PHomilía para el Domingo Vigésimo Tercero
del ciclo litúrgico C

4 Septiembre 2016
Lectura: Sab 9,13-19
Autor: P. Heribert Graab S.J.
En estrecha conexión con homilías de años anteriores sobre todo con la de 2010.
El ser humano de los tiempos modernos explora con curiosidad este mundo y todo el cosmos.
Hoy sabemos que lo hace con gran éxito:
Para bendición de la humanidad,
pero también para maldición de la misma.
Dos guerras mundiales e innumerables catástrofes originadas por el ser humano
han atenuado de forma pertinente o incluso quebrado nuestro optimismo por el progreso.
Sin embargo: El saber de la humanidad hoy es admirable;
desgraciadamente no en igual medida su sabiduría.

Silencio

Por ejemplo, Stephen Hawkin, por ejemplo,
quiere ser – como muchos científicos significativos de nuestra época – un pozo imponente del saber.
Como Stephen Hawkin también algunos de sus colegas niegan expresamente la existencia y el obrar de un Dios Creador.
Si ésta es verdaderamente la última conclusión de la sabiduría parece más que problemática.
Aquí puede aplicarse la palabra de la Lectura:
“¿Quién ha conocido tu plan
si Tú no le hubieses dado sabiduría
y no hubieses enviado tu Santo Espíritu desde lo alto?”

En cambio, no debiéramos perder de vista a aquellos significativos científicos,
que contemplan su sabiduría y su fe como fuentes de conocimiento que se complementan.

Max Planck, el fundador de la teoría cuántica, dice por ejemplo:
“El ser humano necesita las ciencias naturales para conocer, la fe para actuar.
Religión y ciencia natural no se excluyen,
como hoy creen y temen muchos, sino que se complementan y se necesitan recíprocamente.
Para el ser humano creyente Dios está al principio y para el científico al final de todas las reflexiones.”

Precisamente de Max Planck procede la frase:
“En toda aspiración e investigación busco respetuosamente detrás del misterio del rayo de luz, el misterio del Espíritu divino.”

Y Werner Heisenberg opina:
“El primer trago del vaso de la ciencia natural
hace ateísta,
pero en el fondo del vaso espera Dios.”

Silencio

Tomemos un poco tiempo para reflexionar sobre la sabiduría y sobre lo que ésta significa.
En primer lugar se trata de conocer algo
- no superficialmente sino completamente;
por tanto, mirar a través de las cosas y
descubrir su auténtica esencia.
Sabiduría también significa tener gusto en algo:
La palabra griega “sapientia” tiene algo que ver con “Sapor” = gusto.
Luego quiere decir: El principio de toda sabiduría es el temor de Dios y el “gustar” de las cosas,
como están en relación entre sí y con la totalidad.
Quizás entonces también se descubriría
que un último destino inhabita en todo,
un sentido que no se puede descuidar.
Nada  – así dice la Biblia – se puede igualar a la sabiduría.
A su lado todo el oro aparece como un poco de arena.
Ella es un tesoro inagotable para los seres humanos.
Todos, los que lo adquieren, alcanzan la amistad de Dios.

Silencio

Por el influjo helenístico del pensamiento y
sobre todo por el famoso prólogo del Evangelio
de Juan, en el cristianismo (occidental) se ha pasado del femenino “Sophia”, de la “sabiduría”
al masculino “Logos”.
Sin embargo para los cristianos durante largo tiempo
fue una evidencia que en Jesucristo resplandecía la sabiduría de Dios,
y que nosotros tanto más participamos de esta sabiduría cuanto más admitimos a Jesucristo
y vivimos en Su seguimiento.

¡La antigua “Hagia Sophia” de Constantinopla,
la iglesia de la “Santa Sabiduría”, por tanto,
era/es una Iglesia de Cristo!

Silencio

Probablemente hoy más que nunca es necesario
el diálogo entre ciencias naturales y fe,
cuando a la larga la bendición del conocimiento científico no debe estar sometido a su maldición.
Sólo entonces hallará la plenitud aquella experiencia
que se expresa así en el libro de la Sabiduría:
“Sólo así se enderezaron los caminos de los moradores de la tierra,
así aprendieron los seres humanos lo que a ti te agrada;
y mediante la sabiduría fueron salvados.”
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