Homilía sobre la Espiritualidad
de la Compañía de Jesús
En el marco de la oración vespertina ecuménica del 29 de Agosto de 2010 en la Iglesia evangélica Antoniter de Colonia sobre el tema:
“Buscar y hallar a Dios en todas las cosas”.
Lectura: Col 1,12-20
Autor: P. Heribert Graab S.J.
Cristo ¡todo en todo!
En Cristo todo tiene su origen.
Todo fue creado en Él y por Él.
Él es anterior a toda la Creación,
en Él todo tiene existencia.
Ésta es la teología paulina.
Pero también, según el prólogo del Evangelio
de Juan, Cristo es en el principio de todo
“Palabra de Dios”, y “todo fue hecho por la Palabra
y sin la Palabra no se hizo nada de cuanto existe.”

Según Pablo, además se halla en toda la realidad cósmica, una dinámica fascinante y arrebatadora:
El jesuita y científico naturalista Teilhard de Chardin dice: Cristo es el “Punto Omega” de todo desarrollo
y en cada momento de este desarrollo está presente activamente.
Todos nosotros estamos unidos en este proceso de desarrollo.

Que experimentemos el mundo con tanta frecuencia como un ámbito de maldad, de tinieblas y de muerte,
no se opone a ello.
Pues precisamente mediante este Cristo se nos ofrece la salvación y el perdón de los pecados.
Él ha vencido la muerte y nos ha arrancado
del poder de las tinieblas.
Según Juan, Él es la Vida y la Luz de los seres humanos,
y la luz ilumina la obscuridad, a pesar de todo el poder de las tinieblas
En Cristo, Dios mismo vino a este mundo, como la Luz verdadera que ilumina a todo ser humano.

Este es el fondo teológico de la experiencia mística de Ignacio de Loyola y de la espiritualidad práctica que desarrolla, sobre todo en sus Ejercicios.
Sobre este fondo teológico es posible buscar en todo y hallar a Cristo, nuestro Dios y Señor, y Creador
de todas las cosas por antonomasia, y decidirse por Él y por Su seguimiento.

En su espléndida “Contemplación para alcanzar amor”, Ignacio presenta este buscar, hallar y decidirse de forma muy sencilla y realmente sobria:
Debemos “traer a la memoria los beneficios recibidos de creación, redención y dones particulares”,
que nos son ofrecidos.
El conocimiento de todo lo que nos es ofrecido,
debe conducirnos después a una reflexión retrospectiva sobre nosotros mismos.
Por consiguiente, yo debo –literalmente–
“considerar con mucha razón y justicia, lo que yo debo de mi parte ofrecer y dar a la su divina Majestad, es a saber, todas mis cosas y a mí mismo con ellas.” (EE 234)

En un segundo impulso Ignacio invita a “mirar cómo Dios habita en las criaturas:
en los elementos dando ser,
en las plantas vegetando,
en los animales sensando,
en los hombres dando entender
y así ¡también en mí…! (EE 235)
De nuevo se trata de una reflexión retrospectiva sobre mí mismo:
Cómo tengo que reaccionar sobre lo reconocido
de modo deudor cuando pienso al mismo tiempo
que el amor consiste en un mutuo tomar y dar.

En un tercer impulso, Ignacio habla con un lenguaje realmente naiv y dice:
“considerar cómo Dios trabaja y labora por mí en todas las cosas criadas sobre la haz de la tierra”.
(EE 236)

Y finalmente yo quiero “mirar cómo todos los bienes y dones descienden de arriba, así cómo
la mi medida potencia de la suma e infinita de arriba,
y así justicia, bondad, piedad, misericordia, etc;
así cómo del sol descienden los rayos, de la fuente, las aguas.” (EE 237)

Y continuamente esta reflexión retrospectiva:
¿Qué se sigue de esto para mí?
¿Cómo puedo, cómo tengo que responder al amor infinito, que me es obsequiado en todo?

Para Ignacio, sólo hay una respuesta adecuada,
que él formula con la oración de la entrega:
“Tomad, Señor, y recibid toda mi libertad,
mi memoria, mi entendimiento y toda mi voluntad,
todo mi haber y mi poseer;
vos me lo distes; a, Vos, Señor, lo torno;
todo es vuestro,
disponed a toda vuestra voluntad;
dadme vuestro amor y gracia,
que ésta me basta.” (EE 234)

Para Ignacio, esta entrega, que finalmente consiste en el seguimiento de Jesús, tiene carácter diaconal:
La cuestión central de los Ejercicios ignacianos es:
¿En qué servicio concreto a este mundo y a las personas me llama Cristo?
Después de esto, hay que hallar una respuesta.
Y ésta tiene que salir del conocimiento de que
“el amor hay que ponerlo más en las obras
que en las (grandes) palabras”. (EE 230).

Si nuestra vida diaria resulta de un amor así, entonces todo lo que hacemos es
“para mayor gloria de Dios”.
Por eso Ignacio ha elegido estas palabras como lema de su Orden: “¡Ad majorem Dei gloriam!”
Déjenme ustedes describir muy brevemente la riqueza de la espiritualidad de los Ejercicios en un aspecto de gran actualidad.
A muchos cristianos se les presenta hoy la pregunta:
•    ¿Cómo me oriento entre la diversidad de opiniones, que también es muy variopinta en nuestra Iglesia?
•    ¿Cómo puedo distinguir los profetas verdaderos de los falsos?
•    ¿Cómo aprendo a adquirir una postura válida entre tanto pluralismo?

A la búsqueda de respuesta a estas preguntas apremiantes para muchos, ayuda Ignacio con las prudentes “Reglas para el discernimiento de espíritus”.
Nacieron de la tradición de siglos y no en último lugar de las experiencias muy personales de Ignacio.
Se trata de un “olfato” mental y espiritual en la diversidad de pareceres y estímulos.
Un “olfato” así es posible:
•    Desde el fundamento de la indiferencia, que reconoce las propias “afecciones desordenadas” como tales y procura erradicarlas lo más posible,
•    en una atmósfera de oración,
•    a ser posible con acompañamiento espiritual,
•    y en una interna oscilación hacia los impulsos del espíritu de Dios.

Ignacio piensa en el discernimiento individual.
Pero en nuestra época también se desarrollan procesos espirituales de discernimiento en comunidad.
•    en una sociedad que quiere ser democrática,
•    en las iglesias evangélicas estructuradas sinodalmente
•    y en una Iglesia católica que necesita de modo urgente una mayor decisión en comunidad, un discernimiento comunitario espiritual, puede ayudar aquí y allá al menos a decisiones mayoritarias mediante una formación de consenso desde la fe.

En todo caso, tanto el discernimiento individual,
como también el discernimiento en comunidad,
están al servicio de la “mayor gloria de Dios”,

Amén.