Homilía para el Domingo Trigésimo Tercero
del ciclo litúrgico C

17 Noviembre 2013
Lectura: Mal 3,19-20b
Evangelio: Lc 21,5-19
Autor: P. Heribert Graab, S.J.
¡A más de uno no le gusta el mes de Noviembre!
El final del otoño nos empuja en todos los sentidos
hacia el carácter efímero de la vida y también
de nuestra propia vida.
Finalmente también el ciclo litúrgico se inclina hacia su final.
Las Lecturas de este domingo tensan el arco que va del ‘final’ al ‘final de los tiempos’.
Verdaderamente es inquietante esta imagen
del Profeta Malaquias del ‘horno’:
“Pues he aquí que llega el día, abrasador como
un horno:
Todos los arrogantes y los que comenten impiedad serán como paja y el día que llega los consumirá.”

Tampoco el Evangelio suena en lo más mínimo,
en la primera escucha atenta, como un mensaje portador de alegría:
“Llegará un tiempo en que de esto que veis ahora
no quedará piedra sobre piedra;
todo será destruido.”
Jesús dice esto con una mirada obscurecida sobre
el magnífico Templo de Jerusalem.
Para un judío de aquella época y también para los discípulos de Jesús, esta inimaginable promesa provocaba temor y espanto:
•    ¡Esto no puede ser!
•    ¡Esto no puede ser en absoluto!
•    ¡Esto es sencillamente el final, la catástrofe!

Lucas escribe esto en una época, después ya de que los romanos en el año 70 habían destruido casi por completo el Templo.
Por consiguiente, para los lectores de Lucas estaba claro que:
El final del mundo no había irrumpido todavía.
¡Pero este conocimiento no puede ni debe ser
una píldora para la tranquilidad!
Por el contrario – el espanto continúa.
Una catástrofe sigue a otra catástrofe:
“Un pueblo se levantará contra otro y
un reino contra otro.
Habrá grandes terremotos, peste y hambre en diversos lugares, habrá cosas espantosas y
grandes señales del cielo.
Pero antes de que esto suceda os echarán mano y
os perseguirán.”

¡Cuando las catástrofes de la naturaleza y las guerras,
las epidemias, hambrunas y atentados son ya en esta época tan terribles y amenazadoras de la existencia, qué cosas más terribles nos pueden esperar cuando verdaderamente irrumpa el final y aparezca el Juez para el Juicio final!
Lo que Jesús describe en su discurso sobre el tiempo final según el Evangelio de Mateo, predicadores eclesiales lo han pintado de forma amenazante e incluso espantosa en más de una homilía sobre el infierno.
Los pintores los han equiparado para más de una homilía con imagen.
Pensemos en el “Juicio Final” de Miguel Ángel
en la Capilla Sixtina.

Estas imágenes y homilías naturalmente persiguen
una intención pedagógica que exhorta totalmente en el sentido de la Lectura de Joel en el Miércoles de Ceniza:
“Así habla el Señor:
¡Convertíos a Mí de todo corazón
con ayunos, lágrimas y lamentos.
Rasgad vuestros corazones, no vuestros vestidos
y volved al Señor, vuestro Dios!” (Joel 2,12 s).

Pero ahora, hoy como entonces, se forman en la persona, mecanismos de defensa contra tales exhortaciones y tanto más contra escenarios amenazadores, como el del ‘horno ardiendo”,
que quema a los malhechores como paja.
Ya en tiempos de Malaquías ‘los arrogantes y los malhechores eran siempre los otros.
Estas ideas han permanecido hasta hoy.
Pero el mensaje de Malaquías va ‘hacia dentro’;
se aplica al ‘pueblo de Dios’,
en cuyas filas hay, por supuesto, ‘justos’,
pero precisamente también ‘arrogantes y malhechores’, ¡lo mismo que sucede en la Iglesia de hoy!
¿Quién nos da el derecho a señalar continuamente con el dedo índice a ‘los otros’?
Todos nosotros sabemos: ¡Cuando señalamos con el dedo índice a los demás, otros tres dedos nos apuntan a nosotros mismos!

Por consiguiente, ¿qué podemos aprovechar de la temática de este domingo para nuestra fe y para una vida desde esta fe en medio de lo cotidiano de nuestra época?
En primer lugar:
nosotros vivimos en aquel tiempo final del que Jesús habla.
Ante esto no podemos cerrar los ojos en vista de las noticias casi diarias de catástrofes.
Signos de ello son también las persecuciones de cristianos en todo el mundo.
Sólo en Corea del Norte están encarcelados como mínimo treinta mil cristianos.
En estos día fueron ahorcados públicamente algunos de ellos.
El único motivo: ¡Estaban en posesión de la Biblia!

Cuando pasarán el cielo y la tierra y cuando irrumpirá en este mundo el Juicio Final-
“el día y la hora nadie la sabe,
ni los ángeles en el cielo,
ni siquiera el Hijo,
sino sólo el Padre.” (Mt 24,36)
Pero ¿podemos verdaderamente estar tan seguros
de que este juicio no ha empezado ya hace largo tiempo?
¿No nos acusan los muertos del tifón sobre las islas Filipinas?
Y ¿no menos los supervivientes en su miseria?
¿No sucede una parte de este juicio en nosotros mismos, cuando nosotros sabemos, que esta catástrofe (como tantas otras)
tiene un motivo decisivo en mi concurrencia de culpa en el cambio climático y en el perfil orientado
a la desforestización de los bosques?
Cuando me sitúo verdaderamente ante estos hechos,
cuando nada reprimo-
entonces me conciencio en mi interior de forma alarmante:
¡Yo mismo estoy ante el Juicio!
¡El proceso sigue su curso!
¡Y tengo temor de cómo terminará!
Las lágrimas del director de la negociación de los filipinos no conmovieron apenas a los delegados de la conferencia climática de Warschau?
¿Me conmueven a mí?
Es decir ¿qué consecuencias saco de ello?
Sólo de una cosa estoy muy seguro:
Jesucristo se deja conmover – también en el papel de Juez.
Él se deja conmover por la necesidad de las víctimas.
Y por la necesidad de los pobres, en general.

Esto ¿qué significa para mí?
¿Para quién saldrá el ‘Sol de Justicia’?
Malaquías dice:
“Para vosotros los que teméis mi Nombre”
¡A vosotros ‘Sus alas’ os traen la salvación!
¿Yo me puedo sentir sencillamente aludido con este “vosotros”?
Mi fe ¿tiene algo que ver con ‘respeto’?
¿Con respeto ante el Dios de la Vida?
¿Con respeto ante Él a cuyos oídos transciende
el lamento de los pobres?
Tengo también sólo una corazonada de que yo, de que mi fe, mi justicia necesita la salvación?

¡Esperamos el ‘Sol de Justicia’ no sólo para
el mundo, no sólo para la Iglesia;
más bien sobre todo para nosotros mismos!
Y ¡demos a esta esperanza manos y pies!
En las representaciones del Antiguo Oriente, el ‘Sol’
personificado de forma divina tenía alas.
Malaquías recurre a esta imagen para Yahwe y
espera de las ‘alas’ de Yahwe la fuerza salvadora.
Pidamos para nosotros mismos, para la Iglesia y para el mayor número posible de personas de buena voluntad, que el Sol de Justicia con Sus rayos penetre en nosotros y
que Sus alas salven a nuestra humanidad.

Amén