Homilía para el Domingo Trigésimo (C)
24 Octubre 2010
Evangelio: Lc 18,9-14
Autor: P. Heribert Graab S.J.
En todas las épocas y en todas partes hay personas, que están convencidas de su propia justicia y desprecian a otros –como sucede también hoy y aquí entre nosotros.

Jesús contaría hoy el ejemplo del Evangelio quizás así:
Dos personas creyentes fueron a las respectivas casas de oración de sus comunidades,
para rezar y celebrar el servicio divino.
Uno era cristiano
y visitaba el domingo su Iglesia.
El otro era musulmán
y realizaba su oración en un viernes.

El cristiano oraba en su corazón:
Oh! Dios yo te agradezco que yo no sea como estos terroristas y fundamentalistas;
como, por ejemplo, aquel musulmán,
que aquí en nuestra cultura marcada cristianamente, no tiene nada que buscar.
Tú me has regalado una fe,
que desde hace dos mil años ha marcado nuestra cultura occidental,
que nos ha proporcionado aquellos valores humanos, que todavía hoy,
incluso en un ambiente secularizado,
fijan la convivencia social e incluso nuestra legislación.
Yo te pido de todo corazón una Europa unida, en la que estos valores cristianos sean respetados.

También el creyente musulmán oraba al Dios único y verdadero.
Pero el pronunciaba su oración en una mezquita muy modesta y segregada
de la vida pública.
Bien considerado no era ninguna mezquita,
sino un viejo almacén convertido en inútil por la producción “Just-in-time”,
que él juntamente con otros amigos había arreglado como espacio de oración amorosamente.

El musulmán rezaba así:
Dios Todopoderoso, yo te llamo desde el extranjero.
Hay mucha injusticia en este mundo-
odio, violencia y terror extienden angustia
entre las personas.
En Tu nombre y en nombre del Islam
también los fanáticos de mi religión expanden espanto.
¡Ten piedad, Dios infinitamente bondadoso!
Ten piedad también de mí,
que, como cómplice, soy marginado, aunque yo sólo quisiera vivir y trabajar aquí en paz.

Jesús concluyó este relato, diciendo:
“Éste regresó a casa como justo, el otro no.”

En Alemania, la actual disputa sobre los musulmanes, sobre su integración y la “tradición judeo-cristiana”,
que ha marcado nuestro orden de valores,
es farisaica a fondo, en el sentido del relato ejemplar de Jesús.

Ya el quebrantamiento de una “tradición judeo-cristiana” es en gran medida falso:
Ciertamente Jesús mismo y Su Evangelio están en la tradición de la Alianza de Dios con Israel.
Pero partes del reciente cristianismo se distanciaron ya muy pronto de las propias raíces judías.
Y desde que el cristianismo se convirtió en religión del Estado romano, marginó
a los judíos y al judaísmo- hasta el intento de aniquilar todo lo judío,
hasta el terrible punto más bajo de esta historia antijudía bajo el dominio de los nazis.

El discurso de la tradición cristiana y el orden de valores occidental es, sobre todo, mendaz, porque aquí las exigencias de dirección de los musulmanes son formuladas, a los que nosotros mismos ya hace tiempo que no hacemos justicia.
En la medida en que nuestras iglesias se quedan más vacías, también la dependencia retrospectiva del Evangelio de Jesucristo se ha perdido.
Y de ello depende en último término todo lo que puede ser denominado verdaderamente “valores cristianos”.
Incluso valores, que nosotros vemos como valores occidentales,
-por ejemplo, el respeto de la dignidad humana o también sencillamente la capacidad de comunicación y ayuda al vecindario- parecen clarearse en una sociedad cada vez más secularizada.

En lugar de buscar “burros de carga”
y de discriminar el Islam en conjunto
debíamos barrer delante de la puerta de nuestra propia casa.
*Debíamos preguntarnos,
cómo se gestiona nuestra propia fe.
*Debíamos preguntarnos, si y hasta dónde
nosotros nos orientamos en Jesucristo y en Su Evangelio.
*Debíamos preguntarnos, cómo vivimos de forma creíble la fe cristiana y hasta dónde determina nuestro vivir diario.

Si viviésemos verdaderamente en el seguimiento de Jesús, miraríamos con “buenos ojos”.
Después descubriríamos en el extranjero en primer lugar lo que nos une.
Después de que viésemos lo bueno,
esto podría enriquecer también nuestra cultura.

Por otra parte, Jesús tenía un inimitable modo de encontrarse con las personas-
Ciertamente también con extranjeros y marginados.
Pensemos en Zaqueo, el publicano desdeñado,
al que Él hizo bajar del árbol,
para encontrarse con él “al mismo nivel”.
Pensemos en los enfermos e inválidos de la cuneta, o también en los leprosos a los que todos evitaban encontrar.
Él se volvía hacia ellos y dejaba que todos se acercasen a Él.
Quien era considerado siempre como “pecador” en el ambiente de Jesús,
Él le regalaba su amor perdonador.

En todos los encuentros, Jesús hizo experimentar al otro:
•    Tú eres bienvenido para mí.
•    Tú eres amado.
•    Dios es Padre de todos – también es tu Padre.

El problema de una confrontación en aumento entre la cultura occidental
y la islámica no lo resolvemos por medio de la segregación y de la marginación.
Más bien sólo lograremos superar el precipicio, que está soterrado profundamente aquí como allí en los corazones de las personas, por medio del encuentro y del diálogo de todas las personas de buena voluntad:
•    por medio de una historia abrumadora de forma múltiple, (pensemos sólo en las Cruzadas o en los “turcos ante Viena”),
•    por medio del imperialismo occidental y del colonialismo,
•    por medio del fundamentalismo y del terrorismo
•    y no en último lugar por la ignorancia y el mal entendimiento de ambas partes.

El Papa Juan Pablo II en su primer encuentro (1985) de oración en Asís dijo:
“Por medio del diálogo interreligioso ofrecemos a Dios un espacio para que esté presente en medio de nosotros.
En la medida en que nosotros nos abramos recíprocamente en el diálogo,
nos abrimos a Dios.”

Así es el Espíritu de Jesús y la misión en obra, cuando cristianas y cristianos, judíos y musulmanes se oponen a la lógica de la violencia y venganza y testimonian que Dios quiere para todos vida y futuro.

Una Iglesia creíble de Jesucristo es signo de unidad y de reconciliación entre pueblos, culturas y religiones de un único mundo.
En esta convicción abre también en la propia casa más espacios de encuentro, de diálogo, de ecumenismo.
Ora todos los días por el descenso del Espíritu de Jesús.
Pues el Espíritu de Dios hace posible el mutuo entendimiento y la paz.
Mediante el encuentro y el diálogo en el sentido de Jesús podemos convertirnos también en constructores de puentes y en precursores en un mundo de odio y de intransigencia.

Durante muchos años yo mismo tomé parte en Göttingen en encuentros y diálogos de la “mesa redonda de las religiones de Abraham”.
En Abraham ven judíos, cristianos y musulmanes el padre común de su fe.
Diálogos entre hermanos dispersos ciertamente no son fáciles.
Pero de forma trabajosa también a veces
abren paulatinamente los ojos
al modo de ver del otro.
Preparan, aunque en muy pequeños pasos,
caminos de comprensión y con ello de paz
en nuestra sociedad y en el mundo.

Estos diálogos en “mesa redonda” ni siquiera después del 11 de Septiembre llegaron a sucumbir.
Más bien hemos logrado, también después de esta fatídica fecha, invitar a orar de forma conjunta por la paz.

Tales encuentros, diálogos y actividades conjuntas hay, gracias a Dios, incluso en las regiones actualmente en crisis
-también en Israel y Palestina.
El que los medios apenas informen sobre esto, desgraciadamente no arroja la mejor luz sobre aquellos.

Amén