Homilía para el Domingo Vigésimo del ciclo litúrgico C
18 Agosto 2013 en el Castillo de Neuerburg en el Eifel
Lectura: Jer 38,4-6-6-8
Autor: P. Heribert Graab, S.J.
Pasar días en este castillo
tiene siempre algo de aventurero.
Y yo pienso que no pocos niños y jóvenes llegan aquí con el deseo de aventura.
También nosotros hemos experimentado en esta semana cada día y en cada nuevo proyecto
como una aventura palpitante.
Hubo alguna sorpresa y continuamente desafíos.
No todo transcurrió como se había planificado.
Fantasía y creatividad fueron cuestionadas.
Todo esto fue muy divertido,
y pienso que los resultados se pueden ver.
En el futuro niños y jóvenes podrán experimentar
en sus vacaciones en el castillo de Neuerburg
aún más aventuras relajantes  y divertidas.

Pero en la Lectura de Jeremías del Evangelio de hoy
se presenta un modo de aventura, al que nosotros bien podemos renunciar.
En una encenagada cisterna desaparecían personas desagradables
hasta  que morían allí abajo de forma miserable,
pero no diferente a lo que sucedía en el calabozo medieval del portón del castillo de Neuerburg.
Como en Neuerburg tampoco era raro que pasase
en tiempos de Jeremías:
Más de un poderoso eliminaba así, de forma arbitraria, a personas que no encajaban con sus planes políticos y a las que temía porque eran peligrosas para su poder.

En todo caso así le sucedió a Jeremías.
Era el tiempo de las guerras babilónicas,
que finalmente en el año 586 a.de C. condujeron a la conquista de Jerusalem y por último a la destrucción de la ciudad y del Templo.
Jeremías había visto venir toda esta miseria.
Él opinaba que con la enorme superioridad de los babilonios, llevar a cabo una guerra sería algo así como un suicidio para el pequeño Judá.
Jeremías lo demostraría incluso en Jerusalem
con un pesado yugo sobre los hombros.
Él quería convencer a los seres humanos
a inclinarse bajo el yugo de los babilonios
antes que arriesgarse a una guerra.

El rey de aquellos tiempos era Sedecías,
un rey muy débil, que estaba totalmente bajo
el influjo de un grupo de dignatarios jactanciosos y obsesionados por el poder, que seguía a todo trance
una política antibabilónica.

Naturalmente que esta gente quería eliminar
a una persona como Jeremías:
“Pues paraliza con su palabra las manos de los guerreros,
que en esta ciudad aún hay de sobra,
y las manos de todo el pueblo.”
Los acontecimientos, que se describen en la Lectura,
ocurren en una época en que Jerusalem ya estaba sitiada por los babilonios.
Esto me recuerda mucho la situación política en el tiempo de la segunda guerra mundial.
Ya antes hubieran podido saber los nazis
que una guerra “contra todo el mundo”
no se puede ganar.
Y, por supuesto, hubo personas que opinaban
del mismo modo que Jeremías.
Pero éstas terminaron en los campos de concentración, del mismo modo que Jeremías
debía terminar en la cisterna.
La palabra de los guerreros, “que en esta ciudad aún hay de sobra” recuerda además las campañas publicitarias para la última amonestación del pueblo en la situación de desesperanza de las ciudades alemanas en 1945.

Situaciones como las descritas se dan en política continuamente – también hoy.
Sólo nos queda esperar que también haya continuamente personas que, como este Ebedmelek, aprovechen su influjo para salvar a los perseguidos por motivos políticos o religiosos.
Como más tarde en el relato de Jesús del samaritano misericordioso, también aquí el autor del libro de Jeremías señala expresamente:
¡Este que ayuda es precisamente un extranjero,
un forastero!

Naturalmente ahora no arrojamos sólo a políticos y
a sus contrincantes en un agujero tan obscuro.
En el entorno privado sucede algo muy semejante.
Piensen ustedes sólo en las persecuciones de brujas
-también aquí en Neuerburg.
Aquí más de una, que no podía soportar la muerte, fue denunciada como bruja y con frecuencia también
entregada al fuego mortal.
Hoy, por regla general, no se acaba en la muerte real, corporal.
Pero con la palabra moderna “acoso” se señala
una conducta que puede hacer totalmente polvo
al otro, por ejemplo profesional o humanamente.
Y no en último caso caemos todos a veces en un “agujero obscuro”, sin que nadie intencionadamente
nos empuje dentro.

Como también siempre –cuando se trata de los “agujeros obscuros” de la vida- para nosotros como cristianos es útil dirigir una mirada hacia Jesús.
Finalmente podría Él reunir aquí un gran número de experiencias de sí mismo y de otros.
Cuando se trataba de otros, sólo había para Él una cosa:
¡Liberar a los que estaban presos en su obscuridad!
Para ello están todas Sus curaciones de enfermedades y “expulsiones de demonios”.
En esta línea se halla también el relato del samaritano misericordioso.

Pero ¿qué pasó cuando Él mismo cayó en un “agujero obscuro”?
Con frecuencia Él hizo lo necesario, como había aprendido de Sus padres:
Como cuando Él con doce años dejó a Sus padres caer en un “agujero obscuro”.

En Su vida pública Le cavaron algunos fariseos y escribas continuamente “agujeros obscuros”.
Si Le atacaban frontalmente o le presentaban casos con alevosía, intentaba siempre dialogar con ellos:
A veces lleno de amor y comprensión, pero a veces también argumentando con dureza,
pero siempre con la intención de ganarlos
según las posibilidades.

Su Pasión y finalmente la Cruz Le precipitaron
en el agujero más negro de Su Vida.
Él presentía lo que Le sucedió.
Más tarde, en el Monte de los Olivos nos queda también claro:
¡Él tenía angustia en toda regla!
Pero Él dijo “Sí”, aunque tenía todas las posibilidades de sustraerse al sufrimiento.

“El se sometió libremente a la Pasión,”
se dice en la oración de la Santa Misa.
Esta formulación está mal interpretada:
Naturalmente Jesús no ve en el sufrimiento y tampoco en la propia Pasión huella de algo positivo.
¡Para Él se trata en último término de la
“voluntad del Padre”!
Por tanto, ¿el Padre quiere la Pasión y muerte en Cruz?
¡De ningún modo!
*    El Padre quiere y Jesús quiere – por tanto, Dios quiere la consumación de la creación.
*    Él quiere para los seres humanos y para toda la Creación un futuro digno de ser vivido.
*    Él quiere salvar este mundo, por consiguiente liberarle del sufrimiento y de la muerte.
*    Él quiere liberarlo también de las raíces de toda esta miseria, del pecado y de la culpa.
*    Él quiere, dicho en pocas palabras, el “Reino de Dios”.

Ésta es la misión y el envío de Jesucristo en Su Encarnación.
Él apoya esto, Él dice Sí a esto con todas las consecuencias.
Si Él se hubiera inclinado a la contradicción de este mundo, Él se hubiera apartado de la Pasión y de la muerte, pero hubiera traicionado Su misión,
se hubiera traicionado a Sí mismo y
hubiera puesto en juego el Reino de Dios y nuestro futuro.

El “Sí” de Jesús al “obscuro agujero” de Su Pasión sería un “Sí” sin sentido sin la clara luz de la mañana de Pascua.
Pascua significa, en último caso, la victoria sobre todos los agujeros obscuros.
Por ello Su Sí es un Sí de Su amor.
Por eso, Él quisiera arrojar el fuego de este amor sobre la tierra y también inflamarnos con él.
De ello se trata ahora en el Evangelio.
Amén 

(Sigue la Lectura del Evangelio)