Homilía para el Domingo Décimo del ciclo litúrgico C
5 Junio 2016
Lectura: 1 Cor 17,17-24
Evangelio: Lc 7,11-17
Autor: P. Heribert Graab S.J.
Hemos escuchado juntos dos Lecturas bíblicas.
Ambas nos relatan la resurrección
de un joven de entre los muertos.
El profeta Elías llama de nuevo a la vida
por medio de su oración al hijo de una viuda de Sarepta.
Jesús resucita en Naín precisamente al hijo de una viuda
-no por un oración,
sino con gran superioridad por medio de Su orden.

Cuando en seguida vayan ustedes a casa
¿cómo tratan con su vida diaria?
+ El alegre mensaje: Dios es misericordioso,
y El es Señor de la vida y de la muerte.
Por eso puedo confiar –también en la faz de la muerte,
que me amenaza a mí mismo y a mi amor –
sin ninguna posibilidad de escapar de ella.
+ O van ustedes a casa con una pregunta punzante en el corazón:
¿por qué Dios ha permitido la muerte de mi hijo o la de otra persona muy, muy querida?
+ O ¿se van sin una consternación interior
porque ustedes como hijos de nuestra época son ‘ilustrados’
y estas historias milagrosas de la ‘Sagrada Escritura’
ya hace mucho tiempo que las consideran como ‘cuentos’?

Personalmente me declaro totalmente a favor de los ‘milagros’.
Para mí la pregunta es.
si mediante un milagro así se infringen las leyes de la naturaleza, más bien de forma irrelevante, ya que
las ciencias naturales se desarrollan de forma permanente.
También hoy sólo conocemos las leyes de la naturaleza de forma incompleta.
Tanto más hace siglos o incluso milenios fueron conocidas sólo de un modo rudimentario.
Por eso más de un acontecimiento fue interpretado como ‘milagro’ cuando hoy se puede aclarar de forma científica.
Y, sin embargo, lo sucedido permanece con frecuencia como
un milagro en el sentido auténtico.

A mi juicio los ‘verdaderos milagros’ son los milagros del amor.
Los milagros del amor cambian a las personas de forma sorprendente; cambian las sociedades, cambian en general este mundo.
Los milagros del amor hacen posible en general una convivencia humana y con ello una vida auténtica.
No es por casualidad que en alemán las palabras ‘vida ‘ y ‘amor’ tengan la misma raíz lingüística.

Milagros del amor en gran formato
o también totalmente discretos, pequeños y diarios-
en todo caso ‘grandiosos’.
Y ciertamente esto es lo que expresa una prodigiosa canción,
que cantaremos en seguida:
“A veces celebramos en medio del día
una fiesta de resurrección.” (Nueva Alabanza de Dios, Nr. 472)
En la alabanza de Dios esta canción no se halla allí, donde
debía estar.
En sentido exacto es una canción de Pascua
y nos anuncia que la Pascua continúa,
que es rabiosamente actual,
Pascua puede acontecer en medio de nuestra vida diaria.

Con ello queda también claro:
Las dos historias de resucitados de la liturgia de hoy
se hallan en una estrecha conexión con Pascua.
De este modo la diferencia también es enorme
entre una vuelta a esta vida de aquí limitada
y la resurrección en la plenitud de la vida-
las resurrecciones del Antiguo Testamento y tanto más del Nuevo Testamento son testimonios del amor de Dios,
del Señor sobre la vida y la muerte.
El amor de Dios es la fuente de toda vida,
y la meta del amor divino es la vida pascual para todos nosotros.
Signos de Su amor y fundamento de nuestra esperanza
es la resurrección de este ser humano Jesús de Nazareth,
que no sólo para sí sino también por anticipado para nosotros,
resucitó en la clara luz de la mañana pascual.

Con este fondo es verdaderamente irrelevante,
lo que entonces sucedió en Sarepta o también en Naín,
sea científicamente explicable o inexplicable.
De todos modos las personas de entonces experimentaron estos acontecimientos como milagros del Dios que ama y da vida.
¡Y así y sólo así podemos también comprenderlos nosotros!

Una condición previa es ciertamente:
Embarcarme en una fe sin reservas en la vida amorosa y regalada por Dios.
Sólo embarcándome en este Dios y dejándole también espacio en mi propia vida,
estoy abierto a la percepción de Sus ‘milagros’ – también en mi vida diaria.
Quien acepta tales ‘milagros’ en la vida diaria con gusto,
pero los minimiza como ‘coincidencias afortunadas’,
y, en general, no los aprecia como milagros,
se cierra en último caso también
al regalo más maravilloso del amor de Dios,
a la resurrección de los muertos
y a la perfección de la propia vida en la plenitud pascual.
La consecuencia de esta reserva
es finalmente la falta de esperanza: “¡Con la muerte se termina todo!”
Por tanto, tengo que aprovechar al máximo posible todo lo que esta vida me ofrezca.
Hay que descubrirse ante aquellos, que, sin embargo, no se convierten en egoístas,
y quizás incluso se preparan
para abogar por un mundo más filantrópico incluso después de la propia muerte.

Por el contrario, yo apuesto por el alegre mensaje del amor de Dios y de Su plenitud vital, que nos quiere ofrecer.
Cuando este mensaje no sólo está en el papel de innumerables Biblias, sino que es vivido lo más posible por muchas personas,
entonces se cambia más que toda idea humanística,
a las personas mismas y este mundo, que a nosotros, los seres humanos se nos ha encomendado,
pues este mensaje contiene el potencial
para la alegría vital y la dicha de todas las personas
y ciertamente de aquellos que viven en la miseria
o que –como las viudas de las Lecturas bíblicas –
están ante la ruina de todas sus esperanzas.

Amén.
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