Homilía para la
Asunción de María a los cielos
Lecturas: Ap 11,19a; 12,1-6a. 10ab/Lc 1,39-56
Autor: P. Heribert Graab, S.J.
En ambas Lecturas de la fiesta de la “Asunción de María” se trata de un “acontecimiento” decisivo
en la historia de la humanidad,
también en la vida de los seres humanos en particular.

En el texto del Apocalipsis de Juan
se trata de la decisión definitiva y ya no revisable
de la lucha cósmica entre el bien y el mal.
La Encarnación de Dios en Jesucristo
y la “redención” por medio de Su vida, muerte y resurrección
marcan el acontecimiento de la historia de la humanidad.
“Ahora está aquí la victoria salvadora
el poder y la gloria de nuestro Dios
y el poder de Su ungido.”

La imagen de la mujer parturienta no se tiene
que referir imprescindiblemente a María.
El signo en el cielo corresponde originalmente
a Israel, el pueblo de Dios.
Pero ya antiguamente la piedad cristiana
puso a esta mujer en conexión con la
Madre de Dios.
En todo caso se constata que María –como nadie-
está integrada en la actuación salvadora de Dios
y del auténticamente decisivo –Jesucristo- traído al mundo por medio del “Sí” humilde.

Y nosotros los seres humanos necesitamos ahora signos vivientes para nuestra fe.
María es un signo así en la historia del arte y
de la piedad continuamente representada como la mujer cósmica, con la corona de estrellas, revestida con el sol, la luna a sus pies;
como la mujer que vence al dragón en Jesucristo.

Se trata también del decisivo acontecimiento
en la historia de la Creación y de la humanidad del encuentro de las dos mujeres del Evangelio:
María e Isabel.
Dos mujeres embarazadas están frente a frente
en una situación para ambas increíblemente concentrada.
Ambas son conscientes,
de que algo ha ocurrido en su vida
que va mas allá de su ámbito íntimo-privado,
para su pueblo y para la humanidad
de extraordinaria importancia,
y que aquí alguien interviene en su destino existencial, que es más que el mero “destino” –
es Dios mismo.
Su promesa llega finalmente a su cumplimiento:
la historia nefasta tendrá un final.
Finalmente surge el acontecimiento esperado con nostalgia con este Niño, que María lleva bajo su corazón.
Esta manifestación inmejorable la expresan ambas en alabanza jubilosa.

La fiesta que celebramos hoy
no tiene su origen en un acontecimiento histórico
de los que narran los relatos bíblicos.
Es más bien expresión de esta fe.
que compartimos con María e Isabel:
la promesa de Dios y el sueño de la humanidad
llega a su cumplimiento por medio de la actuación salvadora de Dios.
Nuestra vida ha quedado arrebatada a la muerte.
Ya no tenemos a la muerte como fin definitivo ante la vista.
Podemos esperar un futuro de plenitud.

En innumerables imágenes y leyendas expresa la tradición piadosa cristiana esta confianza llena de esperanza.
Sobre todo las flores con fragancia
que los Apóstoles encontraron según la leyenda
en la apertura de la tumba de María,
son una imagen vital
de la vida nueva y maravillosa regalada a todos nosotros.

Otra vez esta imagen experimenta un incremento
por medio de las hierbas que hace más de mil años fueron bendecidas el día de la “Asunción de María”:
las hierbas dan a nuestra vida aquí gusto,
las hierbas nos sirven como remedio curativo,
como fuerzas curativas de la buena Creación de Dios.
Por ello pueden convertirse en signos de la salvación definitiva y de la belleza de una vida concluida
en comunión con Dios y con todos los santos,
que nos han precedido en su gloria.

Amén
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