Homilía para el Domingo Cuarto
del ciclo litúrgico C
31 Enero 2010
Lectura: 1Cor 12,31-13,13
Autor: P. Heribert Graab S.J.
En la Lectura hemos escuchado uno de los textos más bellos y teológicamente más significativos de toda la Biblia.
Todos nosotros conocemos este “himno al amor”.
Y, sin embargo, a veces se podría tener la impresión
de que la palabra central “amor” es para las personas de nuestra época como un vocablo de otro mundo,
de una lengua totalmente incomprensible.

Hace muchos años yo trabajé como profesor
de religión en un instituto laboral.
En una clase de transportistas se trató del amor.
Yo quise comunicar a los jóvenes
lo que significa el amor de Dios
y el amor al prójimo.
Después de poco tiempo observé
que no me comprendían.
Fui al fondo de la cuestión y descubrí en seguida:
Absolutamente todos en la clase de los jóvenes
expresaban con la palabra “amor” exclusivamente
la relación con su novia.

Yo pregunté:
¿Cómo denomináis la relación con vuestros padres
o con vuestros hermanos?
Uno respondió con el consentimiento de todos:
Digan lo que quieran:
Me gustan, los quiero o como siempre…
¡Pero “amar” lo hago sólo con mi novia!

Por consiguiente, aquí se da
una espantosa estrechez del lenguaje.
Y esto continúa
si yo, por ejemplo, hoy digo
“hacer el amor”,
con ello no se expresa otra cosa que el sexo.

Incluso creyentes cristianos se dejan arrastrar
por este desarrollo lingüístico:
Nuestro texto de la Lectura se convirtió en repertorio standard para la configuración de bodas religiosas.

En la Carta a los Corintios de Pablo,
se trata de una comunidad fuertemente desunida y desgarrada.
En una comunidad así se encuentran
-entonces como hoy- muy diferentes capacidades
e incluso “dones del Espíritu”.
Pero en lugar de crecer con esta variedad de talentos
para el bien de todos, aprovechan la rivalidad:
Cada uno quiere, a causa de sus dones, ser el más importante, y no deja a los otros ser válidos a su lado
o incluso los sataniza.

En esta intrincada situación, Pablo da importancia
a que todas las capacidades, talentos y dones
del Espíritu son un regalo de Dios a la comunidad.
Más aún:
Aún todos los talentos muy admirables y los dones
del Espíritu no significan nada, pero absolutamente nada,
si no son reunidos por medio del don del amor de Dios, el más eminente de todos.
Por el contrario, sin el amor de Dios,
que se desarrolla en el amor entre los miembros
de la comunidad
y además de persona a persona-
sin este amor divino
actúan destructivamente incluso las capacidades sobresalientes.

Por consiguiente, la Lectura de este domingo también aquí, en la comunidad de Sankt Peter,
propone preguntas fundamentales:
*¿Cómo nos tratamos unos a otros?
*¿Qué posibilidad tiene cada uno de aportar sus propios dones para el bien de la comunidad?
*¿Qué talentos son considerados de forma más elevada que otros
e incluso quizás situados de forma absoluta?
*¿Quizás la alta consideración y entusiasmo
por el arte y la música contemporánea arroja
a la basura a otros “dones del Espíritu”,
que son indispensables para la edificación de una comunidad viva y fidedigna?

Seguramente no es desacertado en el sentido de Pablo,
que nosotros, como cristianos, traspasemos a la vida de nuestra sociedad los pensamientos fundamentales de los capítulos 12 y 13 de la Primera Carta a los Corintios.
*¿Se usan y se fomentan respectivamente todas las capacidades, talentos y también los “dones del Espíritu” en la edificación pacífica de la sociedad?
*¿No se hace visible ciertamente en todos los rincones de nuestra sociedad occidental
lo destructivamente que actúa el principio del rendimiento,
cuando no es peraltado por el respeto a la dignidad de todo ser humano y por la estimación y el amor?
*¿No funciona a costa de los más débiles
una idea de la competencia sin el vínculo copulativo del amor?
Pero, según Pablo, ¡éstos son indispensables para el éxito de la totalidad!

Finalmente la Lectura nos puede dar que pensar
sobre nuestra idea del matrimonio y de la familia
y sobre la praxis vivida de ambas:
*Este texto de Pablo como Lectura en una Misa
de esponsales, podría ser para los novios una sugerencia para cerciorarse de la propia fe:
Todo amor viene de Dios
También nuestro amor es Su regalo.
Dios nos ha amado primero y Dios es fiel.
Sobre Él y sobre Su amor podemos construir.
Podemos poner ante los ojos diariamente Su amor
en la contemplación de este Jesús de Nazareth:
 Su amor es paciente,
Su amor es bondadoso,
Su amor no es celoso,
Su amor no presume…etc.
Podemos orientarnos hacia este Jesús de Nazareth
también en el matrimonio y en la familia;
podemos -como Él- abrirnos al amor de Dios,
que quiere continuar actuando en nosotros.

* Por otra parte, también la Iglesia podría y debería orientar continua y nuevamente hacia la Lectura de hoy no sólo su comprensión de la comunidad,
sino también su comprensión del matrimonio y de la familia,
así como su pastoral del matrimonio y de la familia:

La realidad del matrimonio y de la familia
ha cambiado desde el tiempo de Jesús hasta el día
de hoy esencialmente y no sólo una vez.
La pequeña familia actual –padre, madre, dos hijos–
no tiene mucho en común con la imagen de la familia bíblica.
Aún hay pequeñas familias que funcionan:
hay incluso familias de tres generaciones,
en las que incluso los “mayores” son atendidos.
Pero, al mismo tiempo, hay que cada vez más familias separadas.
Después hay familias patchwork,
parejas con niños,
parejas homosexuales igualmente con niños…
Y en la discusión política se ha propuesto sencillamente denominar “familia” a todas las formas de vida en común con hijos.
Ciertamente la Iglesia no debe ni tiene que decir amén a todo lo que se ha desarrollado aquí.
Pero tampoco debería agarrarse a las representaciones unidas a la época
de los siglos XIX y XX.
Más bien debería contemplar con una cierta apertura los desarrollos actuales, desde la perspectiva de lo que dice Pablo sobre el amor.
Estoy convencido de que darían resultado
algunas correcciones en la pastoral eclesial familiar.

Tanto con la mirada en la comunidad,
como también en la sociedad y en la familia
no pasamos de la comprensión de Pablo:
“Ahora miramos en un espejo”
- a veces incluso quizás en un espejo roto-
“y vemos sólo contornos enigmáticos,
pero después veremos cara a cara.
Ahora conozco imperfectamente,
pero después conoceré en totalidad,
así como yo también seré conocido totalmente.
Por consiguiente, permanecen fe, esperanza y amor – estas tres;
pero la mayor entre ellas es el amor.

Intentemos, por consiguiente, vivir con nuestra “fractura” y esto continua y nuevamente
realizado en la fe, la esperanza y el amor;
¡Pero, sobre todo, realizado, por el amor de Dios para nosotros!

Amén.