Homilía para el Quinto Domingo
del ciclo litúrgico C
7 Febrero de 2010
Lectura: Is 6,1-2a.3-8
Evangelio: Lc 5,1-11
Autor: P. Heribert Graab S.J.
Por favor, reflexionen ustedes un momento y recuerden:
¿qué les ha subyugado tanto en las últimas semanas,
qué les ha fascinado tanto
que los dejó con la boca abierta?...

Ante esta pregunta, a mí se me ocurren situaciones
-como unas vacaciones en la nieve- en las que
de repente se abre una mirada arrebatadora
a un paisaje invernal de montaña:
profundamente cubierto de nieve, intacto, fabulosamente silencioso, con la luz resplandeciente del mediodía…

En un momento así, yo me quedo como clavado en el suelo,
todos los pensamientos desaparecen como por arte de magia y sólo me invade una absorta admiración.
No por casualidad me viene a los labios la palabra
“devoto”.
Una experiencia así tiene una dimensión
casi religiosa.
Como creyente cristiano aquí me siento confrontado con las huellas de Dios en Su creación.
Pero incluso, cuando un no creyente intenta
expresar en palabras una experiencia así,
recurre con frecuencia a una terminología,
que recuerda una religiosidad reverente.
En la Lectura de Isaías de hoy y en los relatos de vocación del Evangelio se trata de estas experiencias de emotiva hondura.
No sólo Isaías, sino también Pedro y sus compañeros experimentan algo que hoy se denominaría en la filosofía de la religión como “misterio fascinante”,
como misterio divino fascinante y emocionante.

Pero en ambas Lecturas hay otro momento
en el que Isaías se sobresalta con angustia mortal – “¡Ay de mí! ¡Estoy perdido!”
Como “un hombre con labios impuros”, él ha visto
“al Rey, al Señor de los ejércitos”.
Este encuentro con el gran Dios puede ser mortal para él, hombre pecador.

De modo semejante, experimenta Pedro el acontecimiento incomprensible para él:
“Señor, apártate de mí, yo soy un pecador.”

Quien “se aproxima” al ámbito divino
experimenta un entusiasmo asombroso y,
al mismo tiempo, un reverente estremecimiento.
* Lo divino atrae irresistiblemente,
pero también intimida.
Emociona y fascina,
pero también amenaza la propia existencia.
* “Misterio tremendo y fascinante”
-lo atractivo que fascina
y lo profundamente terrible-
forman una unidad.
Pero el camino existencial de Isaías y de Pedro
muestran además un tercer punto:
Aventurándose ambos en Dios y en Su llamada
“el misterio divino” se convierte con confianza creciente en “misterio amoroso”,
en misterio del amor divino,
que desafía y capacita para una respuesta amorosa.

1. ¿Qué significa esto para nosotros hoy?
Quizás en primer lugar un recuerdo de aquel abrumador encuentro con la naturaleza:
Quien sólo se queda en la cálida estancia
y se sienta en el cómodo sillón,
no experimentará nunca estos momentos.

2. Esto naturalmente también es válido para nuestra fe:
Quien verdaderamente no se ha aventurado en ello
tampoco hará ningunas experiencias con la fe.
Y ni siquiera hará experiencias
que le fascinen, le cautiven y le subyuguen.
La historia de Pedro muestra esto de forma superclara:
¿Otra vez salir al lago?
Y esto ¿aunque nosotros ya nos hayamos matado
a trabajar toda la noche?
¡Ni hablar! ¡Estoy deshecho!
Podría haber reaccionado así.
Pero ¡no! En lugar de esto, dice:
“Si Tú lo dices, echaré las redes”-
¡incluso contra toda experiencia y razón!

¿Quién de nosotros cree y confía ya de forma consecuente?
No es ningún milagro que se aparten de nosotros tales grandiosas experiencias,
que a Pedro le “tumban” totalmente.

2. De esto se sigue al mismo tiempo lo segundo:
La Iglesia se queja de que la gente huye de ella.
Los padres se quejan de que no tienen éxito en la transmisión de la fe a sus hijos.
Pero ¿cómo se puede tener éxito,
cuando la chispa de lo “fascinante” no salta?
Jesús dijo:
“¡Yo he venido a traer fuego sobre la tierra;
qué alegre estaría si ardiese!”
Cuando la Iglesia comunica la impresión
de que es antes un montón institucional de ceniza fría que un fuego llameante de fe aplastante
y cuando los padres desgranan un tibio programa
de deberes, ¿cómo puede saltar la chispa?

3. Un tercer aspecto, que se discute en conexión
con el escándalo de abusos: el celibato.
Hay muchos motivos que discutir en la Iglesia católica sobre el compromiso global de los sacerdotes al celibato abiertos al resultado.
Pero seguramente en cada caso hay uno:
Si el no casarse con todas sus consecuencias
puede tener éxito como una forma de vida plena,
entonces esto es sólo posible con el fondo
de aquella fascinación arrolladora,
que motivó a Pedro y a sus compañeros pescadores, sencillamente a remolcar sus barcas a tierra,
a dejarlo todo y a olvidarse de ello,
para seguir a Jesús.

4. En cuarto lugar aún una palabra para aquellos escándalos bochornosos,
que en las últimas semanas nos han sacudido:
En todas partes se discute:
¿Cómo pudo y cómo puede pasar algo así?
Innumerables errores, negligencias y fallos culpables
son lanzados diariamente como causas en los debates.

Pero yo no he leído en ninguna parte sólo un punto de vista decisivo ante mis ojos:
El “misterio fascinante” de la fe
probablemente estuvo alguna vez
en todos los sacerdotes culpables en el comienzo de su camino de seguimiento a Jesús-
totalmente como en Pedro.
Quizás incluso alguna vez en su camino
han experimentado al Señor como “misterio amoroso”, como el Dios, al que quisieron ofrecer
en exclusiva su amor.

Pero después, poco a poco, quizás incluso de forma imperceptible, el “fuego” de la fe dejó de arder o
se extinguió totalmente.
*Pero donde la fe ya no fascina,
*donde el amor se necrosa,
*donde también el “misterio tremendo”
se pierde de vista
* y las primeras señales de peligro pasan inadvertidas,
expresado en lenguaje bíblico,
los “demonios” se instalan,
el egoísmo y la concupiscencia se hacen los dueños de la situación-
y esto en cualquier momento tan desenfrenadamente,
que ellos ya no retroceden ante convertir en víctimas a otros e incluso a niños y a jóvenes.

5. Finalmente en quinto lugar:
Alguno que otro puede caer en la tentación
de juzgar este asunto de forma farisaica.
Además cae en el olvido de que también
nuestra vida está amenazada por la irrupción
de “demonios”,
cuando nuestra fe-
o en los no creyentes también sus ideales existenciales-
pasan a un segundo plano y ya no determinan
el actuar.

Finalmente los “demonios” son siempre los mismos:
Egoísmo, gula, codicia, envidia y como todos ellos se denominan.
Finalmente todos actúan en nosotros a costa de otros:
*a costa de los pobres,
*a costa de la comunidad,
*a costa de las generaciones siguientes,
*a costa de la esposa o también del esposo,
*a costa de los propios hijos,
*y así sucesivamente…

Deseémonos mutuamente, oremos y hagamos
lo que sólo hace posible, mantenernos abiertos
a la experiencia del “misterio fascinante” divino,
del “misterio amoroso”
y también  del “misterio tremendo”,
para que los “demonios”
no consigan tener poder sobre nosotros.
Y por último digamos –como Pedro–
ante la amenaza de nuestra fe:
 “¡No temáis!”
¡Vosotros sois llamados y capacitados para lo más grande!

Amén.