Homilía
para el Domingo Décimo Séptimo, ciclo litúrgico C Homilía 24 Julio 2016 |
Lectura: Gn 18,20-32 Evangelio: Lc 11,1-13 Autor: P. Heribert Graab S.J. |
¿Han pedido ustedes ya alguna vez la misericordia de
Dios para el “estado islámico”? ¿Quizás con el motivo de que entre ellos haya también inocentes personalmente y en todo caso inducidos a error sin culpa? Ciertamente esto se relata precisamente en la Lectura de Abraham, que finalmente también es considerado entre los cristianos como “Padre de la fe”. Abraham no sólo ora, más bien lucha con Dios para que se respete Sodoma y Gomorra por un solo ‘justo’. Las ciudades de Sodoma y Gomorra eran consideradas entonces como esencia de la violencia brutal, de la violación y del asesinato y, en general, de toda inhumanidad. Toda ‘persona decente’ hubiera visto el hundimiento de estas dos ciudades con alegría a la chita callando. “¡Ya era hora!” hubieran dicho. “¡Qué caiga sobre ellos la justicia!” ¿No se halla en todos nosotros algo de estas ‘personas decentes’? ¿Algo de cuya concepción de la justicia tiene mucho que ver con la revancha? Y ¿transmitimos también a Dios esta comprensión de la ‘justicia’ no totalmente evidente? Finalmente ¿no debía imponerse Dios? ¿Arrancar de cuajo todo el mal? ¡Abraham actuó de forma muy diferente! Para colmo en un diálogo literario compuesto de forma ingeniosa provoca a Dios verdaderamente, incluso para ser clemente y misericordioso ante la insondable perdición de toda una ciudad: “¡No puedes hacer esto, matar a los justos junto con los que no tienen escrúpulos!” Pero ¡qué clase de justicia es la que pone fin a la injusticia y para ello sacrifica a los justos! Incluso aunque sólo fuese víctima un único justo esto sería indigno de Dios. Dios se negaría a sí mismo y se colocaría en la injusticia. La corrupción de la mayoría no puede justificar la aniquilación de la minoría. Más bien es correcto que la minoría de los justos pueda respetar a los muchos impíos y quizás incluso moverlos a la conversión y a la salvación. Verdaderamente así comienza Abraham a regatear con Dios – como en un bazar oriental. Hasta por diez justos que se hallen en Sodoma y Gomorra, Dios está dispuesto a bajar a negociar: Por causa de éstos Dios no permitirá la destrucción de la ciudad. Pero ¿qué pasará si no se encuentran estos diez justos? Abraham no se atreve a pensar en esto. Así esta última pregunta queda abierta por el momento. Mucho más tarde la Biblia da una respuesta que desarma. Si no se encuentra uno sólo que sea verdaderamente justo, ¡entonces el propio Dios se pone en las manos de los seres humanos–Jesucristo! Por consiguiente, ¡tanto entra Dios en Sus criaturas para salvarlas! Ya el primer libro de todos de la Sagrada Escritura muestra con pinceladas vigorosas los rasgos esenciales fundamentales de la imagen de Dios bíblica en tensión entre la justicia y la misericordia. A través de siglos y milenios suena la promesa bíblica: En la plenitud de los tiempos sonarán conjuntamente en perfecta armonía la justicia y la misericordia. Jesucristo, en Su sermón de la montaña, delimita el camino palpitante y a menudo trabajoso hacia allí: “Si tú llevas tu ofrenda al altar y te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí ante el altar; ve y reconcíliate lo primero con tu hermano, después ven y sacrifica tu ofrenda.” “Habéis escuchado que se dijo: ojo por ojo y diente por diente. Pero Yo os digo: “No ofrezcáis resistencia al que os hace algún mal, sino que si te golpea la mejilla derecha ponle también la otra.” Esto que a primera vista suena muy radical, se cimenta totalmente en la investigación moderna como solución de conflictos sin violencia. En todo caso una solución del problema de la violencia en este mundo sólo puede ir en esta dirección. Y tenemos que comenzar por nosotros mismos. Merece la pena indagar críticamente las propias reacciones sobre la maldad y la violencia. Muy a menudo me atrapo a mí mismo verdaderamente – por ejemplo cuando leo el periódico- en el pensamiento: “¿¡Aquí tendría que haber una intervención contundente!? Pero merece la pena reflexionar sobre esto con toda tranquilidad: ¿No hay en el sentido de Jesús y en el sentido del Dios bondadoso y misericordioso alternativas ayudadoras al “intervenir contundentemente”? Un segundo paso en la dirección correcta a tales alternativas sería dialogar también entre amigos y conocidos. Y finalmente el tercer paso: Orar a Dios como Abraham y mejor pelear con Él por una justicia misericordiosa y por una misericordia justa, por la reconciliación y por la paz. Para esta oración es válida la promesa de Jesús en el Evangelio de hoy: “Quien pide, recibe; quien busca, halla, y a quien llama se le abre la puerta.” Jesús nos da para esta irrefutable promesa de la oración atendida al mismo tiempo una ayuda para la comprensión: “Si vosotros que sois malos les dais a vuestros hijos lo que es bueno, tanto más vuestro Padre del cielo dará el Espíritu Santo a aquellos que se lo pidan.” Esto concretamente significa: Cuando rezáis podéis confiar totalmente en Dios. Pero Él seguramente no hará lo que nosotros deseamos como correcto. Pero Él mismo, Su fuerza y Su Espíritu Santo puede actuar mediante nosotros y a través nuestro en este mundo. Y finalmente Él garantiza actuar en este mundo en el sentido de aquella oración que el propio Jesús nos ha enseñado: “Hágase tu voluntad en el cielo como en la tierra; ¡venga Tu Reino!” Amén. www.heribert-graab.de
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