Homilía para el Domingo Décimotercero del ciclo litúrgico C
30 Junio 2013
Evangelio: Lc 9,57-62
Autor: P. Heribert Graab, S.J.
Jesús se encuentra con personas,
que llama a Su seguimiento-
En el Evangelio de hoy, Lucas describe tres
de estos encuentros.

Cuando nuestra Iglesia de hoy habla de ‘llamamiento al seguimiento de Jesús’,
quiere decir por regla general
un llamamiento al sacerdocio o a la vida consagrada.
¡En el Evangelio no se habla, que quede bien claro, de esto!
En el Evangelio se trata sencillamente de acompañar el camino de Jesús, que conduce a Jerusalem;
por tanto, de acompañar el camino de Jesús
a la ‘ciudad de Dios’-
o expresado de otra forma:
Acompañar el camino de Jesús en el futuro de Dios,
en la ‘nueva creación’, es decir, en un mundo,
que está marcado por el amor de Dios.
Por esto nosotros nos denominamos ‘cristianos’,
con esto ciertamente nos declaramos como tales;
pero naturalmente sabemos también de otras conexiones:
¡No siempre está dentro lo que se ve en la superficie!

¿¿¿Qué consecuencias concretas tendría para nuestros propios caminos en la vida diaria
acompañar a Jesús por los caminos del amor
en una nueva realidad, en el futuro de Dios???

Silencio

Contemplemos de nuevo un poco más exactamente
a los tres ‘candidatos al seguimiento’:

1. El entusiasmado: “Yo quiero seguirte
donde Tú vayas.”

Jesús sabe que ninguna relación puede vivir duraderamente del entusiasmo emocional
de un primer ‘estar enamorado’.
Esto también es válido para la relación de la fe y para un seguimiento adulto de Jesús.
En consecuencia, Jesús vierte en primer lugar
un poco de agua en el vino de este entusiasmo.
El “entusiasmo” del acontecimiento que arrastra
en los ‘días de la Iglesia’, congresos eucarísticos o también en Taizé está bien como un‘encendido inicial; 
pero para la vida diaria tiene que estar claro
que el seguimiento de Jesús no es gratis.

2. El que aún está bajo la influencia de la muerte

No se trata de un entierro concreto e inminente.
Más bien se trata de aquel cambio de paradigma fundamental,
que se sigue del seguimiento de Jesús y
que se exige de todo cristiano, también hoy.
¡El dominio de la vida sobre la muerte tiene un final!
Debemos confiar para hallar la vida en la muerte.

3. El titubeante que todavía tiene problemas con el marcharse y con el despedirse:
“En primer lugar, déjame despedirme de mi familia.”

Seguramente Jesús no critica un lazo familiar personal,
sino algo mucho más fundamental y es que
el lazo de aquella ‘vieja’ realidad, mediante el comienzo de lo ‘nuevo’ en el Reino de Dios,
debe ser superado.
Hay que admitir que lo ‘viejo’ ahora es familiar para nosotros.
Lo ‘viejo’ incluso nos hace desconfiados frente a todo lo ‘nuevo’.
¡Esto fue siempre así!.
O “¡más vale pájaro en mano que ciento volando”.
Estos adagios fueron válidos entonces y hoy
como argumentos casi irrefutables.
Por eso, nos resulta difícil abandonar lo familiar y antiguo.
Pero se trata de que queramos abrirnos a la novedad del mensaje de Jesús:
“El que pone la mano en el arado y mira hacia atrás, no es apto para el Reino de Dios.”

Los “tres grupos de hombres” en los
Ejercicios de San Ignacio

Podríamos encontrar su origen en los tres candidatos al seguimiento de Jesús del Evangelio:
En la contemplación de los tres grupos de hombres
se trata también de la ‘indiferencia ignaciana’,
es decir, de la libertad interior de todo
lo que nos impide hacer lo mejor,
para así cumplir la voluntad de Dios en el seguimiento de Jesucristo.

Ignacio elige como ejemplo la dependencia
del amado dinero.
Los tres grupos de hombres han adquirido la suma de 10.000 ducados de una forma absolutamente legítima.

El primer grupo sabe muy bien que este dinero
¡verdaderamente no lo necesitamos!.
Y ciertamente quisiera poner este dinero a disposición de un buen fin.
Pero todo se queda en buena voluntad:
Porque a lo que alguien emprende con intención loable tienen que seguirle también los hechos.

El segundo grupo sabe que la dependencia del dinero es mala y quisiera liberarse de esta dependencia.
Pero tampoco quisiera renunciar al propio dinero.

Seguramente cada uno de nosotros conoce por propia experiencia tales dependencias interiores
-¡y no sólo de dinero!
Con frecuencia para nosotros es tan claro como el sol: ¡Verdaderamente yo tendría que cambiar esto!
Pero yo trapicheo y al fin y al cabo no hago nada.
Según el lema:
El Espíritu está dispuesto,
pero la carne es débil.  

Silencio

Para terminar, nos queda el tercer grupo de la contemplación ignaciana:
Este grupo se guía en su decisión y en su correspondiente actuación única y exclusivamente
por el deseo de elegir y no hacer nada que sea diferente a lo que mejor corresponda a
 la voluntad de Dios y al servicio en Su nuevo mundo.

Ignacio no pretende  dar en este asunto de ningún modo ¡una decisión determinada en esta o aquella dirección!
Aunque se puede percibir, de lo que él dice,
su predilección por una pobreza conforme
a la franciscana.
Ignacio trata sobre todo de la indiferencia,
por tanto, de aquella libertad interior e ‘impasibilidad’ (¡de dejar!),
que hace disponible exclusivamente para la voluntad de Dios y que también nos abre a nosotros completamente para el llamamiento de Jesús.
Amén.