Homilía para el Domingo de Cristo Rey. Ciclo litúrgico C
20 Noviembre 2016
Sin referencia inmediata a los textos de la Sagrada Escritura del domingo.
Autor: P. Heribert Graab, S.J.

Una detallada representación del Reino de Dios y también de la comunidad de Jesús como “alternativa” a la realidad actual de este mundo se halla en: Gerhard Lohfink, “¿Qué comunidad ha elegido Jesús?”, Herder 1982.
Cuando celebramos a Cristo como nuestro ‘Rey’
no nos revelamos como pasados de moda o eternamente en el pasado,
sino que celebramos llenos de confianza
el mensaje futuro de Jesucristo
del ‘Reino de Dios’ venidero y que ya despunta.

También los poderes de este mundo desean permitirse continuamente la soberanía,
oprimir a los seres humanos
y convertirlos en víctimas de sus guerras y
ansías de poder.
A Jesús, el Ungido de Dios “se Le ha dado todo poder en el cielo y en la tierra” (Mt 28,18).
Al final Él habrá aniquilado en este mundo todo poder, violencia y fuerza –
incluso al auténtico y último enemigo de la vida,
la muerte.
Pues Él, Cristo Rey, al final transmitirá Su soberanía a Dios Padre (1 Cor 15,24 s)

Silencio

La soberanía real de Jesucristo sobre el ‘Reino de Dios’ es, por tanto, una alternativa a toda la  soberanía del ser humano sobre el ser humano.
Y en cualquier parte donde el Reino de Dios ya hoy se hace realidad, se desarrolla algo así como una ‘sociedad de contraste’.
Ya en el Nuevo Testamento se confrontan en este sentido “antaño y ahora”, “obscuridad y luz”.

Y en el siglo segundo Justino, Padre de la Iglesia escribe:
“(Antes) atesorábamos dinero y posesiones sobre todo, ahora ponemos lo que tenemos al servicio de la causa común y lo compartimos con cada pobre.
Nos odiábamos y nos asesinábamos unos a otros
y no manteníamos comunidad con aquellos que no eran de nuestra estirpe, a consecuencia de las diferentes costumbres vitales,
pero ahora convivimos según Cristo como compañeros de mesa.”

Ciertamente esta última idea es ya central para Pablo:
Ya que nosotros como cristianos verdaderamente nos hemos convertido en “seres humanos nuevos”,
“ya no hay cristianos o judíos,
circuncisos o incircuncisos,
extranjeros, esclavos o libres,
sino que Cristo es todo en todo.” (Col 3,11)
¡De rabiosa actualidad en un mundo globalizado con un alto porcentaje de emigración!

Silencio

Cuán extensamente la ‘soberanía de Cristo’ es alternativa a la realidad del ‘mundo antiguo’,
lo documenta la ley fundamental del ‘Reino de Dios’
en el ‘Sermón de la montaña’ de Jesús
y, sobre todo en su preámbulo, por tanto en las ocho bienventuranzas:
El principio de la no violencia en un mundo marcado por la violencia:
“Bienaventurados los que no emplean la violencia,
porque heredarán la  tierra.” (Mt 5,5)

El propio Jesús concreta este principio en el Sermón de la montaña:
“Habéis oído que se dijo:
ojo por ojo y diente por diente,
pero Yo os digo:
No hagáis frente al que os hace mal
sino que al que os abofetea en la mejilla derecha,
presentadle también la otra.
Al que quiera pleitear contigo para quitarte la túnica,
dale también el manto.
Y al que te exija ir cargado mil pasos,
ve con él dos mil.
Dale a quien te pida
y no vuelvas la espalda al que te pida prestado.”
(Mt 5,38 ss)

Por tanto:
¡No respondas a la violencia con el contraataque!
¡Renuncia a toda revancha!
¡Renuncia incluso a la sanción justa!

Pero: ¡tampoco te detengas, si sucede la injusticia,
en una pasividad de brazos cruzados!
¡Muéstrate complaciente con el adversario!
¡Responde a su coacción o violencia brutal
con desbordante bondad!
Quizás de este modo puedas ganarle.

Silencio

Este lado constructivo del principio de la no violencia forma hasta la actualidad el fundamento para el desarrollo del método de la resistencia pacífica.
Desde el principio los cristianos aplicaron el principio de la no violencia no sólo a la conducta individual sino también a la convivencia en la sociedad y a la guerra y a la paz de los pueblos.

Ellos vieron realizada ya en el Reino de Dios que despunta la promesa de Isaías:
“Convertirás sus espadas en arados,
sus lanzas en podaderas.
No alzará la espada pueblo contra pueblo,
ni se prepararán más para la guerra.” (Is 2,4)
En todo caso esta promesa fue y es válida
como compromiso para aquellos que son bautizados en Jesucristo y con ello están al servicio del Reino de Dios venidero.
Tertuliano, un autor cristiano del siglo II, por ejemplo, escribe:
¿Cómo puede alguien dirigir la guerra, cómo puede alguien también en tiempos de paz prestar el servicio militar, si el Señor le ha quitado la espada?
Vinieron soldados a Juan
y recibieron reglas para su conducta;
había un capitán que se hizo creyente;
el Señor con el desarme de Pedro ha quitado la espada a todo soldado.” (De idolatria 19)

En correspondencia con esto muchos cristianos de los primeros tiempos fueron objetores de conciencia o a consecuencia de su Bautismo fueron excluidos del ejército;
Algo así le sucedió a Martín de Tour, cuya fiesta hemos celebrado recientemente.
Con mucha probabilidad se convirtieron en mártires también Gereon y otros soldados cristianos y oficiales de la Legión de Tebas, porque se negaron al servicio con armas.

Silencio

Aún sólo un último ejemplo de los muchos que, en la tradición bíblica y cristiana, el Reino de Dios que ya despunta es alternativa de la realidad del viejo mundo experimentada diariamente.

Más personas de nuestro entorno diario de las que sospechamos están corporal o psíquicamente enfermas.
Algunas regiones de este mundo están dominadas con frecuencia por enfermedades y epidemias.
Y se dice no sin razón:
La vida en la sociedad altamente desarrollada aquí, entre nosotros, enferma a no pocas personas.

Ya en las visiones y promesas de los profetas veterotestamentarios queda claro:
La enfermedad es un signo de la configuración impía de este mundo.
Pero si Dios configura este mundo de nuevo:
“entonces se despegarán los ojos de los ciegos,
también se abrirán de nuevo los oídos de los sordos.
Entonces saltará el cojo como un ciervo, la lengua del mundo cantará.” (Is 35,5 s)

Con referencia a esto anuncia Jesús el reino de Dios venidero no sólo con palabras,
sino que lo atestigua y lo provoca mediante innumerables curaciones de enfermedades
y mediante la ‘expulsión de demonios’,
que entonces son considerados como los causantes de las enfermedades y sobre todo de las enfermedades psíquicas y espirituales.

Las curaciones de enfermedades realizadas por Jesús no son en primera línea expresión de Su compasión con los enfermos en particular;
son más bien señales de la cercanía del Reino de Dios venidero.
Esto lo explicita Jesús con la parábola de la higuera que echa brotes (Lc 21,29-31).
Si sus ramas tienen savia, en Palestina se sabe:
El verano está cerca.
Por tanto se debe saber si se ve todo esto -los muchos hechos poderosos de Jesús-: ¡El Reino de Dios está cerca!

Y en el mismo sentido responde Jesús a la pregunta de los discípulos de Juan sobre si es Él, el que debe venir:
¡Id y contad a Juan lo que oís y veis:
Los ciegos ven de nuevo y los cojos andan;
los leprosos quedan limpios y los sordos oyen;
los muertos resucitan
y a los pobres se les anuncia el alegre mensaje.”
(Mt 11,5).

En referencia a esto, Jesús también envía después a sus propios discípulos:
“¡Id y anunciad: El Reino de los Cielos está cerca.
Curad a los enfermos, resucitad a los muertos,
limpiad a los leprosos, expulsad demonios!”
(Mt 10,7 s)
Y a esta misión permanece la Iglesia fiel hasta hoy:
Una parte notable de las iglesias cristianas vuelve a la atención de los enfermos en el mundo y en general en el sistema sanitario moderno.
Las Iglesias entienden su servicio a los seres humanos como servicio curativo.

Silencio

En conclusión, se comprende que se señale esto en el Año de la Misericordia, que ahora llega a su fin.
Misericordia corresponde a la no violencia de las ocho Bienaventuranzas del Sermón de la Montaña de Jesús y, con ello, a la característica fundamental del Reino de Dios.
Pienso que el Papa Francisco ha atestiguado en un mundo a menudo tan inmisericorde a lo largo de todo un año continuamente la alternativa de la misericordia mediante su palabra, mediante el desempeño de su cargo y, sobre todo, mediante su vida personal.
Y Jesucristo es también hoy el Rey misericordioso para el que es válida la expresión:
“No hay amor más grande que el del que entrega su vida por su amigo.” (Jn 15,13).

Amén.
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