Homilía para el Domingo Vigésimo Noveno
del ciclo litúrgico C

20 Octubre de 2013
Lectura: Ex 17,8-13
Evangelio: Lc 18,1-8
Autor: P. Heribert Graab S.J.
Tanto en la Lectura veterotestamentaria como también en el Evangelio está en el punto central
el orar.
Por eso, algunos impulsos para orar:

* Un primer impulso no lo saco inmediatamente de las Lecturas sino de una homilía del Papa Francisco del jueves de esta semana:
Francisco hace el siguiente discernimiento; dice:
“recitar oraciones y orar son dos cosas diferentes”
Los escribas y los fariseos del tiempo de Jesús
habrían “recitado muchas oraciones”,
pero para ser considerados en público como piadosos.
Hay también otros motivos para recitar oraciones
en lugar de orar.
La mera costumbre, por ejemplo, es un motivo o también el cumplimiento de un deber religioso.
Orar es algo diferente:
Orando me encuentro con el mismo Dios.
Orando puedo experimentar Su cercanía.
Orar es algo así como un diálogo con Dios.
Orar es la llave que abre la puerta de la fe,
dice Francisco.
Pero naturalmente también es válido lo contrario:
Orando se pone en cuestión mi fe y a veces seguramente también la pobreza de mi fe.

*¿Cómo es posible esto: encuentro y diálogo con Dios?
Cuando sólo decimos oraciones, rápidamente se
convierten en fórmulas o incluso corren hacia Dios como una cascada.
Cómo nos ponen de los nervios los seres humanos, cuyas palabras no son más que fórmulas vacías,
y tanto más aquellos cuya verborrea no nos deja hablar a nosotros.
Esencialmente en un diálogo hay que escuchar al otro.
Del mismo modo también en el diálogo con Dios orando:
El escuchar comienza cuando yo hago silencio.
Con un silencio exterior y sobre todo un silencio interior puedo percibir que Dios me habla de múltiples modos
-    mediante los ‘hechos’ (a menudo también los ‘hechos’ se pueden entender como acciones que proceden de Dios):
-    a veces mediante pensamientos o ideas repentinas, que surgen en nosotros mismos sin que las “causemos”;
-    según Pablo podemos estar tranquilos porque el Espíritu de Dios ora en nosotros en muchas situaciones (Rm 8,26):
-    no debemos olvidar que Dios nos ha hablado hace mucho tiempo en la Sagrada Escritura.

Mientras nosotros nos lamentamos con frecuencia de que Dios no escucha nuestra oración, ¡Él espera en todo tiempo que Le respondamos!
Cuanto más familiar nos sea la Sagrada Escritura,
tanto más fecundo y vital es nuestro orar.
En el segundo plano de la Revelación bíblica de Dios, por ejemplo, encontramos con frecuencia
una respuesta a la pregunta de cómo Dios ve esta o aquella situación de nuestra vida diaria y lo que Él aconseja en esa situación concreta.

La Lectura del Libro del Éxodo de hoy destaca
un punto de vista del orar, que se podría denominar
‘orar solidario’.
Moisés se cansa orando para pedir la fidelidad de Dios para Su pueblo.
Quizás incluso se cansa su confianza en la promesa de Dios, y quizás se cansa de su fe en Dios.
Todos nosotros conocemos estos síntomas de fatiga.
Entonces nos importunan cuestiones por poca fe o incluso por escepticismo.
¿Qué me aporta en esta difícil situación la fe?
¿Todavía tiene algún sentido orar?
En general ¿me escucha Dios? y tanto más
¿me atiende Él?

En tales situaciones también nosotros dependemos de personas como Aarón y Hur, de personas que
nos sostengan los brazos cuando estamos cansados, cuando nuestra confianza decrece.
¿Puede dar la fe un fundamento sustentador a la vida?
Sí, puede. Lo puede sobre todo cuando no estamos solos, cuando hermanas, hermanos, amigos, incluso toda una comunidad ayuda nuestra fe y nuestra confianza y cuando hacemos la experiencia:
Hay alguien, incluso son muchos,
los que me animan en mi fe,
los que me apoyan en mi oración.

El propio Jesús en el Evangelio de hoy pone de relieve otro aspecto de la oración de petición:
Uno muy sorprendente porque parece un aspecto totalmente humano.
Andar con cuidado ante esta viuda que reclama su derecho continuamente y con una perseverancia,
que es cargante y provocativa.
Y nosotros debemos orar ¿¿¿de forma tan cargante???
Ya hemos aprendido de niños a no ‘importunar’.
Pero Jesús nos recomienda para nuestra oración:
‘Poner a Dios a cien’.
Jesús nos recomienda un modo muy humano de encuentro con Dios.
Por otra parte, los teólogos nos dicen:
Dios es el ‘totalmente Otro’-
- por tanto, un Dios que rompe todas las representaciones humanas,
- un Dios, ante cuyo misterio nosotros sólo podemos enmudecer respetuosamente,
- un Dios, ante el cual una conducta como la de la viuda sería totalmente inadecuada, inoportuna y desplazada.

Pero sólo Dios mismo supera ese abismo mediante Su Encarnación.
La Encarnación de Dios nos hace posible una comunicación – por así decirlo a la altura de los ojos.
Mediante la Encarnación, Dios nos regala también
la posibilidad de orar de forma nueva.
Orar como encuentro personal y como diálogo.
También la recomendación de Jesús de orar como
la viuda del Evangelio de forma urgente, perseverante e incluso cargante
se puede comprender como una consecuencia
de la Encarnación de Dios.

Ante todo, Jesús nos dice:
No valoréis vuestras ideas burguesas de la ‘educación’ como más elevadas que el bien
de la justicia, del que trata la viuda.
También Él nos dice:
Estad atentos a los ruegos y deseos de vuestros prójimos;
y, por el contrario, exigidles también a ellos
esta atención que nace del amor.
Por consiguiente, ¡exigid recíprocamente también vuestros deseos!

Además Jesús propaga tanto la ‘atención’ como la ‘exigencia’ en nuestra oración.
Dios y permanece como el ‘totalmente Otro’;
pero, al mismo  tiempo, Su encarnación le hace como uno de nosotros.
Por eso Jesús pone la norma de la comunicación interhumana también en nuestra comunicación con Dios en la oración.
Sólo así –o sea humanamente– puede Jesús hablar sobre la oración.
Finalmente la parábola de la viuda contiene una característica muy importante de lo que Jesús entiende por oración y que Él nos quiere enseñar:
Nuestra oración –dice– debe ser una oración comprometida, no sólo el cumplimiento de un deber.
En su predicación de la montaña Jesús afirma enteramente en este sentido:
Nosotros en la oración no debemos
“parlotear como los paganos”.
Esto referido a la oración de petición significa ‘oración comprometida’,
por tanto, orar como la viuda del Evangelio:   
Identificarse totalmente con el deseo de la oración,
abogar enteramente por este deseo
y esto no sólo con palabras.
Un compromiso orante así tendría profundas consecuencias para nuestra oración de petición
sobre las que merece la pena reflexionar.

Un compromiso orante así requeriría también una fe que confía sin reservas.
Y ciertamente entonces aparece ya un cierto escepticismo en las palabras de Jesús:   
“Pero cuando venga el Hijo del Hombre,
¿encontrará aún fe en la tierra?”
Hoy este escepticismo de Jesús está aún más cerca.
Contemplemos bajo esta consideración nuestra propia oración y oremos verdaderamente con todo lo que somos, comprometidos con una fe vital y que confía sin reservas.

Amén.