Homilía para el Domingo de Cristo Rey
24 Noviembre de 2013
Lectura: 2 Sam 5,1-3 y Col 1,12-20
Evangelio: Lc 23,35-43
Autor: P. Heribert Graab S.J.
Dios es del todo realista.
Él sabe con mucha certeza que el poder corrompe
a los seres humanos.
Él conduce a Su pueblo elegido en situaciones
de crisis mediante hombres carismáticos,
llenos de espíritu.
Cuando su tarea concluía, ellos dimitían.
‘Rey’ del pueblo de Dios era únicamente Dios mismo.
¡Él era ‘el Señor’!

Sin embargo, en algún momento, alrededor del año 1000 a. de C., creció en Israel el deseo de tomar parte en el concierto de los pueblos de alrededor:
Se trataba del influjo político del Próximo Oriente.
se trataba de equipararse a pueblos grandes y poderosos,
se trataba también naturalmente del poder económico.
Entonces el profeta Samuel era ‘juez’ de Israel
y, como tal, un ‘gobernador’ de Dios carismático.

En esta época se reunieron los ancianos de las tribus de Israel y exigieron de Samuel:
“Ponnos un Rey, que nos pueda juzgar,
como sucede en todos los pueblos” (1 Sam 8,5)
Este Rey debía poner de acuerdo a las tribus
hasta ahora en gran parte independientes,
crear un ejército conjunto y procurar, como una especie de Rey soldado, validez ‘internacional’
al pueblo por el poder de las armas.

En esta situación dice Dios a Samuel:
¡No se trata de ti! “No te han rechazado a ti,
sino que me han rechazado a Mí:
Yo no debo ya ser su Rey.”
Tú no quebrarás su obstinación, por tanto,
actúa según su voluntad:
“pero les advertirás claramente y les enseñarás
el fuero del rey que va a reinar sobre ellos.”
(1 Sam 8,7-9)

Y después Samuel describe de forma muy concreta por orden de Dios las consecuencias catastróficas que con mucha probabilidad tienen para todo
el pueblo y para cada uno en particular el ponerle
a un ser humano tanto poder en las manos.

Este discurso de Samuel afirmado bajo juramento
es una descripción un poco reducida, pero altamente expresiva de lo que nosotros hoy entendemos por corrupción con todas sus devastadoras consecuencias y abuso de poder.

Samuel habla –no se podía esperar nada diferente– para oídos sordos.
De este modo, Saúl fue el primer Rey de Israel.
Al júbilo sucede pronto el desencanto:
Nosotros no nos lo habíamos imaginado así.
Saúl desarrolla rasgos despóticos;
Finalmente esto tiene consecuencias en la lucha contra los filisteos;
pero después pierde la batalla decisiva
y se quita la vida.

Por tanto ¡hay que poner un nuevo Rey!
¡David!
Está bendecido por Dios y es afortunado en su reinado.
Hasta hoy es algo así como un ‘ídolo’-
para los judíos, para el estado de Israel y también para nosotros los cristianos.
Y, sin embargo: Él mismo sucumbe a la tentación del poder y hace un mal uso de este poder.
Pero: Dios llama a Jesús de Nazareth de su descendencia.
El ángel anuncia a María:
“Tú has hallado gracia ante Dios:
concebirás un Niño, darás a luz un Hijo,
al cual pondrás por nombre Jesús.
Él será grande y será llamado el Hijo del Altísimo.
Dios, el Señor, le dará el trono de su antepasado David. (Lc 1,30 ss)
Por Su antepasado David, informa la tradición de Su nacimiento en la ciudad de David, Bethlehem.

Además se trata de una continuidad del afecto de Dios a Su pueblo, que garantiza para toda la humanidad; pero no se trata de una continuidad histórica.
Por el contrario, se trata de un nuevo comienzo radical, se trata de una nueva Creación, de la que se dice:
“Mira, Yo hago todo nuevo.
La muerte ya no tiene ningún poder,
ya no habrá llanto, ni gritos, ni fatiga,
porque lo que existía antes ha pasado.” Ap 21,4-5.

El Señor de esta nueva realidad es el propio Hijo
de Dios Encarnado, del que Pablo dice en la Epístola a los Colosenses:
“En Él fue creado todo en el cielo y en la tierra,
lo visible y lo invisible, tronos y potestades,
poderes y fuerzas;
todo es creado por Él y en Él.”
Lo que se causa por medio del dominio y del poder humano es continuamente disputa y guerra,
al final los seres humanos se convierten en víctimas de los seres humanos,
todo esto lo que quiere reconciliar Dios por medio de Jesucristo.
Después Él ha restablecido en la Cruz por medio de Su sangre una paz abarcante.

Este término de la Cruz marca la diferencia radical entre el dominio humano y el dominio de Dios por medio de ‘Cristo, el Rey’:
el dominio humano produce finalmente siempre víctimas, pero Jesucristo se convierte a Sí mismo en Víctima de las exigencias del poder humano.

Ciertamente en estos días y semanas de las negociaciones de las coaliciones, hemos oído
a menudo: ‘La política vive de los compromisos’.
Pero este Jesús, al que denominamos Cristo,
no accede a compromisos en ninguna parte,
si no se trata de un mundo totalmente humano marcado por el amor.
Por tanto, porque Él sin compromisos aboga por este principio fundamental y divino del amor,
entonces y ahora se cruza en el camino
de los intereses de los que dominan.
Como última consecuencia Le clavan en la Cruz –entonces igual que hoy.

Lo que ahora sigue, parece ser una paradoja para muchos seres humanos y también para los cristianos –una contradicción en sí misma:
Precisamente el que se convierte en víctima de forma impotente del poder y de la fuerza, precisamente el Colgado en vergüenza en la Cruz, ¿puede ser Señor y Rey de todo
el mundo?

Ésta es en todo caso la confesión de fe de toda la cristiandad.
De esta confesión da fe el propio Dios
por la resurrección de Su Cristo de la muerte.
Esta confesión de la fe cristiana se confirma también mediante la experiencia –sobre todo allí:
    donde el amor se impone a los intereses egoístas,
    donde los seres humanos se deciden siempre por el amor – contra cualquier tendencia,
    donde aquí y allí incluso los políticos llegan al convencimiento de que una sociedad humanamente digna y pacífica no puede crearse mediante la política de intereses y clientela sino sólo mediante una política que se deje conducir por la justicia, la solidaridad y el amor.

Pero esto ciertamente son las bases éticas de aquel ‘dominio de Dios’ que Jesús ha anunciado con palabras y hechos.
Finalmente por esto ha derramado Su sangre en la Cruz.
Para todos surte efecto la venida de Su reino, no sólo mediante nuestra oración distraída “que venga Tu Reino” sino mediante nuestro seguimiento práctico de Jesús y mediante el convencimiento irrefutable y también cautivador de que:
¡Sólo el amor puede hacer y hará (¡) este mundo verdaderamente habitable!

Amén