Homilía para el Domingo Vigésimo Primero
del ciclo litúrgico C

25 Agosto 2013
Evangelio: Lc 13,22-30
Autor: P. Heribert Graab, S.J.
“Alegre mensaje de nuestro Señor Jesucristo”-
Hay textos de los Evangelios, como esta fórmula litúrgica final, que no encuentro tan oportunos en mis labios.
El texto del Evangelio de hoy pertenece a ellos.
* Aquí se habla de la ‘puerta estrecha’, mediante
la cual tenemos que luchar de forma ardua;
y Jesús parece decir que cada uno tiene que ver solo por sí mismo como se arregla para ello.
* Después está un casero que tira la toalla de forma inmisericorde.
* Su maldad le lleva incluso a afirmar que no conoce a los que están fuera.
* De forma dura y global califica a todos como “autores de la injusticia”.
* Impasible vaticina el aullar y el rechinar de dientes.
* Ya casi con sadismo anuncia que los excluidos
- tendrán que mirar, por así decirlo, como en una ventana, las alegrías de los patriarcas y de los profetas.
-Y finalmente están las puertas abiertas para aquellos que emergen de pronto de todas las direcciones del cielo y de los ‘setos y cercados’.
Quien lea o escuche este texto aisladamente ciertamente no se sentirá atraído por el mensaje
de Jesús y con mayor razón no lo reconocerá
como alegre mensaje.

Sin embargo – o también ciertamente por ello-
debiéramos ahora contemplar este texto de forma
un poco más precisa.
En primer lugar salta a la vista:
A Lucas le interesa constatar que Jesús va de camino enseñando “de ciudad en ciudad y de aldea en aldea”;
y de camino hacia Jerusalem, donde Le espera aquel ‘Bautismo’, de que se habló el domingo pasado:
el ‘Bautismo’ de Su muerte.
Lo que Él dice, por tanto, lo dice bajo la presión de la muerte apremiante.
¡El tiempo vuela! ¡El tiempo es inexorable!
En toda Su vida y en todo Su anuncio se trata
de la venida del Reino de Dios que ya ha despuntado, pero que aún no se ha consumado.
Y ahora está cerca de Jerusalem,
Su tiempo aquí se está acabando;
pero no sólo Su tiempo, también nuestro tiempo y
el tiempo de todo lo creado se termina rápidamente.
¡Pero esto también significa que hay un demasiado tarde!
¡Demasiado tarde es demasiado tarde!

Bajo este conocimiento opresivo, el alegre mensaje del Reino de Dios se convierte en una llamada muy seria e inaplazable a aprovechar el tiempo:
No os dais cuenta de lo mucho que os amo y de cuan grande es mi ardiente deseo de tener en comunión con vosotros la vida en su total plenitud,
en comunión con vosotros el Reino de Dios,
el futuro de Dios para todos nosotros,
de experimentar Su salvación.
No habla de amenaza con Sus palabras,
sino más bien de una atención amorosa,
porque podríamos correr en dirección equivocada,
extraviándonos de la meta conjunta,
de la consumación de la nueva Creación y con ello de nuestra propia plenitud, de nuestra propia felicidad.
¿Recuerdan ustedes todavía la pregunta que desencadenaron las apremiantes palabras de Jesús:
“¿Señor, serán muchos los que se salven?”
Esta cuestión ya entonces era ampliamente discutida en público por los judíos.
Aquí se trata –en todo caso de forma superficial
de las ‘cuotas’– de las especificaciones estadísticas.
¡A esta pregunta Jesús no da ninguna respuesta!
Las estadísticas no Le interesan nada.
A Él Le interesan las personas concretas,
cada uno de ellos en particular y precisamente también este interlocutor.

Y muy especialmente Él se preocupa de muchos de Su propio pueblo, que, seguros de sí mismos, creen que tienen arrendada la salvación.
Pero para esto no es suficiente sólo descender biológicamente de Abraham;
¡más bien lo decisivo es vivir también la fe
de Abraham!
En general, las formalidades a fin de cuentas no tienen importancia.
Tampoco basta ver y experimentar a este Jesús.
Se trata de comprenderle y sacar consecuencias
de ello.
No depende del papel de espectador sino de seguir como discípula o discípula.
Este llamamiento naturalmente no se dirige sólo
a los judíos del tiempo de Jesús sino también a nosotros los cristianos de hoy.
Pues también entre nosotros tienen peso
los formalismos:
misa del domingo, oraciones más o menos con regularidad, sacramentos… - aquí no falta nada para ser ‘cristianos correctos’, ‘buenos católicos’.
Pero ¿¿¿y el asunto de lo decisivo, de una fe vivida, de un seguimiento de Jesús vivido???

Visto así, es válida la expresión de la ‘puerta estrecha’ y del ‘camino angosto’ (Mt 7,13)
también para nosotros.
Pero comprenderíamos mal esta expresión
si no recordásemos al mismo tiempo otras expresiones de Jesús:
“Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida.” (Jn 14,6)
Y expresiones como:
“Yo he venido para que tengan Vida y la tengan en abundancia.” (Jn 10,10) o:
“Yo no he venido para juzgar al mundo, sino para salvarlo.” (Jn 12,47)
El mensaje de estas palabras de Jesús y el mensaje de todo el Evangelio suena así:
La misión de Jesús y Su comprensión de sí mismo es: abrir la puerta para nosotros y no cerrarla con llave.

Y esta puerta permanece muy abierta.
mientras nosotros hoy lo podamos decir.
La Epístola a los Hebreos cita en esta conexión
un versículo de un Salmo:
“Hoy, si escucháis mi voz, no endurezcáis vuestro corazón.” (Salmo 94,7s>Hb. 3,7s).
También este versículo dice:
El tiempo corre inexorable.
En algún momento llegará el final de mi vida
y también del tiempo en general.
Verdaderamente hay un “demasiado tarde”.
La posibilidad del ‘demasiado tarde’ es el segundo plano de la preocupación de Jesús y de la seriedad de Sus palabras en el Evangelio de hoy.
Permaneced abiertos a los que significa
un ‘demasiado tarde’ ante la faz de la misericordia de Dios.

Finalmente el Evangelio de hoy culmina en la palabra de la peregrinación de los pueblos y en la palabra de los primeros y los últimos.
Ambas expresiones responden ciertamente de las puertas abiertas;
incluso las puertas están mucho más abiertas
de lo que nosotros a veces deseamos:
No sólo están abiertas para aquellos que creen tener derecho.
Están abiertas no sólo para el pueblo, que se entiende como pueblo elegido,
sino para todos los que quieren pertenecer a Dios y a Su Cristo.
Y también nosotros los cristianos encontraremos en el ‘convite celestial’ no pocos invitados inesperados.

En general, en el Reino de Dios, serán válidas otras prioridades:
Sus portones –según lo dicho- están también abiertos para los pueblos del Este y del Oeste y del Sur y del Norte, incluso podrían estar los musulmanes.
Y además Sus puertas están abiertas para todos
los desgraciados de esta época, por tanto, para todos aquellos hacia los que ya se volvió Jesús de modo especial.
Por tanto, fácilmente tenemos una garantía de encontrar las puertas abiertas,
si nosotros no llamamos solos,
sino en compañía de los pobres de esta época,
por tanto con los amigos y amigas amados de Jesús.
Amén