Homilía para el Domingo Décimocuarto del ciclo litúrgico C
7 Julio 2013
Lectura: Gal 6,14-18
Evangelio: Lc 10,1-9
Autor: P. Heribert Graab, S.J.
Algunos términos y puntos del relato del Evangelio,
podrían ser impulsos para este domingo y para la semana:

En principio se dice: ¡Paz a esta casa!

Para empezar el contenido del mensaje me deja pensativo, el que Jesús ponga en camino a setenta y dos:
¡Por adelantado va el deseo de paz!
Para Jesús esto es más que una mera fórmula de saludo.
Él tiene ante la vista este mundo, tal como es,
entonces y también hoy.
En este mundo, con mucha frecuencia,
el ser humano es “lobo para el ser humano”.
Nos tratamos unos a otros como animales feroces,
de forma codiciosa, egoísta e inhumana.

Como mensajeros de una nueva realidad,
de una nueva Creación, envía Jesús a Sus discípulos
“como ovejas en medio de lobos”.
Esto no significa de ningún modo pasividad o incluso fijación en el ‘papel de víctima’.
Más bien lo que Jesús pretende con Su misión expresa una formulación moderna:
¡Crear paz sin armas!
Jesús está convencido de que:
La paz vivida se hace contagiosa
y cambia este mundo, en el que no hay paz.

Ciertamente Jesús también sabe
que la paz es imposible sin la preparación y
la sinceridad de todas las partes:
”Si allí habita un hombre de paz,
descansará en él la paz que vosotros le deseáis;
de lo contrario volverá a vosotros.”
También Jesús con frecuencia tuvo dificultades
entre Sus propios discípulos para crear paz,
por ejemplo, cuando disputaban entre ellos
sobre quien sería “el más grande” de ellos.

También en las tempranas comunidades de la primera Iglesia, la paz no fue algo evidente, conseguido ‘sin coste’:
En el fondo de la Lectura de hoy de la Epístola
a los Gálatas, Pablo está contra las tensiones entre circuncisos e incircuncisos,
por tanto, entre judeocristianos y ‘paganocrsitianos’.
Y no sólo enfrentamientos internos de la Iglesia
sino también escisiones normales acompañan
a la Iglesia de Jesucristo a través de todos los siglos de su existencia hasta hoy.
No por casualidad, la oración de la paz de la Eucaristía de hoy en una inspiración pide unidad y paz.

En estos días alguien llamaba mi atención sobre
la mucha sensibilidad y tacto que se necesita
si queremos corresponder verdaderamente
a la misión de paz de Jesús.
Yo tengo a nuestro Papa Francisco por un hombre
de paz, como hay pocos.
Hace poco un representante de una empresa
muy conocida, le entregó las llaves de un nuevo Papamóvil como regalo para el día mundial de la juventud en Rio de Janeiro.
Naturalmente esta entrega hizo impacto en la opinión pública.

Alguien me preguntaba: ¿si Francisco sabía que esta empresa amable y generosa era al mismo tiempo
una de las empresas alemanas más importantes
en la fabricación de armamento y que ganaba mucho dinero en todas las guerras mundiales y con el sufrimiento y la muerte de las víctimas de las guerras en todas partes?

“¡Curad a los enfermos allí dónde estén y decid a la gente: El Reino de Dios está cerca de vosotros!”

Por tanto, Jesús da la paz a los “setenta” para el camino.
De esto no hay que separar ahora el auténtico encargo de la misión:
“¡Curad a los enfermos allí donde estén y decid
a la gente: El Reino de Dios está cerca de vosotros!
Continuamente nos encontramos con este encargo:
“¡Anunciad el Reino de Dios, curad a los enfermos, expulsad demonios!”
El encargo del anuncio está en primer lugar junto con el encargo de curar y expulsar demonios.
No puede darse lo uno sin lo otro.
Así lo han experimentado las discípulas y
los discípulos de Jesús, cuando estuvieron junto con Él, cuando Le experimentaron en Su modo de vivir y de hablar.

De forma sorprendente vieron,
como Él llegaba a los pobres y a los insignificantes,
como iba a buscar a los marginados para traerlos
a la comunidad,
como prometía el perdón a los pecadores,
como curaba a los enfermos e impedidos,
como consolaba a los que lloraban y a los desolados,
como saciaba a los hambrientos,
y no en último término como ofrecía a los hambrientos de justicia la esperanza de un futuro justo.

De forma sorprendente escucharon, cuando Él hablaba a las personas como Su mensaje verbal armonizaba exactamente con lo que Él hacía y
cómo lo hacía.
De forma sorprendente experimentaron cómo toda Su vida estaba marcada por el amor,
que Él predicaba.
Por la Sagrada Escritura conocieron el doble mandamiento del amor.
Primero por medio de Él, por Su cercanía al Padre
y por su afecto a los seres humanos aprendieron a comprender que el amor a Dios, el amor al prójimo e incluso el amor a la propia persona forman una unidad indisoluble;
que es imposible jugar amor contra amor;
que este amor amplio más bien empuja a aquella nueva Creación, que podemos experimentar ya aquí de forma muy concreta, pero que hallará su plenitud en la plenitud del tiempo, en el Reino de Dios,
que Jesús anuncia.

Por tanto, Jesús envía a los setenta y dos para que anuncien en las ciudades y en las aldeas con palabras y hechos lo que ellos mismos han visto y oído:
“Los ciegos ven de nuevo, los paralíticos andan;
los leprosos quedan limpios; los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia el Evangelio.”
(Mt 11,4-5)

No es un envío ‘clerical’;
es más bien el envío de muchos

Aunque más tarde se intentaron elaborar listas de nombres de los ‘setenta y dos’, este número sólo quiere expresar que Jesús envía a muchas personas.
en último término a todos los que a Él Le siguen, hombres y mujeres, con este mensaje del Reino de Dios vivido en el mundo.

En la traducción alemana se dice:
Él escogió a otros setenta y dos. Esto así dicho podría entenderse como si se tratase de una forma de precursores del ‘estado clerical’.
Un ‘clerical’es por el sentido de la palabra precisamente un ‘elegido’
Pero ¡ciertamente no se trata de esto!
Jesús llama y envía a todos los más posibles para vivir y anunciar el mensaje del Reino de Dios,
así como también hoy llama y envía para esto
a todos los más posibles.
Mediante el Bautismo y la Confirmación
Él nos llama y envía incluso a todos, cada una y cada uno en su forma y modo respectivo y
¡equipados con una carisma propio!
Así está a la vista un encargo, que es válido para todos nosotros, para el tiempo de cambio que ya despunta y el tiempo final y también
la ‘gran cosecha’ en el ‘granero del Reino de Dios’.
Por tanto, dejémonos llamar y enviar y motivar recíprocamente para colaborar en la recogida de la cosecha, cuya siembra Le tenemos que agradecer
al propio Jesucristo.
Amén