Homilía para el Domingo Décimo Octavo
del ciclo litúrgico C

4 Agosto 2013
Lectura: Qo 1,2; 2,21-23
Evangelio: Lc 12,13-21
Autor: P. Heribert Graab, S.J.
Apenas se conocía en tiempos de Jesús lo que nosotros denominamos ‘economía de mercado capitalista’.
Por eso Él cuenta la parábola del rico agricultor
desde puntos de vista exclusivamente individualistas:
Critica la búsqueda de bienes de este gran terrateniente;
critica la búsqueda de bienes del que pide
Su mediación en una disputa hereditaria;
critica el deseo egoísta de tener de los seres humanos;
critica la vida de los ricos que viven abundancia.

Todos estos aspectos de la crítica de Jesús son naturalmente de gran actualidad en todas las épocas y también hoy.
Por eso no es sorprendente que también la Iglesia,
en el anuncio de este Evangelio, ponga ante la vista casi exclusivamente el mal comportamiento de forma individual.
Está lleno de sentido y es sumamente necesario
que la Iglesia indique continuamente la diferencia fundamental entre el tener y el ser.
El valor y la dignidad de un ser humano no se puede leer desde lo que tiene.
A fin de cuentas la dignidad humana se mide por ser el vivo retrato de Dios y por ello de Su amor.
En correspondencia a esto, Jesús dice en el Sermón de la Montaña:
“No reunáis tesoros en la tierra donde la herrumbre y la polilla los echan a perder…, sino en el cielo!”
“Nadie puede servir a dos señores …
Vosotros no podéis servir a ambos,
Dios y el dinero.” (Mt 6,19 f./24 f.)

Por otra parte, la parábola de Jesús también tiene puntos de referencia absolutamente social-éticos.
Como todas las parábolas de Jesús, esta parábola también muestra Su capacidad para observar meticulosamente y para percibir las conexiones
que hay detrás de los hechos superficiales.
Naturalmente Jesús sabía con mucha exactitud
cómo funcionaba la economía en Su entorno existencial.
Para Él estaba claro: Este ‘rico terrateniente’ no sólo agranda sus graneros para que la gran cosecha no se pueda echar a perder.
Jesús sabía con mucha certeza que esta persona almacena sus cereales porque en una fecha posterior,
cuando los precios suban de nuevo,
podría embolsarse una ganancia superior.
Expresado de otra forma:
Jesús conocía las ganancias por especulación
de los grandes agricultores;
y naturalmente Él también sabía
que los costes de estas ganancias se producían
a costa de los pobres,
Y también sabía Jesús:
Ya entonces había una conexión interna entre especulación de alimentos y hambre.
Por eso Él había dicho:
“¡No podéis servir a Dios y al dinero!”.

Con esto nos hallamos justamente en el centro
de una problemática mundial de la humanidad hoy.
Hemos experimentado en los años pasados
como las especulaciones financieras altamente peligrosas empujan a todos los estados a la ruina,
ponen contra las cuerdas del abismo la economía
de nuestro continente e incluso barrenan la economía mundial.
En la percepción pública saltaba en segundo plano,
que junto a las especulaciones de las fianzas,
también crecía rápidamente la especulación
con los alimentos.
Se defendía a menudo que era necesaria
para una regulación del precio a largo plazo.
En una economía verdaderamente orientada socialmente esto podría ser cierto.
Pero también cada vez más se trata con la especulación de los alimentos sobre todo o solamente del aumento abusivo de los precios
y de así maximizar las ganancias.
Aquí sucede mundialmente y de una forma sistemática exactamente lo que el rico terrateniente del Evangelio practicaba ya entonces:
Acopio de riqueza infructuosa a costa de los pobres.
Por tanto, aquí se trafica conscientemente con
el hambre mundial y con los innumerables muertos
por el hambre, en una época, en la que económica y técnicamente es posible alimentar suficientemente a toda la población mundial.

En este segundo plano, el Evangelio gana otra vez
una urgencia nueva y totalmente actual:
Jesús confronta al rico terrateniente con lo inevitable de la muerte:
“¿Para quién será lo que has acumulado,
si esta noche se te va a exigir la vida?”
Pero tomado de forma exacta no está en cuestión
en primer lugar la muerte, la egoísta economía del terrateniente, sino mucho más aún la necesidad
de responsabilizarse de su actuación ante sí mismo, ante las víctimas del hambre y sobre todo ante Dios.
En esta responsabilidad pesará finalmente –también para él mismo–, lo que son los auténticos tesoros de su vida y qué espacio ocupan en su ‘corazón’,
y que, por tanto, le han conducido equivocadamente a él y a su vida.
Pues “allí  donde está tu tesoro, allí también está tu corazón”, dice Jesús. (Mt 6,21)

Ante la cuestión de la responsabilidad, el Evangelio coloca no sólo al terrateniente de entonces
y tampoco sólo a los especuladores de nuestros días.
Ante esta cuestión el Evangelio nos coloca también a nosotros:
¿Te has interesado en lo que tu banco,
en lo que tu fondo inmovilizado,
en lo que tus aseguradoras hacen con tu dinero?
¿Estás seguro de que con tu dinero no especulan activamente, por ejemplo también con alimentos o con armas o en qué cosas que desprecian la vida?
Nosotros no sólo somos responsables de los políticos que elegimos y de la política que después hacen;
nosotros no somos menos responsables
de qué banco o de qué aseguradora elegimos
y de lo que hace con nuestro dinero al servicio de los seres humanos.

Por tanto, el Evangelio de hoy nos recuerda las consecuencias esenciales de una fe vivida,
que rebasa ampliamente las exigencias de la conciencia individual-personal;
como creyentes cristianos estamos más bien ante
el desafío, también para la sociedad en la que vivimos,
de hacernos cargo de la co-responsabilidad y configurarla según el Espíritu de Jesucristo.

Amén.