Homilía para el Domingo Vigésimo Cuarto (C)
12 Septiembre 2010
Lectura: Ex 32,7-11 y 13-14
Evangelio: Lc 15,1-32
Autor: P. Heribert Graab S.J.
“¡Ponte mirando a la pared! ¡Eres malo!”
En pedagogía nos hemos servido de estos dichos.
Pero son y continúan siendo actuales:
¿Con cuanta frecuencia ponemos incluso
a personas mirando “a la pared”,
las metemos en el cajón y las descalificamos como “malas”?
Y en la historia continuamente las personas han proyectado su propia conducta sobre Dios.
Dios pone a las personas mirando
“a la pared”,
las juzga como “malas”,
les produce temor y las castiga.

Esta representación la hallamos aquí y allá,
también en el Primer Testamento de la Biblia- por ejemplo, en la Lectura de hoy.
Pero ciertamente esta Lectura supera
al mismo tiempo la imagen del Dios que castiga:
De un modo muy humano dice Moisés:
“¡Oh Dios, pero Tú no puedes hacer esto!
¡Sólo mira Tu propia historia con Tu pueblo!
Es una historia de bendición,
una historia de misericordia y de perdón!”
En el Segundo Testamento de la Sagrada Escritura, desarrolla Jesús esta imagen de Dios, del Amor de Dios complaciente y misericordioso.
Jesús se ve a Sí mismo como la efigie del Amor de Dios.
En Su amorosa ayuda a “publicanos y pecadores” y, en general, a todos los “perdidos” se hace experimentable la propia misericordia de Dios y Su Amor.
Esto intenta Jesús hacer comprender a los escribas y fariseos con la parábola del Evangelio de hoy:
“¡Dios no es así como vosotros os lo representáis!”
Él no es un Dios que ponga a los seres humanos “mirando a la pared”,
como hacéis vosotros!
En mi ayuda a los “perdidos” podéis reconocer cómo es Dios verdaderamente.
A todas las personas, a las que vosotros juzgáis como “pecadoras” y excluís
-tanto si ahora son “pecadores” como si no lo son-
a todas estas personas se acerca Dios amorosamente.

Por consiguiente, contemplemos un poco más de cerca, las parábolas del Evangelio,
de las cuales la última es verdaderamente una doble parábola:
* Según la primera parábola, Jesús
se comporta, en referencia a Dios,
como un pastor, que deja a su suerte,
al menos momentáneamente, un rebaño de 99 ovejas para ir a buscar a una sola que se ha perdido.
* En la segunda parábola, se comporta como una mujer (¡!) que pone toda su casa del revés para hallar un único dracma,
que se le ha perdido.
* Después Jesús, en la tercera parábola,
se comporta como un Padre, en referencia
a Dios,
cuyo hijo se ha perdido a sí mismo en una libertad sin barreras.
- Este Padre no deja de contar con su hijo,
- no le juzga,
- más bien le espera con gran paciencia
  y confianza en él,
- le espera ansiosamente siempre,
- después corre a su encuentro –
y esto a su edad y en su situación de una forma completamente impropia.
Pero esto no es suficiente-
- y abraza de forma amorosa al que regresa
  a casa,
- deja correr libremente su alegría
- y organiza una gran fiesta.
*En la segunda parte de esta parábola
- el Padre también se preocupa del hijo
  que ha permanecido en casa y no de
  forma menos amorosa,
- busca el diálogo con él,
- se esfuerza por ganar su comprensión
- y le quisiera unir a la común alegría.

Me llama la atención que en las parábolas de Jesús, la palabra de los “pecadores” queda en segundo plano.
Jesús habla de los “perdidos”.
Y esta palabra es comprendida esencialmente de forma amplia:
No significa sólo aquellos que verdaderamente son pecadores,
sino más aún aquellos que nosotros
-como los fariseos- descalificamos como “pecadores”,
porque no responden a nuestras expectativas:

Con cuenta frecuencia caemos en juicios sobre nuestros prójimos y los ponemos “mirando a la pared”:
* Estos rumanos, por ejemplo, que ahora son expulsados de Francia:
¿¡No son ellos mismos culpables?!
Estos no se quieren integrar en absoluto.
Viven a costa de otros
y seguramente hay algo de verdad en el modo de hablar de los “gitanos rateros”.
* O los receptores de la Hartz-IV entre nosotros:
Naturalmente se les tiene que atar cortos de dinero porque si no se acostumbran a vivir como parásitos.
* También los musulmanes que nos han llegado a nosotros:
Ellos mismo son culpables de que no sean aceptados.
Por medio de ellos llegan todos estos islamistas.

Todas estas personas y aún muchas más,
son a los ojos de Jesús los “perdidos”,
a los cuales Dios se inclina amorosamente,
así como Jesús mismo se inclina continuamente a aquellos que son empujados a la cuneta por la sociedad y son anulados:
* Él se ocupa de ellos incluso si Él a nosotros “99”
tiene que abandonarnos
-en todo caso por el momento-.
* Para ellos, Él pone toda la casa del revés,
porque ellos son para Él valiosos e irrenunciables.
* A ellos Él los espera lleno de amorosa nostalgia
y acude a su encuentro –
aunque a nosotros pueda parecernos tan “impropio”.

Ciertamente también Jesús ve en el hijo más joven,
que se ha hecho pagar la parte de su herencia y “se ha largado”,
enteramente al “pecador”.
De él dice expresamente:
“Malgastó su hacienda
y vivió como un libertino.”
Pero Jesús evitó aquí muy conscientemente la palabra “pecador”.
Quizás porque sus oponentes usan esta palabra de forma inflacionaria
y además la emplean como arma contra las personas.

Pero a los ojos de Jesús no sólo este “tunante” es un pecador,
sino a su modo, también el que permaneció en casa, el “bueno”,
el que ha servido todos estos años a su padre
y nunca ha actuado contra su voluntad.
Su pecado es la estrechez y el recelo,
su pecado es sobre todo la falta de amor,
que ha roto para siempre con el hermano más joven, que a él mismo le amarga y le impide alegrarse con el padre.

El padre se toma también mucho tiempo para su hijo mayor y busca el ganarle amorosamente,
así como también Jesús (y en Él, Dios mismo) se toma mucho tiempo:
•    para todos los “buenos” y “conservadores”,
•    para todos los “conformistas” y “recelosos”,
•    para todos aquellos que opinan que todo esté “en orden”,
como fue siempre y como tiene que ser;
•    para todos aquellos que quisieran retrasar el reloj varias décadas.
Jesús busca también con ellos el diálogo paciente e intenta ganarlos amorosamente para convencerlos.

Jesús, con estas parábolas, nos interroga sobre nuestra imagen de Dios:
•    Mi Padre –y también vuestro Padre,
mi Dios –y también vuestro Dios
•    es un Dios amoroso, un Dios misericordioso.
•    Mi Dios y Padre no condena precipitadamente;
•    Él no anula a nadie, no cesa a nadie;
•    Él se acerca continuamente a los “perdidos”; Él es un Dios paciente sobremanera;
•    Él no atemoriza a nadie.

Todos nosotros y también la Iglesia en su totalidad-
Tenemos que orientar continuamente de nuevo nuestras representaciones de Dios y nuestra conducta hacia la imagen de Dios que nos presenta Jesús:
¿Cómo tratamos con las personas?
¿Cómo trata la Iglesia con las personas,
que no corresponden en todo a nuestros principios y a nuestras expectativas?

•    Por ejemplo ¿trataría Jesús con divorciados y vueltos a casar, como corresponde a las costumbres oficiales de la Iglesia?
•    ¿Cerraría Él la puerta a todos aquellos
que se saben llamados al servicio sacerdotal,
pero que no pueden o no quieren comprometerse al celibato?
•    ¿Firmaría Él todo juicio de la Congregación para la fe?

Pero pensemos si nos hacemos tales preguntas también respecto del hijo que se quedó en casa?
Pensemos como el Padre de la parábola
se toma muchísimo tiempo para este hijo
y busca el diálogo paciente con él.
Así también debiéramos nosotros
en la Iglesia tener mucha paciencia con aquellos que dependen de lo tradicional.
Así también debiéramos buscar continuamente el diálogo acogedor y persuasivo
con todos los que en la Iglesia son de opinión diferente a la nuestra.

Amén.