Impulsos para el Domingo Undécimo
del ciclo litúrgico C
16 Junio 2013
Evangelio: Lc 7,36-50
Autor: P. Heribert Graab, S.J.
Creer no es sobre todo la confesión de una enseñanza,
creer tiene que ver más bien con el encuentro personal:
encuentro con Dios, encuentro con Jesucristo.
El Evangelio de este domingo es un relato de
un encuentro así.

Encuentro transformador

Una prédica de Jesús lo precedió, que tenía a todos en cuenta: al anfitrión, a los invitados y también al huésped no invitado-
a esta mujer, cuyo nombre no conocemos.
Nosotros sabemos que Jesús fascinaba
a las personas, cuando hablaba con ellas.
Expresamente se transmite esto por ejemplo:
“la gente estaba afectada por Su doctrina:
pues Él enseñaba como alguien que tiene autoridad
y no como los escribas.” (Mt 7,28 s)
Uno de los guardias del Templo incluso afirmó:
“¡Nunca ha hablado nadie como éste!” (Jn 7,46)

El entusiasmo de Simón, sin embargo, se mantiene contenido.
Pero de todos modos: Él Le invita.
Nunca se puede saber si quizás Él es un profeta.

¡Esta mujer actúa de una forma totalmente diferente!
¿¿¿Una ‘pecadora pública’??? d
En primer lugar, quizás ella esté muy marginada e la multitud que es:
curiosa, aburrida, sarcástica…

“Este no tendría nada diferente que decir cuando todos ellos…
Pero después: la palabra, la inflexión de la voz,
la personalidad del Señor – algo la alcanza
en su interior.
¡De repente, ella se ve a sí misma con Sus ojos!
Y al mismo tiempo este Jesús le proporciona
la convicción segura de que:
¡Dios me ha perdonado!

Ahora le urge a ella expresar públicamente
su conmoción, su transformación interior y
sobre todo:
¡Agradecer!
Ella necesita la posibilidad, de estar mirando
en un banquete- con otros curiosos.
“Y ahora se puso detrás de Jesús junto a sus pies.
Además lloraba y sus lágrimas caían sobre Sus pies.
Secaba Sus pies con su cabello,
los besaba y los ungía con el óleo.”

El beso de los pies tiene una representatividad concreta y simbólica:
Este beso es signo de gratitud frente a un salvador.
Por tanto, esta mujer presenta delante de todo
el mundo gratitud sin límites y amor.

El problema de Simón

Para Simón, esta mujer es piedra de escándalo.
Su pregunta hubiera sido:
¿Este Jesús es un profeta? O ¿no lo es?
Ahora se siente confirmado en su reserva inicial:
¡Este Jesús se deja tocar por una pecadora pública!
Un profeta verdadero –piensa él– conoce el corazón y ve en lo escondido.
Y: si Él es un profeta ¿no sería su tarea reunir a los buenos y a los justos?

¡Simón se equivoca!
¡Jesús ve en lo escondido!
¡Él ve y Él sabe que esta mujer hace tiempo
ha hecho las paces con Dios!
Y que el anfitrión, este Simón, piensa tonterías
que Él también ve.
Y por eso Él cuenta

la parábola de los dos deudores

El creyente de la parábola representa al propio Dios.
Su bondad, que obsequia y perdona, suscita en la masa, en la que con corazón abierto y preparado es aceptada, amor y gratitud amorosa.
Pero la ‘ecuación’ también es reversible:
Así como la remisión de la culpa suscita amor,
así rechaza también en gran medida el receptor
del perdón un gran amor y gratitud.

El amor agradecido sin límites de la mujer, señala por una parte su gran culpa;
pero más aún en la medida del amor perdonador que se le dispensa
y también, al mismo tiempo, en la medida de su sinceridad y de su disposición interior para este amor de Dios.

Por otra parte la condescendencia y el desamor,
con el que fariseos como Simón tratan a Jesús es
una alusión a lo poco que ellos creen necesitar del perdón de Dios y, por tanto, también a la poca remisión que pueden recibir.

Ciertamente, Jesús reconoce el esfuerzo del fariseo, que verdaderamente quiere andar por el camino
de la Ley de Dios.
Él ve en este Simón también al “pequeño deudor de la parábola”.
Pero Él también le quiere decir:
Tú estás en el error cuando crees que tú `puedes ‘hacer’ el bien por ti mismo y, en consecuencia,
que no tienes necesidad de Dios.
Por eso, no tienes ninguna antena para el alegre mensaje del Dios del amor que perdona.
La total alegría de la comunión con Dios sólo
se puede tener desde la aceptación agradecida
de Su actuar en nuestra vida y de Su amor,
precisamente también de Su amor que perdona.

“Tus pecados te son perdonados”

Al final Jesús le dice a la mujer:
“Tus pecados te son perdonados.”
Bien entendido: ¡Están ya perdonados!
¡Es una constatación!
Por tanto, Jesús hace público,
lo que ‘internamente’ ya ha sucedido.

También acontece la remisión de modos múltiples
en el ámbito “interno” –
por tanto, muy personalmente entre Dios y yo.
En el Sacramento de la Reconciliación
esto recibe, por así decirlo, un carácter ‘oficial’, quasi público.
Pues en último término la culpa es también en cierto modo ‘pública’-
no sólo la culpa de esta mujer en el Evangelio.

Preguntémonos

¿Cómo nos vemos a nosotros mismos?
¿Nos vemos cómo la mujer del Evangelio que se deja fascinar por Jesús?
O nos vemos como aquel Simón, que piensa
¡“yo soy ok en todo!.
¡Amado Dios, ahórrate Tu Gracia para otros!

Alguien ha dicho a veces:
No nos reconoceríamos a nosotros mismos
en un espejo que nos mostrase, quien y como nosotros podríamos ser, si aprovechásemos todas
las oportunidades, que nos son ofrecidas por Dios
en el seguimiento de Jesucristo.
¿Reflexionamos sobre ello – al menos aquí y allá?
Amén.