Homilía para el Domingo Vigésimo Séptimo (C)
3 Octubre 2010
Lectura: Hb 1,2-3. 2,2-4
Evangelio: Lc 17, 5-10
Autor: P. Heribert Graab S.J.
Ciertamente el día de la unificación alemana comprendimos el lamento del profeta Habacuc:
“¿Hasta cuando clamaré, Señor, sin que me escuches?
Te gritaré: ¡Ayuda! ¡violencia! Pero Tú no me ayudas.
¿Por qué me dejas experimentar el poder del mal, si ves la opresión?
Mire donde mire, veo violencia y abuso,
se alza discordia y riña.”

Habacuc clama con su pueblo y con la ciudad de Jerusalem por la violencia
y la opresión de los poderosos babilonios.
Muchos de nosotros hemos experimentado violencia y opresión por el injusto sistema del nacional socialismo y del comunismo.
Y no debemos olvidar tampoco que nosotros mismos, los alemanes, bajo el nazismo
hemos llevado a toda Europa injusticia, violencia y opresión.

Con lamentaciones –muy semejantes a las de Habacuc– y con gritos de ayuda se dirigían entonces a Dios innumerables personas,
porque sólo en Él ponían aún una última,
decreciente esperanza.
Como Habacuc experimentaban el silencio de Dios:
“¿Por qué Tú no me escuchas?
¡Por qué Tú nos permites experimentar
la fuerza del mal
y ves la opresión de brazos cruzados?”

Y en todas las épocas también lamentan y gritan personas toda su necesidad muy en privado y su indecible sufrimiento:
“Dios mío, Dios mío ¿por qué me has abandonado?
Te llamo de día y no me das ninguna respuesta;
Te llamo de noche y no hallo ningún sosiego.” (Sal 22,2 s)

Habacuc no recibe ninguna promesa de ayuda a sus preguntas quejumbrosas
ni para mañana ni para pasado mañana,
como él quizás esperaba.
Experimenta como todos nosotros:
“Los pensamientos de Dios no son nuestros pensamientos.” (Sir 17,30)
¿Qué ser humano puede conocer el plan de Dios,
y quién comprende lo que el Señor quiere?” (Sab 9,13)
Ciertamente en la necesidad agobiante estamos continuamente confrontados
con el misterio de Dios.

Pero Habacuc recibe dos respuestas,
que también para nosotros son ayudadoras:
La primera respuesta dice:
“¡Anota lo que ves!”
Y escribe de forma clara y legible,
para que todo el mundo y también
las generaciones futuras puedan leerlo.
¡Y lo que entonces sucedió
y también todo el sufrimiento y
toda la opresión que hoy les sucede
a las personas en todo el mundo,
todo esto no es intranscendente!
Nada de ello puede caer en el olvido.
También el sufrimiento del pasado clama justicia
y ésta tiene que tocarle en suerte –
en esta historia o también en una realidad nueva.
Además sufrimiento, necesidad y opresión en el pasado puede y debe cambiar la conducta del ser humano hoy.
El olvido de la historia de los jóvenes
de nuestra época, por consiguiente, está claramente bajo crítica bíblica.

La segunda respuesta a Habacuc dice:
“Quien no tiene el alma recta, sucumbe,
pero el justo vivirá por su fidelidad.”
Expresado de otra forma:
“Confiar en Dios significa,
permanecer fiel a la justicia,
no dejarse seducir de injusticia en injusticia.
Confiar en Dios significa,
mantener la fidelidad al Dios fiel.” (Magnificat, Oct. 2010, pág 33)

Es evidente que la fe como fidelidad en  justicia de ningún modo preserva del destino del martirio.
Más bien “el justo vivirá por la fe” (cf. Gal 3,11 y Hb 10,37-39) en un sentido mucho más amplio –
es decir, en la plenitud de la vida en Dios.
Pero además Su justicia crea por la fe
el espacio para vivir también en esta época.

A primera vista una mirada creyente así de las cosas parece ser delirante y lejana a la realidad en vista de toda la miseria y violencia mortífera de este mundo.
Pero el Evangelio nos fortalece y nos alienta a comprender la fe como una fuerza que cambia el mundo:
Una fe así vivida en justicia
-y puede ser tan grande como un grano de mostaza- trasplanta al mar (¡sin azadón y laya!) una higuera junto con sus profundas raíces.
Según el Evangelio de Marcos y el Evangelio de Mateo, Jesús dice también:
Una fe así mueve montañas y se pueden arrojar al mar. (Mc 11,23; Mt 17,20; 21,21).

Jesús elige con atención estas imágenes inverosímiles para dejar claro de forma inequívoca lo que puede la verdadera fe.
Al mismo tiempo estas imágenes ilustraban para los discípulos la fuerza de la fe, que ellos experimentaban en Jesús:
Por la fuerza de la fe
•    Él pudo vencer las tentaciones de Satanás,
•    Él pudo rehusar a Pedro, cuando Le quiso apartar de Su Pasión,
•    pero Él pudo también, en el servicio a la vida, curar a los enfermos más allá de lo humanamente posible.

De lo que la fuerza de la fe también puede realizar en nuestra vida y especialmente en los abismos de injusticia y sufrimiento dan noticia los supervivientes de los campos de concentración, de ello informan p.e.
las cartas del P. Alfred Delp desde la prisión de los esbirros nazis y de ello también podría dar cuenta más de un creyente cristiano muy normal de la vida corriente.

En la Primera Carta de Juan se dice:
“Nuestra fe es la victoria, que ha vencido al mundo.”
En Habacuc se trata de estos que vencen al mundo por la fe;
de la misma manera sucede en la vida y en el mensaje de Jesús.

Amén.

Apéndice para la comprensión del Evangelio de Jesús:
Para Jesús una fe así es lo más natural del mundo, debida a la misteriosa grandeza del Dios que ama y es fiel.
Inimaginable poner esta fe en conexión con algún pensamiento retributivo.
Para ello, Jesús recurre al ejemplo del señor y de su esclavo.
Se trata exclusivamente de la evidencia,
con la que –según la comprensión de la época de Jesús– el esclavo sirve a su señor, sin esperar por ello gratitud o incluso recompensa.
Jesús no dice en absoluto que sea bueno
el modo con el que los señores trataban,
por regla general, a los esclavos.
Las ideas que Jesús tiene sobre esto son
muy diferentes,
de un modo claramente más humano.
Éstas se expresan precisamente en el Evangelio de Lucas, en el capítulo duodécimo.
La institución de la esclavitud como tal
es previa a Jesús.
Él es sencillamente un hijo de Su tiempo
y de Su ambiente social.