Homilía para el Domingo Trigésimo Segundo (C)
7 Noviembre 2010
Lectura: 2 Re Mac 7,1-2.7a.9-14
Evangelio: Lc 20,27-38
Autor: P. Heribert Graab S.J.
Hoy ya no es dudosa para muchas personas,
también para los cristianos-
la fe en la resurrección de los muertos.
Ya en tiempos de Jesús la fe en la resurrección
era objeto de división.

Es interesante observar algunos paralelos
entre aquella época y la actual:
* A diferencia de los tradicionalmente “piadosos” fariseos, los saduceos se abrían a los influjos “modernos” del helenismo.
Se trataba de desarrollos mentales-culturales,
que nosotros hoy designaríamos como “Ilustración”.
Y, al mismo tiempo, se trataba también
como mínimo, de los comienzos de “secularización”.
* Aquí la cuestión de la resurrección,
que toca el núcleo central de la fe religiosa,
fue ya entonces duramente disputada.
En el enfrentamiento no se anduvo con remilgos.
La discusión de los saduceos con Jesús
ciertamente no señala que orienten el asunto
hacia forcejeo.
Los saduceos más bien intentan poner en ridículo
la fe en la resurrección de Jesús con bufas y burlas mordaces.
* Pero para los saduceos de entonces, se trataba ya
de un problema enteramente actual lo mismo que hoy:
En la fe en la resurrección, por consiguiente, en una vida “en el más allá”, está la gran tentación de no tomar en serio la vida en este mundo, porque en el “más allá” encuentra su justa compensación toda la injusticia.
En cambio los saduceos estiman que el ser humano ya recibe en la vida terrenal retribución y castigo.
Por consiguiente, también se trata para los saduceos de la propia responsabilidad del ser humano en su conducta aquí y ahora.

Ahora quisiéramos nosotros como cristianos
defender la gran tradición de nuestra confesión de fe:
“Esperamos la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro.”
¿Cómo es posible esto en una mundo ilustrado y secularizado?

En primer lugar, se trata de poner en claro sobre esto
que en la “resurrección de los muertos” se trata
de una confesión de fe, que escapa de la intervención de métodos científicos de demostración.
La fe en la resurrección está tan estrechamente entretejida con la fe en Dios,
que toda “demostración” , si fuera posible haría manipulable la realidad divina.
Por consiguiente, quizás una “demostración” comprobaría mucho más,
no sólo lo que pretende comprobar:
La resurrección de los muertos es una verdadera participación en la vida divina.

Por otra parte, nosotros también somos,
como creyentes cristianos, “hijos de la Ilustración”
y la defendemos.
Para nosotros se ha convertido en evidencia
ver la fe en consonancia con nuestra razón.
Ambas –fe y razón– son regalos que nos hace Dios.
Benedicto XVI no se cansa de señalarlo.

Concretamente esto significa para nuestra fe en la resurrección:
•    También esta fe tiene que ser responsable ante la razón; expresado de otra forma: tiene que dar motivos razonables para responder de esta fe y anunciarla como alegre mensaje.
•    En segundo lugar, esta fe tiene que ser concluyente en sí misma y estar libre de contradicciones interiores.

Yo quisiera enumerar algunos motivos que a mí personalmente y evidentemente a muchas otras personas nos mueven a creer en la resurrección de los muertos:
* Esta fe está –en todo caso en el ámbito bíblico– no sólo fundamentada mitológicamente.
Más bien muchas generaciones de la época bíblica han luchado por esta fe.
Esta fe es, por consiguiente, el resultado de una larga disputa mental-espiritual.

* Esta fe en la resurrección de los muertos es la herencia conjunta de la tradición judeo-cristiana.
Para innumerables personas de estas dos religiones de la Escritura fue y es fundamental esta fe para
la propia auto-comprensión y para una configuración responsable de la vida.

* Aunque esta fe no se ha desarrollado en todas las religiones de forma comparable,
sin embargo, hay en la mayor parte de las religiones
y cosmovisiones la firme convicción
de que el ser humano es más que la suma
de sus funciones biológicas y que su vida se extiende más allá de los ochenta o noventa años
que perdure en esta época de forma conmensurable.

* Incluso muchos de los grandes científicos
en ciencias naturales  de nuestro tiempo,
son personas creyentes pascualmente,
no porque sean esquizofrénicos y vivan en dos mundos diferentes, sino porque entienden la física y la metafísica como posibilidades complementarias
para comprender el mundo y su propia existencia humana.
¡Esto demuestra su talla!
* La teología moderna, sobre todo la exégesis bíblica de nuestra época, alumbra también para los seres humanos del siglo XXI accesos comprensibles a una fe pascual.
Una comprensión fundamentalista, al pie de la letra, de la Biblia obstruye el camino hacia la fe para muchos coetáneos nuestros.
El descubrimiento de una verdad más profunda,
que se proclama en símbolos, imágenes y palabras,
ensancha nuestro horizonte de conocimientos de forma insospechada y conduce a la luminosa comprensión de que el ser humano es mucho más que la suma de lo que se puede calcular de forma científicamente natural.

* Con este fondo, se hace más comprensible una historia como la de los hermanos Macabeos de la Lectura de hoy.
La radicalidad de esta historia puede, en principio, intimidarnos.
Pero no se trata de andar por un camino,
que desde entonces y precisamente también en la época cristiana y hasta en nuestros días
no lo hayan recorrido innumerables personas,
que han ido a la muerte por su fe.
A decir verdad, no sé si yo mismo, si estuviera en esa situación, iría por el camino decisivo del testimonio de fe de estos mártires.
Pero el que ellos hayan ido es para mí un motivo aplastante para creer en la resurrección de los muertos.
Sería aceptar la alternativa de personas como Janusz Korczak, Alfred Delp, Dietrich Bonhoeffer y otras innumerables –también hoy y en  todo el mundo- que fueron a la muerte como ideólogos obstinados por algunas ideas fijas.

Todavía un último motivo entre otros muchos
para la fe en la resurrección:
*Para mí personalmente y para otros muchos es absolutamente inconcebible, que la profunda nostalgia del ser humano de vida y de amor definitivamente colmado, pueda caer en la nada.
Una imagen así del mundo y del ser humano sólo podría ser motivo de un pesimismo abismal y
de un fatalismo.
Y si yo, como cristiano, además tengo fe en
un Dios Creador, entonces una idea así sería
un motivo insoslayable para odiar abismalmente
a ese Dios que sólo ha llamado a la vida al ser humano –y precisamente también a mí mismo–
para aniquilarle.

Prefiero a Jesús de Nazareth que en la discusión con los saduceos y sobre todo después en Su propia muerte y en Su resurrección responde de que:
“Dios no es un Dios de muertos, sino de vivos.”.

Amén