Homilía para el Domingo Trigésimo Segundo del ciclo C
10 Noviembre 2013
Lectura: 2 Mac 7,1-2.7a.9-14
Evangelio: Lc 20,27-38
Autor: P. Heribert Graab, S.J.
“Señor, de año en año, Tú siembras para los seres humanos;
ellos se parecen a la hierba que brota.
Por la mañana verdea y florece.
pero por la noche está marchita y seca.”
Así se lamenta el Salmo 90 muy melancólicamente
sobre la finitud y limitación de la vida humana.

“Pues entre los muertos nadie piensa en Ti, Dios.
¿Quién te alabará todavía en el abismo?”
se dice en el Salmo 90.
El abismo corresponde al mundo de los muertos,
el Hades griego,
el destino inevitablemente eterno de los muertos.
Por eso se limita la oración del salmista al ruego
de la bendición de Dios para esta vida:
“Permite que prospere la obra de nuestras manos,
sí, permite que prospere la obra de nuestras manos.”

Muy tardíamente se desarrolló en el pueblo de Dios, Israel, la fe en la resurrección de los muertos.
Uno de los testimonios más antiguos de la resurrección la encontramos en el martirio
de los hermanos Macabeos, que se relata
en la Lectura:
“Dios nos ha dado la esperanza de que Él
nos despertará de nuevo.”
Pero una resurrección de los muertos general
tampoco conoce el propio texto.
Expresamente el texto excluye al rey Antíoco,
arbitrariamente asesino:
Pero ¡para ti no hay resurrección a la Vida!
Aproximadamente entre 150 y 200 años más tarde, en tiempos de Jesús, la fe en la resurrección en Israel
todavía no era natural en absoluto.
Sobre todo para los saduceos, que presentaban a los Sumos Sacerdotes, la fe en la resurrección era
una exigencia.
Por eso, su contraargumento en el diálogo con Jesús
se mueve entre una objeción y una burla presuntuosa.
Como Rabbi, por tanto como Maestro, Jesús defiende la fe en la resurrección en una disputa teológica con los saduceos.
Su propia Resurrección de entre los muertos después de Su muerte en Cruz se convierte en la confesión central de la fe de los cristianos y –como me parece a mí– en eminente empalme del desarrollo de la humanidad.

El ser humano es creado por Dios
“a Su imagen y semejanza”.
Finalmente en esto se funda su dignidad humana y los derechos humanos.
Lo que significa verdaderamente ser hombre como imagen de Dios, se hace evidente en Jesús de Nazareth.
En Él Dios mismo se hace ser humano;
por tanto, con Él aparece la ‘imagen primordial’ del ser humano por antonomasia
en la historia de la humanidad.
Su resurrección de los muertos y la confesión de fe cristiana en la resurrección de todos los muertos
conciencia ahora un aspecto esencial
de la dignidad humana.
Pues ¿sería valiosa la dignidad humana,
si la muerte le pone sus fronteras?
Y ¿cómo se entiende a los innumerables seres humanos, cuya dignidad es ofendida día tras día,
a lo largo de la vida?

La fe cristiana en la resurrección tiene,
en consecuencia, no sólo para nosotros como cristianos, sino para la humanidad en su totalidad
un significado fundamental y existencial.
Finalmente en la fe en la resurrección,
se decide hasta qué punto el futuro de la humanidad
está marcado por una comprensión en continuo desarrollo de la dignidad humana
o si el todavía reciente discurso de la dignidad humana permanece como un mero episodio
en una historia de la humanidad finalmente fracasada.

Por tanto, es una cuestión decisiva para el futuro
* si nosotros como cristianos – y cada
uno de nosotros en particular- mantenemos y profundizamos vivencialmente nuestra confianza
en el Dios de la Vida y nuestra fe en la victoria
de la Vida y en la resurrección de los muertos;
si nosotros por esta fe y soportados por esta esperanza día tras día de modo creíble
vivimos de forma convincente y contagiosa;
* si nosotros como Iglesia de Jesucristo, ciertamente hoy somos Iglesia misionera, ¡y esto no por la Iglesia sino por el futuro de la humanidad!
El mundo necesita nuestro testimonio de la dignidad del ser humano, que tampoco por la muerte se relativice.

Por tanto, hagámonos algunas preguntas en la semana próxima:
¿Qué significa para mi propia fe la resurrección de los muertos?
¿Cuánta fe pobre , escepticismo y duda,
cuánta ironía saducea se ha introducido furtivamente en mi fe?
¿Qué hago para perfeccionar y profundizar en mi fe pascual?
¿Mi fe actúa sobre otros de forma sorprendente?
¿En general me importa esta fe algo o yo contemplo esta fe más o menos como mi asunto personal?

Por tanto, ¡pongamos la mirada en la dignidad del ser humano y en su continuo desarrollo en el futuro con un examen de conciencia honesto!
Amén.