Homilía para el Segundo Domingo
del ciclo litúrgico C

20 Enero 2019
Lectura: Is 62,1-5
Evangelio: Jn 2,1-11
Autor: P. Heribert Graab, S.J.
Algunas sugerencias de diferentes años de “Reino de Dios” (Trabajo Bíblico Católico)
Aunque ya el domingo pasado
el verde litúrgico “diario” del ciclo litúrgico
ha comenzado de nuevo-
estamos todavía bajo la impresión
de la “Epifanía del Señor”,
la manifestación de Su gloria en medio de este mundo.

El Evangelio de hoy de la “Boda de Caná”
está coordinado en la tradición con la fiesta de la Epifanía,
por tanto, de la “Manifestación del Señor”.
Después se relata el “primer signo”,
el cual Jesús obró en Caná de Galilea:
Con él “manifestó Su gloria,
y  Sus discípulos creyeron en Él”.

Cuando contemplamos hoy nuestro mundo y,
por desgracia, también nuestra Iglesia,
no percibimos nada de esta gloria,
nada de la gloria que se manifiesta en Jesús,
nada de la gloria del Reino de Dios que despunta con Él.

Bajo esta impresión aplastante
invito a ustedes a una mirada sobre la Lectura profética:
sólo podemos comprender y explicar correctamente este texto, si lo leemos, es decir, escuchamos
en el segundo plano de las experiencias del autor
y de las personas de su época, a las que él se dirige:
El exilio del pueblo de Dios en Babilonia ya ha pasado.
Un nuevo comienzo en la vieja patria ha sido posible.
Pero el nuevo comienzo sobre las ruinas de la precedente catástrofe, por tanto de la destrucción de Jerusalem,
es difícil. El impulso interior faltaba.
Realmente no se ve ninguna salvación gloriosa.

Y, sin embargo, deja escapar el profeta,
lo que él ha reconocido para la capital, Jerusalem,
y para todo el país como salvación futura.
Él ve con una total certeza esta salvación futura,
que ya no puede contener, sino que tiene que gritar.
La salvación y la gloria de Jerusalem
están para los profetas en una conexión indisoluble
con la gloria del mismo Dios.
La alabanza humana no puede aumentar la gloria de Dios.
Esto es natural para Isaías.
Él tampoco dice: “Por la voluntad de Dios no puedo callar…”
más bien dice: “Por amor a Sión no puedo callar,
por amor a Jerusalem no puedo estar en silencio…”

Es un regalo de Dios y destello de Su gloria,
cuando resplandezca en esta ciudad el derecho como una luz clara y su (de la ciudad) salvación brille como una antorcha ardiente.
Así Jerusalem se convierte “en una corona magnífica en la mano del Señor, en una diadema real en la diestra del Señor.”

Por amor a Jerusalem, por amor al ser humano, en consideración a nosotros, Dios pone tan gran valor,
en lo que ha dado a los seres humanos como orientación.
De eso trata él – no para sí.
¡Él lo trata para nosotros!
La orientación de Dios, Su derecho quiere ser ayudador para nosotros,
quiere iluminar nuestra vida,
quiere convertir nuestra vida en una vida dichosa y digna de ser vivida.

Éste es también el mensaje del Evangelio de la Boda de Caná,
este Evangelio de la Manifestación de la gloria de Dios en este mundo:
¡Se trata de una alegría festiva y de la plenitud de nuestra vida!
Ambas –plenitud y alegría existencial- son en último caso flujo y consecuencia de la gloria de Dios,
que de este modo aparece y se hace visible en este mundo.

Se trata de proponerse un cambio de perspectiva:
Por tanto, de fijar la mirada de la visible
“aún-desgracia” a la invisible relación vital interior entre Dios y Su pueblo y Sus seres humanos en totalidad.
En todo caso así aplica Isaías una perspectiva de cambio
para llegar desde la mirada sobre la gran necesidad, incluso sobre la “nada” a un mirada sobre aquella “plenitud” que Dios quiere regalar hoy a Su Pueblo y también a nosotros.

Por eso él no puede callar, por eso no puede descansar
hasta que resplandezca el derecho como una antorcha ardiente y hasta que a todos los seres humanos les toque en suerte la salvación de Dios.

Finalmente contemplemos brevemente
esta maravillosa imagen de una boda,
que ambos textos bíblicos unen
y que continuamente en la tradición bíblica
representa la relación de Dios con Su pueblo.
El amor de Dios a Su pueblo,
el amor de Dios también a nosotros
no tiene límites y no se puede superar.
De la aparentemente “abandonada” novia de Israel,
del “terreno yermo”, surge el “deleite de Dios”
surge Su “prometida”.
Se trata de un regalo de Yahwe a Su novia,
que de esta manera es liberada de su abatimiento
por la esperanza.

Tanto como nosotros Iglesia de Jesucristo actualmente también estamos abatidos, por su aspecto,
sin embargo nos permitimos hoy pronunciar este alegre mensaje:
“Te llama con un nuevo nombre, que la boca del Señor determina para ti.
Tú te conviertes en una preciosa corona en las manos del Señor,
en una diadema real en la diestra de tu Dios.”
En Su amor Dios, a pesar de todo, ¡da la cara por Su pueblo,
y también por Su Iglesia, y también por nosotros!

Amén.
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