Homilía para el Domingo Décimo Noveno del ciclo litúrgico C
8 Agosto de 2010

Lectura: Hbr 11,1-2.8-19
Autor: P. Heribert Graab S.J.
Hoy, a mi juicio, está en el punto central de la liturgia, la Lectura segunda neotestamentaria.
Este capítulo undécimo de la Carta a los Hebreos
es uno de los textos claves y fundamentales para nuestra comprensión de la fe.

Todos nosotros estamos marcados más o menos
en nuestra propia comprensión de la fe
por el racionalismo y la ilustración.
Continuamente vemos la fe en competencia
con el saber.
La lengua alemana y la española agudizan esta competencia en detrimento de la fe:
“Creer” en alemán y en español
es de similar significado a “opinar” y “sospechar” – precisamente a un “no saber seguro”.
“Saber” es fundamentalmente demostrable,
“creer”, por el contrario, no.
“Ciencia” se deriva de “saber” no por casualidad.
Consecuentemente la teología es como la
“ciencia de la fe”, una contradicción en sí misma
y a los ojos de muchas personas “ilustradas”
no pertenece a una Universidad.

Por el contrario, el latín diferencia más claramente
entre “putare” y “credere”:
“Putare” significa “creer” en el sentido de “opinar” y “sospechar”.
Por el contrario, “credere” significa
“estar convencido de algo”, “poner toda la confianza en alguien”, “contar con él” y no ciegamente sino fundamentado con solidez.
Por consiguiente, con las palabras
de la Carta a los Hebreos:
“Estar firme en lo que se espera” y “estar convencido de las cosas que no se ven.”

Lancemos otra mirada a nuestro lenguaje:
Decimos: “Yo creo algo” – por consiguiente,
tengo algo por verdadero.
Este acusativo, referido a Dios, significa:
Yo creo que Dios verdaderamente existe.
También decimos: “Yo te creo” – por consiguiente,
tengo algo por verdad porque tú lo dices
como persona digna de confianza.
En la confesión de fe de las Iglesias cristianas
- por consiguiente, en el “Credo” -
“creer” no está ni con acusativo ni con dativo.
En la confesión de fe se dice más bien:
“Creo en Dios”

Para comprender lo que significa esta construcción preposicional puede ayudar el recurrir a nuestras relaciones humanas:
No es raro que digamos “yo creo en una persona” o
“¡yo creo en ti1”
Pero cuando lo hacemos, entonces, por regla general, el amor está en juego.
Una madre dice a su hijo algo así:
“Creo en ti, aunque tú por el momento
pareces estar en la parte perdedora.”
De forma muy parecida, quizás también un enamorado dice a su amada: “¡Creo en ti, aunque otros –por cualquier motivo- te hayan hecho la cruz.                . Yo estoy de tu parte!”

Visto así, incluso resulta demasiado breve aquella definición, que el autor de la Carta a los Hebreos pone al comienzo de su exposición de fascinantes ejemplos de fe de la historia de Israel:
“Estar firme en lo que se espera” y
“estar convencido de las cosas que no se ven.”

En todos los testigos de fe, que especifica la Carta a los Hebreos, se trata más bien en primer lugar de relatos de relación:
Cuando Abraham se marcha de su patria ancestral,
* no sigue de ningún modo una idea arrebatadora,
* ni su deseo de aventura,
* y tampoco la perspectiva de mejoras económicas.
* Él no se deja de ningún modo conducir por la confianza de Colonia: “Esto siempre ha ido bien”:
Más bien en el fondo de la partida de Jarán está
su relación personal con este Dios que le llama.
Esta relación está marcada
* por su experiencia con este Dios,
* por el gran respeto y reverencia ante este Dios,
* por la confianza ilimitada, fundada en la experiencia, en este Dios
* y finalmente por un amor abrumador a este Dios.

De un modo para nosotros casi insoportable,
la Carta a los Hebreos aguza en su descripción
el “sacrificio” de Isaac.
Martin Lutero puso en su punto la enorme tensión
de esta situación con toda agudeza:

“Aquí la razón humana no se cerraría sencillamente,
la promesa de Dios no podía mentir porque entonces no sería de Dios, sino mandato del demonio.
Que la promesa suena contra sí misma es evidente.
Pues si se mata a Isaac, la promesa es vana e inútil;
pero la promesa es cierta y debe persistir
y entonces es imposible que esto pueda ser mandato de Dios.
Por otra parte, yo digo que la razón no puede cerrarse.”

A pesar de toda nuestra “razón” humana, la Carta a los Hebreos concluye con la constatación del hecho:
“¡Por causa de su fe, Abraham recobró a Isaac!”
“Éste es un símbolo!” también para nuestra fe.

Así de increíble puede sonar todo lo que nos podemos acercar a una comprensión,
si nosotros recurrimos otra vez a nuestra experiencia en el amor interhumano:

El amor tiene –sobre todo en situaciones excepcionales– la fuerza de crear una nueva realidad
y esto con frecuencia contra toda “razón”.
* El amor de los padres a su hijo gravemente impedido,
que la “razón” quizás hubiera abortado-
“crea” para este niño una posibilidad de vida enteramente feliz.
* Con frecuencia la espera “irracional” de una persona amada después de muchos años sin señales de vida fue “recompensada” con el tardío regreso al hogar desde el cautiverio de la guerra.
* El cuidado amoroso durante largos años y aparentemente sin sentido de un cónyuge enfermo
de muerte, puede sólo en muy raros casos “curarle”,
pero, sobre todo, “crea” en un mundo con frecuencia tan inhumano un irrenunciable “plus” de humanidad.

Sólo superficialmente, el amor es “irracional”.
Puede ser enteramente posible para la ciencia moderna demostrar lo que sucede en nuestras células cuando amamos.
Pero lo último y lo decisivo es que este amor es inabordable para la ciencia humana.
El amor tiene un acceso a la realidad que excede
en mucho las posibilidades de toda ciencia.

De esta “sabiduría del amor” se trata en la fe:
Esta “sabiduría del amor” caracteriza la fe de Abraham.
Esta “sabiduría del amor” hace posible aquel
“estar firme en aquello que se espera”.
Esta “sabiduría del amor” hace posible
“estar seguro de las cosas que no se ven”,
pero que son realidad no obstante.

El autor de la Carta a los Hebreos nos pone
ante la vista, la falta de sentido que tiene
aprovechar la rivalidad entre ciencia y fe.
Más aún:
Nos pone ante la vista
que la fe nos abre a una realidad con la que ni siquiera puede soñar la “ciencia ilustrada”.

Amén.










Pero ciertamente esta referencia no aclara la dureza con la que Jesús juzga al rico labrador.
Jesús más bien sitúa Su relato ejemplar
en el contexto de Su dura crítica al egoísmo
de juntar y atesorar y en la codicia de los seres humanos.

Ahora sabemos por otros textos evangélicos
que a Jesús le era muy familiar la situación social
de Su época y que Él en Su predicación hacía referencia continua a la ella.
Por la moderna investigación socio-histórica moderna de los Evangelios,
sabemos además algo sobre el fondo de la historia contemporánea del relato del rico agricultor.

Naturalmente, lo mismo que hoy, había años de buenas cosechas.
Por el contrario: a causa de una agricultura poco desarrollada, había con mucho, una mayoría de años malos.
La consecuencia eran, de ordinario, años de hambre
e incluso hambrunas, en las que los precios del grano se disparaban por las nubes.

Al presuponerse esto,
el agricultor trataba muy sencillamente de especular el próximo año de hambre,
para aumentar sus propios “tesoros”.
Esto hace muy evidente el duro juicio de Jesús sobre estos especuladores
y sobre sus ganancias a costa de los muertos de hambre.

Pero, al mismo tiempo, este relato es también de rabiosa actualidad:
Piensen en las especulaciones de las finanzas
y de las inmobiliarias, que hubieran llevado
casi a la ruina a la economía mundial.
En esta crisis los pobres se han hecho aún más pobres,
y no pocos ricos, claramente más ricos
y, finalmente, los culpables han quedado
“sin esquilar”.
Economía y política no han aprendido  verdaderamente de esto,
sino que, bajo la presión del mundo de las finanzas, se han dado por contentas con operaciones de maquillaje.

Naturalmente es más que oportuno
poner muy enérgicamente ante los ojos
de los responsables el Evangelio de hoy
y sacar de él consecuencias políticas
con toda energía.
Pero naturalmente también es fácil,
señalar con el dedo a los grandes especuladores
de nuestro tiempo e insultarlos a voz en grito.

Pero además pasamos por alto con demasiada rapidez como nosotros mismos estamos enredados en esta sociedad a costa de otros.
* ¿No compramos incluso con gusto más barato en las grandes superficies que en el panadero, en el pequeño tendero de ultramarinos, en el carnicero o incluso en una tienda al por menor de la vecindad?
Con ello en los últimos cincuenta años hemos destruido innumerables puestos de trabajo
y hemos hecho añicos muchas vidas.
* ¿No aprovechamos con demasiada frecuencia la posibilidad de llegar a la otra punta del mundo
con una aerolínea barata por un precio irrisorio?
Poco nos importa que destruyamos el medio ambiente y hagamos este mundo inhóspito
para las futuras generaciones.
* Y el atractivo de especular un poco con un rédito, el mejor posible, probablemente no nos deja muy fríos a alguno de nosotros, si se tiene la posibilidad de disponer de algún dinero.
¿Quién se pregunta cómo se ha conseguido este rédito verdaderamente?

“Vanidad de vanidades, todo es vanidad”, dice Kohelet en la Lectura.
Por lo general y tanto más a la vista de nuestro afán de lucro dice Kohelet:
Todo lo que trabajamos con nuestras manos,
nuestro espíritu y nuestro entendimiento,
todo aquello en lo que nos afanamos
es finalmente vanidad.
No se saca ningún provecho bajo el sol.

Y, sin embargo, esto no lo dice ningún ser humano frustrado, que ha arrancado las velas
en vista de la inutilidad de todos nuestros esfuerzos, planes e intenciones.
Kohelet fue un ser humano profundamente creyente.
Para él sólo había una solución:
La felicidad no se funda en el ser humano,
sino sólo y únicamente en Dios.

Ciertamente ésta es también la quintaesencia de Jesús:
“Necio. Esta noche te van a exigir la vida.
Lo que has acumulado ¿de quién será?
Así será el que amasa riquezas para sí,
pero no es rico ante Dios.”

Amén