Homilía para el Tercer Domingo
del ciclo litúrgico C

24 Enero 2010
Evangelio: Lc 1,1-4; 4,14-21
Autor: P. Heribert Graab S.J.
Verdaderamente hoy comienza el tiempo del ciclo litúrgico y en concreto el “año de Lucas”.
Los dos primeros domingos estuvieron aún completamente bajo el signo de la
“Epifanía del Señor”.

Al comienzo de las lecturas del Evangelio
según Lucas, hemos escuchado hoy, por así decirlo,
la “predicación inaugural” en Nazareth.
Jesús elige para ello una cita de Isaías:
“El Espíritu del Señor está sobre mí,
porque el Señor me ha ungido .
Me ha enviado para que lleve la Buena Nueva
a los pobres,
para que anuncie la liberación a los presos
y a los ciegos la vista;
para que dé libertad a los oprimidos;
para anunciar el año de gracia del Señor.”

Jesús termina además su enumeración con las palabras:
“Este escrito, que habéis escuchado,
se ha cumplido hoy.”

Nosotros nos hemos acostumbrado
a entender tales textos de forma “escatológica”,
es decir, apocalípticamente.
Por consiguiente, dirigimos nuestra mirada
a la plenitud final del Reino de Dios.
Esto es muy cómodo:
* Así nos “alejamos” de los desafíos del
“programa existencial” de Jesús.
* Desplazamos esto,
que hoy se debiera esperar y también hacer,
al futuro, por no decir
“a la santa semana que no tenga viernes”.

Con ello desperdiciamos al mismo tiempo
la inmensa posibilidad de hallar en nuestra fe
para nosotros mismos esperanza, confianza, consuelo y estímulo –
y así que nuestra fe se convierta verdaderamente
en sólido fundamento de la vida diaria.

Pero nosotros somos – si somos sinceros–
incluso los “pobres”,
¡que ansían una “buena nueva”!
Ansiamos esperanza,
confianza, consuelo y estímulo,
* cuando se nos van a pique amistades
o incluso un matrimonio,
* cuando nuestros hijos toman caminos,
que nos decepcionan profundamente,
* cuando por la noche nos sentamos solos en casa
y observamos la soledad que hay a nuestro alrededor,
* cuando una carrera profesional muy prometedora
se trunca de forma abrupta,
* cuando enfermedades, reveses de fortuna
o también apuros económicos
descarrían nuestra vida,
* cuando aparentemente todo se derrumba
y se impone la pregunta:
¿Qué sentido tiene en realidad aún esta vida?

Con mucha frecuencia nos sentimos
en tales situaciones,
como “destrozados” y “aniquilados”.
Nos experimentamos como “ciegos” en una obscuridad sin salida.
Nos experimentamos como “presos” con violencias,
en supuesta o verdadera injusticia,
como presos en decepción,
frustración y abismal tristeza.
Para podernos alegrar de nuevo en la vida,
necesitamos nosotros mismos muy urgentemente
un “tiempo de gracia”,
una “luz al final del túnel”,
una “estrella en el cielo”.

Pero imagínense ustedes por un momento
cuan ayudador y alentador y feliz sería,
* poder creer verdaderamente la predicación de Jesús de Nazareth,
* poder comenzar totalmente de nuevo con confianza en Su Palabra,
* y estar muy profundamente convencidos de ello
en el corazón:
¡Hoy se cumple esta palabra del Evangelio-
de forma totalmente personal  para mí!

Seguramente Jesús no nos toma a mal
que nosotros en primer lugar contemplemos nuestra propia necesidad
y nos refiramos a Su mensaje para nosotros mismos.
Él mismo hizo esto en Su oración del Monte de los Olivos.
Al comienzo de Su actuación en Nazareth
dirige Su mirada a la múltiple necesidad
de las gentes de Su alrededor,
a los muchos pobres, presos en su miseria,
a los enfermos, a los marginados
y a los destrozados de modo inimaginable.

Y después hizo sencillamente lo que hay que hacer,
lo que sólo le es posible a Él:
Cura a los enfermos, se dirige a los muchos marginados
y expulsa todos los “demonios”,
que entonces como hoy, empujan a las personas
a la ruina.
En nuestra Iglesia se trata continuamente de la
“fe recta”, de la “ortodoxia”.
Para Jesús está en primer plano el “recto obrar”:
la “ortopraxia”.
También por ésta última tendríamos que dejarnos medir:
“Cuando nos amamos unos a otros”
-con pies y manos, en todo nuestro “hacer”-
entonces “Dios permanece en nosotros,
y Su amor está realizado en nosotros.” (1Jn 4,12).
Por consiguiente, entonces –¡y sólo entonces! –
estamos en la “fe recta”.

Nosotros vemos en el segundo plano del individualismo moderno sobre todo lo particular-
aunque se trate de amor, de “caritas”.
Pero la tradición bíblica, en la que Jesús está fuertemente enraizado, piensa en conexiones sociales y político sociales.
De esto se trata también y sobre todo en Isaías
y naturalmente en Jesús, cuando cita a Isaías
y hace suyas las palabras de Isaías
en Su programa existencial.

Por consiguiente, en el seguimiento de Jesús
también tenemos que acostumbrarnos a extraer por nuestra fe consecuencias prácticas de las situaciones sociales y políticas
y, conforme a ello, actuar.
Esto es válido para cuestiones de política interior –
por ejemplo para cuestiones sobre la política sanitaria.
Ahora ya tenemos una “medicina de dos clases” –
y esta tendencia va en alza.
Detrás está una imagen del hombre profundamente anticristiana.
Como ciudadanos responsables,
los cristianos tenemos que contravirar consecuentemente.

Esto no es menos válido para cuestiones
de política exterior:
por ejemplo para nuestra política en Afganistán.
Todos los implicados –también la República Alemana –
persiguen allí intereses propios en primera línea.
Pero ¿quién piensa verdaderamente en las personas
de este país desollado por décadas de largas guerras?
¡No se puede expulsar al demonio con Belcebú!
¡La guerra crea claramente en todas las épocas más sufrimiento del que mitiga!
Visto desde el Evangelio, es una vergüenza
que mucho de lo que sirve para el desarrollo del país, se gaste en acciones militares.

También la situación de Haití es un ejemplo típico:
Ciertamente es admirable cómo las imágenes conmovedoras de la catástrofe despiertan la disposición de ayuda mundial.
Pero ¿quién pensará en las personas de allí
cuando los medios hayan perdido su interés?
¿Después de la catástrofe, quién ayudará a levantarse políticamente a este país
y reparará de nuevo tantos errores
y la deuda del pasado?

Jesús dice:
“Este escrito, que habéis escuchado,
se ha cumplido hoy.”
También en el año 2010 después de la
“aparición de la bondad y la filantropía de Dios” se trata de este “hoy”:
“¡Ahora es el tiempo, ahora es el momento.
Se hace hoy o se desperdicia,
lo importante es saber cuando Él llega!”

Amén