Homilía para el Domingo Duodécimo
del Tiempo Ordinario C

23 Junio 2013
Lectura: Gal 3,26-29
Evangelio: Lc 9,18-24
Autor: P. Heribert Graab, S.J.
¿Quién es este Jesús de Nazareth?

“¿Por quién me tiene la gente?” pregunta Jesús.
Hoy de esta pregunta se haría una encuesta de opinión.
Y de forma semejante entienden también los discípulos la pregunta.
Sus respuestas reproducen ‘lo que se dice’:
Algunos tienen a Jesús por una especie de Juan Bautista;
otros Le comparan con este o aquel de los grandes profetas de Israel.
En todo caso, los propios discípulos han hecho
la experiencia de las muchas personas de su tiempo que estaban confusas por su doctrina;
“porque Él enseñaba como el que tiene autoridad (divina) y no como los escribas.” (Mt 7,29)

También hoy hay continuamente encuestas
de opinión, en las que se trata de saber quien
es para la gente Jesús de Nazareth.

¿Por quién Le tienen ustedes?

En una encuesta-amateur sobre esta cuestión difieren mucho las respuestas:
Van desde la respuesta aprendida en el Catecismo:
“Él es el Hijo de Dios”
hasta la de que es“un hombre como tú y como yo,
y no otra cosa”.
Como términos que Le caracterizan, se toman p.e.:
Hombre con celo religioso, profeta,
personalidad conciliadora,
revolucionario, una buena persona…

Nosotros te tenemos “por el Mesías de Dios”.
¿Qué significa esto?

‘Mesías” traducido textualmente significa: ‘Ungido? – en griego: ‘Christós’, en latín: ‘Christus’.
En la tradición de las Sagradas Escrituras de Israel
es un ser humano elegido y autorizado por Dios
que debe mover a Su pueblo de los extravíos históricos hacia la ‘conversión’, que debe hacerle recordar su historia con Dios y sobre todo su Alianza con Él y que debe conducir a este pueblo finalmente a la ‘salvación’, por tanto, a su propia y verdadera felicidad.
Concretamente ‘Mesías’ es un ser humano
con una misión divina en una situación histórica muy determinada:
la mayor parte de las veces un Rey o también
un Sumo Sacerdote.

Después del ocaso del Reino de Judá, por tanto,
después de la deportación de una gran parte del pueblo al ‘exilio babilónico (586 a. de C.),
algunos profetas bíblicos anunciaron a un salvador y portador de la paz del tiempo final.

Este mensaje profético recibe en el Nuevo Testamento una claridad definitiva:
¡Este Jesús de Nazareth es el ‘Ungido’ de Dios,
sencillamente el ‘Christus’!
En Él y mediante Él sitúa Dios la salvación de
Su pueblo, incluso la salvación de todo el mundo,
no contra los seres humanos sino con ellos.
Él mismo se hace ser humano y conduce
como ser humano Su Creación hacia la consumación.
Con Él comienza una ‘nueva Creación’,
con Él comienza el ‘Reino de Dios’,
la ‘nueva Jerusalem’,
la visión de la ‘ciudad de Dios’,
como la describe Juan en el Apocalipsis.
Por tanto, este Jesús de Nazareth es todo nuestro futuro.
El cosmos halla en Él totalmente,
pero también nuestra vida personal, su plenitud y
la abundancia de toda salvación.
Esto puede sonar algo entusiasmado,
pero es cierto, cuando alguien dice:
Jesús es la dicha de mi vida.

Ahora dice Pablo:
“Llevamos este tesoro
en vasijas quebradizas”
(2 Cor 4,7)

El motivo es evidente:
¡Dios no nos obliga; Él quiere ganarnos!
Las resistencias son grandes, entonces, en tiempos
de Jesús y también hoy.
Estas resistencias llevaron al propio Jesús a la Cruz.
Él sabe muy bien lo que Le amenaza.
Lo hemos escuchado en el Evangelio.
Sin embargo, Él no se desvía de Su destino,
aunque lo conozca.
Consecuentemente anda Su camino,
porque Él conoce la meta:
La salvación del mundo que Dios Le ha encomendado.
y Él sabe que: ¡El hálito de Dios dura mucho!
¡La vida vencerá!
Pascua es la anticipación de aquella vida en plenitud,
de la que Él da testimonio con todas las curaciones y signos de Su vida pública.

Confesar a Jesús como ‘Mesías’, como el ‘Cristo’
significa no en último término vivir de esta confianza.
Jesús presupone esta confianza, cuando se atreve a llamarnos en Su seguimiento contra todas las resistencias que esto llevará consigo continuamente:

“Quien quiera salvar su vida, la perderá;
pero quien pierda su vida por mi causa, la salvará.”

Por una errónea mentalidad sobre la comprensión
de la Cruz y del sacrificio, con frecuencia se les da a estas palabras un sentido de hostilidad a la vida.
En esta época Jesús sabía muy bien valorar la vida.
Él celebraba continuamente esta vida.
Liberó a muchas personas de sus enfermedades y discriminaciones por amor a una vida feliz en esta época.
Pero, al mismo tiempo, Él era consciente de las limitaciones e impedimentos de esta vida.
Nosotros, si somos sinceros, estamos de acuerdo
con Él incondicionalmente.

Además Jesús no estaba preparado para resignarse
a esta vida limitada y muchas veces restringida.
Él anduvo Su camino con confianza en la ‘abundancia de la vida’, que está reservada por Dios a toda Su creación y tanto más a todo ser humano.
Así Él se sitúa totalmente al servicio del futuro de Dios que ya despunta, para conducirlo a su plenitud.

Con este fondo tiene un profundo sentido aceptar reducciones en la ‘vieja’ y limitada vida de este mundo por amor a aquella vida que verdaderamente plenifica y hace feliz, signo del ‘Reino de Dios’ que se acerca y ¡está aquí ya ahora!

Finalmente aún un pequeño Excursus
sobre la palabra de la Lectura de Gálatas
de este domingo:

Hemos escuchado estas palabras de Pablo:
“Ya no hay judío ni griego, esclavo ni libre, hombre ni mujer; pues todos vosotros sois “uno” en Cristo Jesús.”
Estas palabras señalan el ‘Reino de Dios’, que despunta y su calidad vital.
Pero la Iglesia de Jesucristo también ha necesitado
mucho tiempo para darle al ‘Reino de Dios’
un espacio en su propio centro.
Las tensiones internas de la Iglesia entre judíos y paganos fueron una tarea fatigosa para la temprana y todavía predominante Iglesia judeocristiana.
La Iglesia posterior de cuño ‘paganocristiano’,
no ha aclarado verdaderamente hasta hoy su relación con el judaísmo, del que procedía Jesús.

La Iglesia necesitó siglos para situarse en una posición adecuada al ‘Reino de Dios’ en la problemática “libres y esclavos”.
También aquí hay todavía y de forma concreta déficits.

Aún más duró y todavía continúa el mirar con nuevos ojos la igualdad de hombres y mujeres
desde el ‘Reino de Dios’.
Aquí actúan aquellas resistencias con las que ya Jesús tuvo que tratar y que llegan hasta nuestra Iglesia actual.

Pero una cosa es cierta y se deduce no a la postre del Evangelio de hoy:
A consecuencia de nuestras resistencias,
‘los molinos de Dios quieren moler despacio’,
pero Su futuro arrastra hacia arriba indefectiblemente.
Ésta es Su promesa para la Iglesia y también
para nosotros que somos Iglesia.
Amén