Homilía para el Domingo Vigésimo Quinto (C)
19 Septiembre 2010
Lectura: Am 8,4-7
Evangelio: Lc 16,1-13
Autor: P. Heribert Graab S.J.
¡La Lectura de hoy no es apropiada
para meditar!
Es más bien propia para poner en cuestión nuestro sistema económico capitalista,
y, por ejemplo, para someter a una masiva crítica bíblica a aquellos banqueros y malabaristas de las finanzas,
que han conducido al borde del abismo
al sistema mundial de finanzas y economía,
y esto –como en tiempos de Amós–
sobre todo a costa de los pobres.

Yo quisiera dirigir la mirada de ustedes sobre todo al Evangelio, así sería atrayente tratar
esto más de cerca.
A primera vista parece como si Jesús diese entrada a una cierta simpatía con un guiño
de ojos para la gestión fraudulenta y egoísta del administrador.
Esto podría hacer pensar  verdaderamente
a más de un manager de nuestra época
y probablemente también a uno u otro político que Jesús le alienta a la corrupción y a la economía de mercado y con esto, sobre todo a hacer su propio agosto.

Acto seguido, Jesús aclara de forma inequívoca en Su exposición del relato,
que ésta sería una interpretación fundamentalmente falsa de la parábola.
Él la resume sin rodeos:
“No podéis servir a Dios y al dinero.”
Expresado de otra forma:
Vuestro modo de funcionar con el dinero y sobre todo con el dinero de los demás
es pura idolatría y repulsivo a los ojos
de Dios a más no poder.

Pero queda la gran cuestión de cómo hay
que entender la agudeza del relato de Jesús:
“El Señor alabó la sagacidad del administrador injusto y dijo:
los hijos de este mundo son más astutos
con los de su generación,
que los hijos de la Luz.”

En verdad, Jesús no alabó el fraude;
pero Él alaba la sagacidad que el estafador
a su modo (como “hijo del mundo”) manifiesta:
Él capta, como mínimo,
que se ha halla en una situación extremadamente crítica,
y que él no conseguirá salir sólo del apuro.
Más bien necesita urgentemente
para sobrevivir a esta pobre gente,
que tenía que estar entrampada hasta las orejas,
y a las que como administrador había mirado con desprecio.

Por consiguiente, éste es el punto esencial,
que Jesús quisiera meter por las narices a Sus discípulos –y también a nosotros–.
¡No presumáis de todo lo que tenéis!
¡Todo esto no es mérito vuestro!
¡Todo esto se os ha confiado y debéis rendir cuentas de ello!
¡Sobre los bienes materiales y tanto más sobre la riqueza de este mundo no podéis construir la vida!
Finalmente también se esconde en todo bienestar una cierta medida de injusticia.
Nuestro “bien merecido” –como nosotros pensamos– bienestar en el mundo occidental, por ejemplo, se ha conseguido en considerables partes a costa de los pobres,
de las zonas menos privilegiadas de este mundo.

Nadie –así opina Jesús– tiene derecho a la abundancia mientras hay pobreza.
Por consiguiente: “Haceos amigos con
el dinero “injusto”,
para que cuando llegue a faltar,
os reciban en las eternas moradas.”

Expresado de otra forma:
Sed tan listos como para reconocer adonde va a parar la vida.
Reconoced, lo que verdaderamente es importante en vuestra vida, aún cuando se termine con vosotros,
Cuando, por consiguiente, tengáis que rendir cuentas,
sobre la administración de lo que se os confió.
Entonces os podréis congratular,
si los pobres, a los que habéis ayudado,
dan testimonio de vosotros.

Amén.