivo iconográfico de una Luz que resplandece en la obscuridad
lo recoge el anciano Simeón en el Evangelio de hoy:
“Ahora, Señor, puedes dejar a tu siervo irse en paz,
porque mis ojos han visto al Salvador
que Tú has preparado para todos los pueblos,
Luz, que ilumina a los paganos,
y gloria para tu pueblo de Israel”.

Este motivo iconográfico marca en muchos sentidos este día:
Ya muy tempranamente se celebró este día con una procesión de luces:
Aunque en diferentes épocas y en diferentes tradiciones en la celebración de esta fiesta estuvieron en primer plano temas esenciales –
la bendición y la procesión de las luces permanecieron siempre como algo central hasta nuestros días.

Ciertamente por eso la Fiesta de la Presentación
del Señor dirige hoy nuestra mirada hacia
la fiesta de Pascua,
cuya fiesta comienza también en la obscuridad
de la noche con el fuego pascual y con el encendido
del cirio pascual.
A mí mismo me impresiona cada vez más todos los años la entrada en la Iglesia obscura del cirio pascual encendido.
Esta luz aparentemente tan pequeña de un solo cirio
ilumina incluso el ángulo más obscuro de la iglesia.
Y después la luz se multiplica
cuando poco a poco todos los concelebrantes encienden su propio cirio en la luz del cirio pascual,
hasta que finalmente todo el espacio resplandece con la luz viva y pascual.
Otro punto clave de esta maravillosa fiesta de la luz
es el canto jubiloso del Exultet,
este canto de alabanza que entusiasma por la luz de la mañana de Pascua.

La Luz del Dios encarnado,
la Luz de la gloria de Dios manifestada en este mundo,
la Luz del Cristo resucitado-
esta maravillosa Luz señala también para nosotros hoy aquella “salvación” que Dios ha `preparado para todos los pueblos.
“Salvación” –por tanto, gracia y bendición, plenitud y realización de la vida, salud y curación del alma y del cuerpo, redención y naturalmente dicha.
Todo lo que reconoce el anciano Simeón como regalo de Dios,
ya en el pequeño Niño, que Sus padres llevan al Templo.
En esto él ve la “resplandeciente Luz que viene
de lo alto”, que ilumina “a todos los que se hallan en tinieblas y en sombras de muerte”-
una Luz de Dios para el pueblo de Israel
y también una Luz para todos los seres humanos y pueblos de este mundo hasta el día de hoy.

Vale la pena y tiene sentido preguntarse cada día de nuevo:
¿Dónde reconozco y experimento yo mismo esta Luz y sobre todo en las obscuridades de mi propia vida- en mis temores, en la soledad y en las épocas de duelo?

¿Cómo puede esta Luz alumbrar la obscuridad
de nuestra época y también de mi vida,
cuando actualmente incluso la Iglesia de Cristo
está sumida en profunda obscuridad por algunos escándalos?

Existe y permanece un milagro a través de todos
los tiempos porque Jesucristo precisamente a esta,
a menudo, tan lamentable Iglesia, confía la Luz divina para el mundo.
Y existe y permanece un milagro,
porque esta Luz divina, sin embargo, no se extingue,
porque más bien la podemos encontrar si solo la buscamos a ella.
Porque no es la Iglesia la garante de la Luz, sino sólo y únicamente Jesucristo mismo – en la Iglesia.

Hoy muchos católicos no escuchan con gusto
que se les diga que ellos mismos son Iglesia.
Y ¡sin embargo esto es cierto!
Y de ahí resulta para cada uno de nosotros la misión de transmitir,
la Luz, que finalmente es el propio Jesucristo,

y a todos aquellos con los que tenemos algo que ver
“dejar pasar” esta Luz.

Comienza animosamente con ello, cree Santa Catalina de Siena:
“¡ahuyenta la obscuridad
y resplandezca la Luz!”

Amén.
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